La buena salud es resultado de la coherencia y el equilibrio
Varias de las medicinas complementarias o alternativas sostienen que la buena salud es fruto del equilibrio interior, más que de cualquier factor externo. Ese equilibrio, a su vez, se logra a partir de la coherencia en la forma de pensar, sentir y actuar. Todo ello se consigue cuando logran resolverse los conflictos que muchos guardamos.
Para llegar a esas conclusiones, hay ramas como la “patobiografía” que estudia el momento de la vida en que se produce una enfermedad. La Fundación Chiozza de Argentina, por ejemplo, tiene miles de casos reseñados durante 30 años. En todos ellos, logró encontrarse una relación directa entre la pérdida de la salud y algún conflicto que las personas se negaban a reconocer.
Por su parte, Enric Corbera, psicólogo español, señala que la clave para recuperar la buena salud es llegar a la “emoción oculta”. Según él, dicha emoción podría ser incluso transmitida desde una generación anterior.
“El equilibrio es el perfecto estado de agua calmada. Que ese sea nuestro modelo. Permanece tranquilo en el exterior y sin disturbios en la superficie”
–Confucio–
Así las cosas, para tener una buena salud tenemos que indagar en nuestro interior para identificar aquellos rincones oscuros que necesitan una limpieza. La toma de consciencia se traduce en comportamientos más coherentes, es decir, más acordes con lo que realmente deseamos hacer. Finalmente, esto se proyecta como un estado de mayor equilibrio y, con ello, nuestro cuerpo se encontrará mejor.
La buena salud y la coherencia
Se habla de coherencia cuando coincide lo que sientes, con lo que piensas y haces. Ningún ser humano tiene una coherencia absoluta, pero quienes ostentan una buena salud mental sí son básicamente coherentes en los aspectos más importantes de sus vidas. Por eso no tienen que hacer un gran desgaste emocional frente a cada situación.
Las personas coherentes suelen sentir interés por su trabajo. Buscan las compañías que les agradan y establecen relaciones en las que prima la armonía y el afecto. También son buenos negociando con las limitaciones naturales que perciben en ellos, sin caer en angustia o la desesperación. Y, como precisamente tienen esa coherencia, en general gozan de buena salud, ya que sus emociones se mueven a un ritmo que pueden controlar y del que se puden servir.
En cambio, otras personas experimentan un malestar constante por su forma de vida, pero no atinan a precisar exactamente de dónde proviene, ni tampoco hacen esfuerzos reales para superar esa inconformidad. Quisieran ser otros, o vivir de otra manera, pero no se esfuerzan realmente por hacer esos cambios.
En ese caso, cada situación puede implicar un alto grado de desgaste emocional. Si trabajan en lo que no desean, tendrán que hacer muchos esfuerzos para soportarlo. Si viven o establecen lazos en los hay un fuerte componente de daño mutuo, se verán obligados a sortear miles de dificultades a cada rato. Y así las cosas, en ese maremágnum de emociones encontradas, lo más probable es que su salud termine resintiéndose.
El equilibrio y la salud
Muchos definen la enfermedad como la pérdida de equilibrio en uno o varios aspectos de la vida. Un malestar de salud estaría indicando que se ha producido un exceso o un defecto en el intercambio con el entorno. Y, principalmente, que el organismo no ha sido capaz de sortear la falta o la abundancia de algo.
Cuando las emociones están alteradas por alguna razón, lo que ocurre es precisamente que nuestro cuerpo pierde su equilibrio y no puede funcionar normalmente. Ese desequilibrio es químico en primera instancia, pero si se mantiene por mucho tiempo repercutirá físicamente en la estructura de nuestros órganos.
Esto se comprueba fácilmente cuando, por ejemplo, tienes un gran enfado, o has vivido algo que te impresiona mucho y luego te piden que comas. Seguramente tu propio cuerpo se encargará de rechazar el alimento, porque primero debe apaciguar los efectos de esa experiencia. Una vez restaurada la calma, volverá a asimilar la comida con normalidad.
El ejemplo es simple, pero sirve para ilustrar la forma en la que lo emocional puede condicionar el funcionamiento de nuestro cuerpo. Y si eso ocurre con frecuencia, en definitiva, el cuerpo termina enfermando. Pero no es el factor externo lo que te enferma, sino esos conflictos que se expresan como estados emocionales alterados y que le impiden a tu cuerpo aceptar y procesar lo que viene de afuera. El camino de la salud es llegar hasta esas emociones disfrazadas, quitarles la careta y resolverlas.