La ansiedad y sus preguntas
La ansiedad es un estado que nace de la interpretación de que existe un peligro o amenaza a nuestro alrededor y que debemos de huir de él o hacerle frente, si es que queremos sobrevivir.
En la actualidad, la hemos calificado como un estado negativo que no deberíamos sentir por lo desagradables que son sus síntomas fisiológicos y lo mucho que nos coarta la libertad. Pero lo cierto es que la ansiedad, bien manejada, es una emoción sana y adaptativa sin la cual no habríamos sobrevivido.
En la actualidad, la sufren multitud de personas en todo el mundo y se manifiesta de muchas maneras, pero todas ellas tienen en común el hecho de que aquel que la padece, interpreta la realidad como muy amenazante, como terrible o como una catástrofe que está por llegar.
La persona con ansiedad cree sin vacilación que algo muy malo está por venir y que ha de prepararse, ya sea para huir y mantenerse a salvo o para luchar y defenderse.
Normalmente los pensamientos negativos que nos generan la emoción de ansiedad toman forma de preguntas. Estas preguntas van encaminadas a confirmar nuestras propias creencias, ya sean de necesidad de aprobación, de perfección, de seguridad, etc.
En este sentido, la emoción tiene la función de ayudarnos a conseguir nuestros objetivos, que en el caso de la ansiedad, son huir o atacar y lo hace a través de la conducta. Pero cuando estamos ansiosos, ya a nivel insano, nos encontramos con que la emoción no nos ayuda, si no que nos entorpece la consecución de metas y nos pone la zancadilla en todos nuestros objetivos.
La clave para que esto no ocurra, reside en cambiar nuestras interpretaciones a la vez que modificamos nuestra manera de comportarnos. Para ello debemos ser capaces de detectar nuestras creencias, cuestionarlas, debatirlas y reemplazarlas por otras más verdaderas.
Las preguntas de la ansiedad
Hemos comentado que en muchas ocasiones la ansiedad se comunica con nosotros haciéndonos preguntas que nos ponen alerta y nos activan a nivel fisiológico. Suelen ser preguntas de carácter negativo, encaminadas a que filtremos la realidad de manera que solo podamos contemplar la pequeña posibilidad de peligro, vista, claro está como muy probable.
Ansiedad generalizada: ¿Y si…?
La ansiedad suele preguntar siempre por esa pequeña posibilidad, pero en el caso de la ansiedad generalizada, la posibilidad de peligro se extiende a multitud de situaciones de la vida diaria, lo que dificulta mucho el día a día de la persona que la padece.
El “¿Y si?” aparece por todas partes (referente a los hijos, a la pareja, a circunstancias ambientales, al trabajo…) lo que “obliga” a la persona a ponerse alerta durante demasiado tiempo y en demasiadas circunstancias, sin descanso, ni físico, ni mental.
Sienten que deben preocuparse para que esas posibles, aunque improbables, catástrofes no ocurran y al final se encuentran con que la preocupación que les invade es por lo que realmente tendrían que preocuparse.
Trastorno de pánico: ¿Y si me da un infarto?, ¿y si me vuelvo loco?, ¿haré el ridículo?
Aquí las personas sienten ansiedad debido a los síntomas de su propia ansiedad. Es como el niño que se asusta de su propia sombra y que cuanto más corre, más le persigue.
Las preguntas versan sobre las consecuencias catastróficas de las manifestaciones fisológicas de la ansiedad, las cuales se pueden parecer a ciertas enfermedades e incluso hacernos pensar que nos vamos a volver locos o vamos a morir. Hay personas que también temen desmayarse y hacer el ridículo o “montar un numerito” en plena calle, lo que hace que eviten salir cada vez más, consolidándose así la agorafobia.
Hipocondría: ¿Y si me detectan una enfermedad mortal?
Como podría esperarse, en el caso de la hipocondría, la ansiedad nos asusta preguntándonos por la posibilidad de que enfermemos e incluso nos añade la idea de la muerte. Para intentar paliar ese miedo, comprobamos nuestra salud una y otra vez o bien evitamos visitar al médico. De esta manera, aunque estemos enfermos, no nos enteramos y de ese disgusto nos “libramos”.
Fobia social: ¿Y si hago el ridículo?, ¿y si notan que soy tímido?
En la fobia social, nuestro diablito interior nos pregunta constantemente qué pasará si hacemos el ridículo, si no tenemos nada que decir, si metemos la pata o sobre qué pueden pensar los demás de nosotros.
Este bombardeo de preguntas hace que reaccionemos con miedo, nos pongamos rojos de vergüenza, sudemos, tartamudeemos y a su vez temamos que estos síntomas también se noten, porque eso nos hace sentirnos aún más “débiles”. Al final acabamos huyendo de “situaciones tan peligrosas” para nosotros, confirmándonos que no tenemos remedio.
La ansiedad es un diablillo interior
Como acabamos de ver, la ansiedad es un diablillo interior al que le encanta ponernos alerta, vernos sudar, temblar, acalorarnos o hiperventilar. Este diablito disfruta haciéndonos preguntas negativas o diciéndonos que todo es peligroso y debemos de salir corriendo.
Cuanto menos caso le hagamos, más se cansará y progresivamente, irá dejándonos en paz. La clave es mirarlo de frente, aceptarlo y decirle que ya conocemos sus trucos pero esta vez estamos por encima de él y no nos vamos a dejar asustar tan fácilmente.
Reta a ese diablillo, cuestiónalo y no lo creas pues es bastante mentiroso. Pero, aunque te haga sentir mal, incómodo o asustado, acuérdate siempre que no deja de ser una interpretación irreal y que los síntomas no son sino producto de una emoción que en el fondo solo quiere ayudarnos.