La aceptación y la resignación: dos conceptos muy diferentes
Existen conceptos cuyos significados son tan similares que suelen ser confundidos con frecuencia. La aceptación y la resignación son dos de estos vecinos, no siendo de poca importancia aquello que los diferencia. Ahora bien, ¿por qué nos cuesta precisar si hablamos de uno u otro?
Porque ambos representan una acción o un proceso que supone un cambio de perspectiva al respecto de una circunstancia más o menos concreta. Aceptar y resignarse son procesos vitales que influyen, sobre todo, en nuestro control sobre lo que nos rodea. No solo del mundo físico, sino también de nuestras ideas, expectativas, esquemas mentales, etc.
De hecho, ambos conceptos suelen alterar lo que decidimos que está bajo nuestro control (o puede estarlo) y lo que no. Pero es precisamente cómo llevamos a cabo esta alteración de los elementos que están bajo nuestro control lo que diferencia la aceptación de la resignación.
¿Por qué es importante diferenciar la aceptación y la resignación?
Diferenciar la aceptación de la resignación no es solo un ejercicio didáctico o semántico. Si conocemos los dos conceptos, nos será más fácil identificar nuestra actitud o conducta ante un hecho vital que invite a cambiar nuestra percepción de control.
En psicología, la diferencia entre aceptación y resignación cobra importancia. En muchos de los casos que llegan a consulta, parte del proceso terapéutico pasa por realizar un ejercicio de aceptación. Pero, ¿es posible que los pacientes puedan confundir aceptar y resignarse? Sí, con bastante frecuencia. De hecho, explicar las diferencias entre ambos suele ser necesario y forma parte de lo que llamamos ‘psicoeducación’.
Diferencias entre la aceptación y la resignación
Dada la importancia de delimitar estos conceptos, lo mejor es profundizar en qué los diferencia:
Voluntad
Aceptar y resignarse no son procesos similares en cuanto a voluntad se refiere. La aceptación es un proceso que se realiza, en buena medida, de manera consciente. Es más, las intervenciones terapéuticas invitan a aumentar el grado de consciencia sobre un problema antes de trabajar la aceptación.
Por otro lado, la resignación no se busca en el marco terapéutico, se produce de una manera mucho más inconsciente y produce malestar. A veces, las circunstancias vitales hacen que bajemos los brazos y que ni siquiera nos demos cuenta de ello.
Rol
El papel de la persona en un proceso de aceptación y en un proceso de resignación es diferente. Mientras que en el primero estaríamos ante un rol activo, en el segundo el rol sería más pasivo. Es decir, existe una toma de decisión para realizar un cambio que normalmente repercute en nuestro estado emocional si hablamos de aceptación.
En el caso de la resignación, solemos situar la responsabilidad de nuestro cambio de perspectiva en factores externos a nosotros, circunstanciales. De ahí que la persona que se resigna suele tener un rol pasivo en dicho cambio.
Intención
Al resignarnos, la intención, aunque puede que tenga su lógica evolutiva, no nos conduce a reducir el sufrimiento que vivimos debido a una situación determinada. Cuando aceptamos lo hacemos para reducir nuestro sufrimiento.
Juicios
Aceptar nuestra realidad es un logro que se alcanza cuando dejamos a un lado la toga. Es decir, aceptar, per se, no ha de situarnos en un determinado rol, de víctima, por ejemplo. Es más, no emitir juicios de nuestra situación es uno de los factores que hace este ejercicio tan duro en muchas ocasiones.
Cuando uno se resigna, la persona suele convertirse también en su juez más severo; se centra en si un hecho es más o menos justo, o en si un cambio es más o menos oportuno, amén de otros muchos.
La aceptación y la resignación en nuestras vidas
El deporte forma parte de la vida y además es, en muchas ocasiones, un reflejo de ella. En él vivimos experiencias vitales contextualizadas, como la derrota, la pérdida, el éxito, la frustración o la euforia. En esta representación de la vida se puede observar, tal vez, con más claridad, la diferencia entre aceptar y resignarse.
Imagina que practicas un deporte colectivo como el fútbol o el baloncesto. Imagina que estás en pleno partido y debido al tiempo que queda y a la diferencia de goles o de puntos va a ser imposible dar la vuelta al marcador, e imagina que existe algo importante en juego (es la final de un torneo, el partido que clasifica al equipo para un campeonato nacional…).
En este punto, un ejercicio de aceptación de la situación pasaría por seguir jugando, con la misma intensidad y las ganas de marcar gol o anotar puntos, por una cuestión de dignidad, deportividad o respeto al equipo y a ti mismo.
Sin embargo, resignarse aquí seguramente obtenga un resultado algo diferente, como el jugar sin la misma intensidad y adoptar una actitud indiferente o despreocupada.
La aceptación no es un ejercicio fácil, pero la vida nos predispone a practicarlo. Una persona con una enfermedad crónica tendrá que hacer frente a un proceso de aceptación vital, y ese proceso no siempre va a ser regular ni estable. La aceptación, como proceso, está sujeto a altibajos.
Diferenciar la aceptación y la resignación como un ejercicio es interesante porque, al igual que sucede con otros ejercicios, cuando lo practicamos, aprendemos a hacerlo cada vez mejor. Y ese aprendizaje tiene mucho que decir en nuestra felicidad.