Hay puertas que es mejor cerrar para siempre
¿Te suena? ¿Aquello de no dejar de una “tacada” una relación y mantener esta no-decisión en el tiempo? No dejarla a la primera si no ir dejando a plazos. No cerrar la puerta del todo, manteniéndola abierta. Algo así como tener una herida a medio curar y no hacer nada por remediarlo. Dejar a la primera implica tener muy clara la decisión. Pero sobre todo implica no alargar un sufrimiento en el tiempo.
Implica ser valiente, asumir las consecuencias que van a venir una vez tomes la decisión. A veces no tomamos esa decisión porque no somos conscientes plenamente del daño que hemos recibido en una relación. O no la tomamos porque no somos muy conscientes de la dependencia emocional que nos está anclando a nuestra pareja. A costa de todo.
La dependencia emocional arrastra con su corriente nuestro amor propio. Puede con todo. Es como un tsunami que tiene una fuerza bruta y poderosa. Arrasa absolutamente con todo lo que queda a su paso, con los pilares que sostienen las casas…. Con nuestra propia “casa”.
La dependencia emocional nos encadena a aquello que nos hace daño
Nuestra propia casa siempre debería estar construida sobre unos pilares sólidos. Unos pilares de autorrespeto, amor propio y autocuidado. Si no tenemos estos pilares, los buscaremos fuera. Quedaremos vendidos, por tanto, a cualquier persona que nos muestre un poco de amor. Algo así como “te quiero más que a mí misma”. Una frase preciosa para una canción pero demoledora para cualquier corazón.
La dependencia emocional y la falta de amor hacia nuestra propia persona son las cadenas con las que cargamos y nos impiden movernos libremente. Nos ciegan y nos convierten en un títere del autoengaño en el que nos hemos sumergido.
Amar al otro es algo bellísimo, pero jamás hemos de perder el amor que debemos sentir hacia nosotros. Nunca el amor hacia otra persona puede justificar que nos pisoteemos una y otra vez. Que los límites que nos salvaguardan del daño sean traspasados. Y con amor hacia nosotros no nos referimos a un amor narcisista en el que uno no ve más que a sí mismo. Nos referimos a esos límites sanos que nos hacen huir de lo que nos daña en vez de abalanzarnos sobre ello.
La negación es el mecanismo que nos ayuda a seguir en una relación dañina
Muchas veces el mecanismo de defensa que está detrás de este comportamiento de dejar a plazos, de alargar la ruptura, o simplemente de aplazar la verbalización de esta es el de la negación. Me tapo los ojos. No veo lo que está delante de mí. Me creo mil y una excusas con tal de no ver la realidad y no tomar la decisión final.
Probablemente conozcas personas que se ayudaban de la negación para no tener que asumir las consecuencias de la ruptura. Estar solo, transitar el duelo que supone dejar a alguien a quien se amaba, asumir que el amor no lo justifica todo… Son consecuencias inevitables que hemos de vivir.
Hay personas que por no asumir esta realidad del amor propio siguen en relaciones complicadas que acaban con su paz mental. Mantienen el daño antes que estar solas y cerrar su puerta a esa relación que tanto daño les hace. Otra vez el tsunami arrasa con ellas. Nos convertimos en marionetas guiadas por la dependencia y la negación.
¡Cierra la puerta a todo aquello que te daña y no te deja vivir tranquilo!
Por ello hay relaciones que es mejor dejar de un plumazo. Cerrar la puerta sin tenerla semanas, meses o incluso años entreabierta. Mantenerla entreabierta mantiene la dependencia y nuestra ceguera. Ciérrala sin miedo. (Y si tienes miedo compártelo con las personas que más te quieren o si necesitas recurrir a una terapia… ¡hazlo!).
Todo el aprendizaje que vas a obtener una vez tomes esta decisión va a ser inmenso y te va a servir para todos los momentos difíciles que enfrentes a partir de entonces. De esta manera, los pilares de tu vida se verán reforzados con este nuevo movimiento que vas a hacer.
Mucho ánimo a todas esas personas que se encuentran con esta puerta a medio cerrar y que en el fondo saben que es una de las mejores decisiones que puedan tomar. Y es que como dijo San Agustín: “La felicidad consiste en tomar con alegría lo que la vida nos da y en soltar con la misma alegría lo que la vida nos quita”.