La aceptación incondicional o cómo no querer cambiar al otro a toda costa
Seguro que en varias ocasiones has sentido que tu valía como persona dependía de que cumplieras unas expectativas. Con ello aparece una sensación desagradable, que racionalmente quizás no asumas, pero que no puedes evitar sentir. Por otro lado, “el que manda” pretende generar en nosotros esta sensación porque entiende que es una manera de asegurarse nuestra obediencia. De una forma u otra, cuando aparecen condiciones para la aceptación, esta deja de ser incondicional.
“Si haces lo que yo quiero que hagas, eres un buen hijo”. “Si haces esta carrera, me sentiré muy orgulloso de ti”. Ahora….¡intenta no darme el disgusto de hacer otra que no sea la que yo te digo! “Tienes que ser el gracioso y el bromista del grupo de amigos para que nos guste estar contigo”. La aceptación incondicional implica querer a alguien por quien es, con su forma de ser y estar en el mundo, sin querer amoldarlo a nuestro antojo.
Esto no quiere decir que dejemos de ser sinceros con él o que dejemos de indicarle aquello que no nos parece bien. Una cosa es la sinceridad y otra el chantaje emocional para manipular al otro.
Cumplir con los mandatos externos nos aleja de aceptarnos como somos
A simple vista parecen mensajes inofensivos que no tienen mayor trascendencia en nuestra vida cotidiana. Pero parémonos a pensar por un momento qué puede pasar si yo cumplo ciegamente cada uno de estos mensajes: puedo convertirme en lo que los demás quieren que yo sea. ¡Estoy vendida! A mis padres, mis amigos, mi pareja… Todos inevitablemente, de una forma más o menos velada, nos van a pedir que seamos lo que ellos necesitan que seamos.
Lógicamente es nuestra responsabilidad asumir o no estos mensajes como mandatos inquebrantables. Nosotros podemos poner nuestros límites de una manera sana y asertiva. “No seré quién quieres que sea, pero quiero seguir siendo tu amigo. Si me aceptas tal y como soy, será estupendo, si no, tendré que marcharme”. Esta petición que parece tan sencilla de decir es un acto de valentía enorme, con nosotros mismos y con la persona a la que queremos mostrárselo.
La aceptación incondicional es un ejercicio de amor con los demás
Empezar de cero nuestra relación con el otro, desde la aceptación incondicional, es un ejercicio de respeto hacia el valor intrínseco del ser humano. Estar inmersos en una relación cuya continuidad depende de si cumplen o no lo que les pedimos puede ser agotador y muy frustrante. Por supuesto, no estamos hablando de aceptar incondicionalmente comportamientos que dañen nuestra salud emocional y física. El respeto es una condición base para cualquier relación.
Si eres alguien muy sensible y tienes un amigo que es más racional, probablemente haya momentos en que sientas que no te entiende, o que no se pone en tu lugar, y ello te lleva inevitablemente a frustrarte cada vez más, porque él es así. Podrá cambiar con el tiempo o no hacerlo, pero no depende de tí.
En estos casos lo más sano pasa por aceptar que nuestro amigo es diferente a nosotros y que muchas veces no podrá darnos lo que necesitamos, pero que sí podrá darnos otras cosas que alimenten la amistad. Quizá, aunque no sea tan emocional como para que nos sintamos comprendidos, puede que sea de las pocas personas con las que vamos a poder contar siempre.
“Señor, concédeme la serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, valor para cambiar aquellas que puedo, y sabiduría para reconocer la diferencia”
-San Francisco de Asís-
Aceptar a un ser querido sin condiciones es querer su esencia sin desear cambiarla a toda costa. Es tener una mirada amable hacia aquello que no nos gusta tanto de él. Aceptar sin condiciones no implica obligarnos a amar sus peculiaridades, porque tenemos todo el derecho a que no nos gusten ciertos aspectos de otras personas. Pero sí podemos respetarlos y entenderlos como parte de un todo, más o menos lógico, que representa a la otra persona.
Ejercer la aceptación incondicional empieza por practicarla con nosotros
Este ejercicio, el de aceptar sin condiciones al otro, deberíamos poder llevarlo a cabo con nosotros mismos. En la medida en que yo sea alguien muy exigente, muy perfecionista, exigiré al otro que sea como yo quiero. Aceptarse tal y como uno es no es conformarse, ni es asumir como estanco aquello que pueda florecer. Aceptarse es respetarse, es quererse y no castigarse por no llegar a los estándares que nos imponemos o nos dejamos imponer.
Si yo consigo estar a gusto con la esencia que me conforma, con mis luces y mis sombras, con mis infinitos matices, con todos mis colores… Si yo consigo querer y respetar todo este crisol de experiencias internas, sentimientos, sensaciones, pensamientos y actos, con toda seguridad me sentiré más sano mentalmente y mis actitudes siempre tendrán valor.
“La curiosa paradoja es que cuando me acepto tal como soy, entonces, puedo cambiar”
-Carl Rogers-
Si me acepto y me quiero por como soy -no solo si cumplo las condiciones que me he impuesto- podré mirar al otro desde este amable prisma, y aceptarle como el todo que representa. Si le miro desde esta confianza de aceptarle por quien es, se sentirá más comprendido y menos inhibido para ser él mismo. Los árboles -aquello que no me gusta de él- no me impedirán ver el bosque.
¡Podré contemplarlo con todo el potencial que mi visión intacta me aporta!