Habituación y sensibilización: dos formas de responder al entorno
En ocasiones nos visita un familiar y asegura percibir en nuestra casa un aroma característico que nosotros no notamos. Y, sin embargo, otras veces los olores del entorno nos resultan insoportablemente intensos; por ejemplo, si vivimos encima de un restaurante. Esto se debe a dos procesos contrapuestos que entran en juego cuando estamos expuestos repetidamente a un estímulo: habituación y sensibilización.
No podemos olvidar que por muy evolucionados cognitivamente que estemos, los seres humanos seguimos siendo animales, y contamos con ciertos procesos básicos compartidos. Habituación y sensibilización son dos mecanismos de ajuste, presentes en todos los organismos con sistema nervioso, que nos permiten organizar nuestra conducta en un ambiente lleno de estímulos como el que habitamos. Si quieres saber más al respecto, te invitamos a seguir leyendo.
Habituación y sensibilización como mecanismos de respuesta
Habituación y sensibilización son dos procesos básicos de aprendizaje pre-asociativo, presentes en todas las especies animales. Son realmente útiles para poder desenvolvernos en el entorno, pues nos ayudan a responder (o a no hacerlo) en función de lo relevantes que sean los estímulos ambientales.
En nuestra vida cotidiana, encontramos numerosos ejemplos de estos procesos. Pero, ¿en qué consisten exactamente?
Habituación
La habituación se define como una disminución en la respuesta ante la exposición repetida a un estímulo elicitante. Tengamos en cuenta que en el día a día estamos rodeados por multitud de estímulos, y si tuviéramos que prestarles atención a todos, seríamos muy poco funcionales. Por eso, la habituación hace que “nos acostumbremos” a su presencia y ya no gastemos energía y recursos en atenderlos.
Es el caso de ese aroma particular de nuestra casa que ya ni siquiera percibimos, o lo que nos ocurre con el ruido del tráfico: quienes viven en calles muy transitadas apenas ya se dan cuenta del mismo.
Esto sucede también en las relaciones interpersonales. Por ejemplo, si a un niño le decimos constantemente que no haga esto o no haga lo otro, termina por hacer oídos sordos a nuestras demandas. En cambio, si reservamos esta palabra para ocasiones críticas y puntuales, tendrá mucho más efecto.
Entre adultos también desarrollamos habituación y seguramente puedas recordar un momento en el que te ha sucedido. Por ejemplo, si tienes un familiar victimista que se pasa el tiempo lamentándose, su actitud deja de hacer efecto en ti y sus palabras ya no te calan.
Sensibilización
Ahora bien, hay casos en los que sucede todo lo contrario: cuanto más expuestos estamos a un estímulo, este más nos molesta y más intenso nos parece. En lugar de acostumbrarnos, parece que cada vez nos hiciera reaccionar más.
Por ejemplo, cuando un bebé llora no podemos hacer oídos sordos, sino que el llanto cada vez nos crispa más los nervios. O cuando hay obras junto a nuestra casa, el ruido nos resulta más y más molesto.
Podemos decir que tras varias exposiciones reaccionamos de forma exagerada, porque ya estamos sensibilizados. Así, la sensibilización consiste en un incremento de la respuesta ante la exposición repetida a un estímulo.
La teoría del proceso dual: ¿de qué depende nuestra respuesta?
Llegados a este punto, es probable que te estés preguntando cómo es posible que convivan estos dos procesos aparentemente opuestos. ¿Por qué en algunos casos la exposición repetida al estímulo incrementa la respuesta y en otros la disminuye? La clave la encontramos en la teoría del proceso dual de Groves y Thompson.
Esta teoría da cuenta de que habituación y sensibilización no son dos procesos mutuamente excluyentes; de hecho, pueden ponerse en marcha al mismo tiempo, ya que son producto de procesos neurales diferentes.
La habituación tiene lugar en el sistema E-R (estímulo-respuesta) el cual se activa siempre que se presenta un estímulo elicitador. La sensibilización, en cambio, sigue el denominado “sistema de estado” que solo se activa cuando el estímulo causa mucha excitación.
Es por esto que los estímulos muy intensos (por ejemplo, ruidos fuertes) son más proclives a generar sensibilización que los suaves (que normalmente causan habituación). Existen otros factores que también influyen en la respuesta que damos; por ejemplo, si estamos cansados o enfadados, o si la situación es emocionalmente estimulante, es más probable que prime la sensibilización.
En cualquier caso, la respuesta que damos es el efecto neto de ambos procesos (habituación y sensibilización) y depende de cuál prevalece sobre el otro en cada circunstancia concreta.
Habituación y sensibilización son dos fenómenos adaptativos
Quizá en ocasiones pensemos que nos gustaría librarnos de la sensibilización, para que no nos crispase tanto el llanto de nuestro hijo o el pitido del despertador cada mañana. O, tal vez, librarnos de la habituación, para evitar que la monotonía se instale en nuestra pareja o que nuestro trabajo deje de resultarnos estimulante.
Sin embargo, ambos procesos son necesarios y beneficiosos, nos permiten desenvolvernos con más agilidad en el día a día, estar alerta ante posibles peligros y evitar desperdiciar energía y recursos mentales en aquello que no lo requiere.
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- Groves, P. M., & Thompson, R. F. (1970). Habituation: A dual-process theory. Psychological Review, 77(5), 419–450. https://doi.org/10.1037/h0029810
- Pitman, D. L., Ottenweller, J. E., & Natelson, B. H. (1990). Effect of stressor intensity on habituation and sensitization of glucocorticoid responses in rats. Behavioral neuroscience, 104(1), 28.