Hay cicatrices que nos recuerdan lo más bello de la vida: los hijos
A gran parte de las mujeres que se convierten en madres les quedan marcas, estrías, piel flácida y cicatrices. Habitualmente los medios esconden esta realidad, enseñando a las mujeres que es algo que no debe mostrarse y que deben avergonzarse por ello.
Pero lo cierto es que estas cicatrices lo son todo. Son marcas que recuerdan bellos momentos y grandes comienzos. Por ejemplo, la cicatriz en el vientre de una mamá que dio a luz a sus hijos por medio de cesárea o que, simplemente, dio a luz y su cuerpo ya no volvió a ser el mismo.
Puede que estéticamente una mamá no se sienta bien por su cicatriz, pero emocionalmente es una de las experiencias más maravillosas que existen. ¿Por qué? Es sencillo, porque esa cicatriz la ha convertido en madre y ser madre es como tener tu corazón fuera del pecho. Algo extraordinario.
Debemos destacar que a veces ser madres también puede producirnos un dolor que debe convivir con la alegría. Hablamos de la depresión posparto, un estado de tristeza, apatía a irritabilidad que conocen más del 80% de las mujeres las dos semanas posteriores al parto.
Las heridas de las que una mamá debe curarse
Una mamá también es presa de la sociedad, de su cuerpo y de sus expectativas. A esto se le suman unos meses de descontrol hormonal, físico y emocional que provocan oscuridad en momentos de luz. La llegada de la maternidad es complicada y muchas veces nos vuelve vulnerables. ¿Por qué? Entre otras razones, una de gran peso es que nuestro cerebro se vuelve hiperreactivo al estrés y a la hormona que lo provoca: el cortisol.
Esta sustancia durante el embarazo ejerce las funciones de protección y de vigilancia pero, una vez que ya se tiene al bebé entre los brazos, puede provocar que una mamá se muestre nerviosa, preocupada y reactiva.
En sí su mente reclama un equilibrio que no alcanza, por lo que habitualmente esta etapa resulta agotadora no solo porque el cerebro está tan acelerado como nublado, sino porque generalmente reina una gran incomprensión tanto propia como ajena.
Sentirse mal por la pérdida de la figura, por el descontrol vital y por la reestructuración de roles, prioridades y expectativas no hace a una mujer mala madre. Es importante recalcarlo porque habitualmente a estos sentimientos los acompaña un enorme sentimiento de culpabilidad.
Este es un duro proceso que requiere de un gran apoyo social y emocional. Normalmente el propio cuerpo hace el resto, equilibrando sus niveles hormonales y haciendo a la mujer recuperarse del mal estado. Si este persiste, que es habitual en un 10-15%, se debe consultar un especialista.
Cuando el amor de tu vida te llama mamá
Es probable que el parto deje en la mujer una herida física, pero también le ofrece el mayor regalo que podrá recibir: un hijo. A partir de entonces el cerebro de la mujer se divide para pensar por dos, sentir por dos y amar incondicional e infinitamente a otro ser.
Ese preciso instante formará parte del recuerdo más bello, una huella que en la retina no será una cicatriz indeseada, sino el reflejo de inmensos sentimientos.
Por eso es que decimos que no todas las cicatrices guardan malos recuerdos sino todo lo contrario. Porque las cicatrices de ser mamá no son dolorosas en sí mismas a través del recuerdo, sino que conforman una identidad maravillosa.
Así, con el paso de los años una mujer a través de su cicatriz llega a establecer una gran sintonía, una fuerte vinculación con su faceta maternal que la envuelve en una extraña pero sensible y única emotividad. Las cicatrices de las mamás serán siempre recuerdo de confusos sentimientos iniciales, sí, pero también de la mejor iniciación al más puro amor que existe: el amor de madre.
Nota al lector : Las fotografías que ilustran este artículo han sido realizadas por Jade Beall, fotógrafa y mamá que promueve la aceptación del cuerpo femenino materno de una manera excepcional.