La cara positiva de las emociones de valencia negativa
Muchos postres dulces llevan sal. Poquita, pero la llevan. Es un punto que, como diría un chef, le da otra dimensión al plato. Potencia todos los sabores que hay en él. Si falta, notas su ausencia, pero tampoco puedes decir que esté malo. Las emociones de valencia negativa jugarían un papel similar.
La tristeza le da otro sabor a la alegría, el enfado o enojo le da otro sabor a la reconciliación y, por extensión, al arte de vivir. Como la sal, son capaces de estropear el plato si se convierten en predominantes: todos estaremos de acuerdo en que un postre no es salado, a pesar de que lleve sal… y es que, como pasa también en las películas, en las novelas o en las obras de teatro, los personajes secundarios brillan cuando encajan perfectamente en los vértices de la trama.
El extremo lo vemos en muchas comedias, que se acercan al humor deslizándose por el tobogán de lo trágico. Verbalizando lo que muchos pensaríamos en una situación y nadie dice, explotando la falta de adaptación de los personajes y haciendo que prevalezcan en determinadas escenas rasgos de su carácter cuando la mayoría de nosotros, en esos casos, optaríamos por la adaptación -sin que casi nadie se atreviera a acusarnos de falsos por hacerlo-.
Así, vamos con algunas de esas emociones de valencia negativa que es bueno que jueguen “el papel de sal” en nuestro conjunto vital.
El enfado
El enfado no es resentimiento. Quizás sea este punto el primer que tengamos que aclarar. De hecho, si el enfado se trasforma en resentimiento, nos habremos pasado de sal.
Se trata de que esta emoción nos motive a protegernos en un momento determinado. Se trata de canalizar su energía, pero no de contenerla de manera poco inteligente -de esa que se vuelve contra nosotros (ese sería el resentimiento o, poniéndonos un poco más literarios, la esperanza de venganza)-. Se trata de que nos motive para mostrarnos asertivos y defender el derecho que pensamos que otros han violado.
Quizás uno de los personajes más icónicos en el otro extremo sea El conde de Montecristo. No solo sufre en sus años de encarcelamiento, sino que lo sigue haciendo después, a pesar de haberse encontrado con una inmensa fortuna.
Su forma de actuar no es ilógica, de hecho puede llegar a darnos la sensació0n de que no tenía otra opción -y nadie puede negar el interés que le da a la novela-. Ahora, ¿podríamos decir que es emocionalmente inteligente? ¿Realmente su condena termina cuando escapa? ¿Cuánto tarda en dejar de ser prisionero de lo que un día le hicieron? La venganza, cuando se sirve fría, tiene un sabor muy amargo y rara vez es reconstituyente. Mientras, el rencor no es un veneno de mejor sabor.
“Las heridas mortales tienen de particular que se ocultan, pero no se cierran: siempre dolorosas, permanecen vivas y abiertas en el corazón”.
-Alejandro Dumas, El conde de Montecristo–
La tristeza
Si antes distinguíamos entre el enfado y el rencor o el resentimiento, también es necesario hacerlo entre la tristeza y la melancolía. Este último término hace referencia a un estado en el que la emoción que predomina es la tristeza. Los orígenes más frecuentes de la melancolía son la añoranza o la ausencia de esperanza.
La tristeza, en forma de pizca de sal, nos invita a la reflexión. Desciende el ritmo de nuestra corriente de pensamientos, nos confiere un margen cognitivo para tomar decisiones y construir un relato con el que podamos convivir. Un historiaa, verdadera o falsa, que podamos integrar y nos permita seguir adelante. Un brecha de esperanza en el futuro o una reconciliación con el pasado. De este modo, la tristeza puede marcharse para dejar espacio, por ejemplo, a la alegría.
Esta situación es muy característica de los procesos de duelo. Al ser una emoción, la tristeza tiene un recorrido corto como protagonista. Así, en muchos casos la emoción que la sustituye y trata de sostenerla es la culpa. La de sentirnos alegres o contentos por algo que nos ha sucedido tan cerca de la pérdida. Somos nosotros mismos en este caso los que nos negamos a salir de la tristeza por un tipo de disonancia muy característica, pero no es la emoción. De hecho, esta probablemente ya ha cumplido su propósito.
“La tristeza es también un tipo de defensa”.
-Ivo Andric-
Las emociones de valencia negativa en nuestras manos
Las emociones, mal gestionadas, pueden ser la puerta de entrada a una afección emocional crónica y poco adaptativa. Lo hemos visto con dos emociones simples o básicas, pero también lo podríamos extender a emociones más complejas por definición, como son la envidia o la asociada al orgullo.
Si la psicología positiva ha tenido un gran éxito no ha sido por inspirar el optimismo, sino por hacernos ver que una vez que se produce una emoción nosotros podemos tomar decisiones para gestionarla. Podemos realizar ajustes muchas dimensiones -fisiológica, conductual, cognitiva- y en muchos planos -interpersonal, intrapersonal- para que las emociones de valencia negativa sean una gran contribución, como la pizca de sal a los postres, para nuestro bienestar.