La naturaleza, nuestro hogar: sentir, conectar y cuidar
Cada 3 de marzo se celebra el día de la naturaleza. Henry David Thoreau, el conocido filósofo del siglo XIX que se alzó como el padre de la concienciación medioambiental, dijo en su día que preservar ese mágico mundo significa, a fin de cuentas, cuidar de nuestro futuro. Tan simple como eso y a la vez tan complicado.
Salvaguardar el medioambiente y todos esos ecosistemas que lo conforman significa asegurar nuestro futuro, nuestra supervivencia en un planeta que cada día está más herido. Porque si hay algo que olvidamos a menudo es que la naturaleza, en realidad, no nos necesita. Es más, en ocasiones actuamos como un virus que la destruye y la hace enfermar. Sin embargo, cada uno de nosotros sí la necesitamos a ella en todos los sentidos posibles.
Los bosques, las selvas, los pastizales, las montañas, los océanos y los mares, los ríos, humedales y costas… En nuestro pequeño planeta, ese punto azul pálido en el Universo, como diría Carl Sagan, habita un escenario natural tan maravilloso como rico. Más allá de su innegable belleza y de los seres vivos que lo conforman, están esos recursos que permiten nuestra subsistencia.
El cambio climático es real y sus efectos son y serán en las próximas décadas devastadores en caso de que no tomemos medidas. Nuestros océanos tienen ahora en su composición un elemento que no les pertenece, un agente que ha creado el hombre y cuyo impacto es enorme: el plástico. Estamos perdiendo la biodiversidad, el Amazonas está herido y la desertificación avanza año tras año…
Es momento de tomar conciencia. Es hora de hacer hacer cambios y no quedarse solo con las intenciones…
Sentir la naturaleza, la voz que nos habla
Hay un sutil equilibrio en la naturaleza que a veces nos cuesta percibir. Sentirla, entender su lenguaje es complicado cuando nuestro hábitat son las ciudades, cuando nuestro cuerpo y nuestra mente se han habituado al rumor de lo urbano, al sonido, las formas y el olor de las grandes capitales. Pero aún así, la naturaleza siempre nos llama, es quizá algo atávico que emerge de nuestras raíces.
Sentir la naturaleza significa ser capaz de entender que en ese mundo reina el equilibrio. Cada árbol, cada helecho, cada coral bajo el mar y cada abeja polinizando una flor, tiene su lugar y su esencia intangible. Si eso cambia, si se altera su lugar y su continuidad en el rincón que siempre le fue dado, algo se quiebra.
Por ello, más allá de las clásicas (y necesarias medidas) de protección a la naturaleza, está la necesidad de saber sentirla y entenderla. Lo primero por tanto es la educación. Tomar conciencia de que el medioambiente y cada uno de sus elementos son sagrados, nos ayudaría sin duda no solo a preservarlos, sino también a disfrutar mucho más de ellos.
“Los árboles son los esfuerzos de la tierra para hablar con el cielo que escucha”.
-Rabindranath Tagore-
Conectar con lo natural: bienestar y salud
Conectar con la naturaleza es algo más que abrazar un árbol. Es también escuchar su silencio para comprender su lenguaje, ese que susurran los ríos, ese que trae el océano con el ronroneo de las olas. Es también, ser capaces de escuchar la vida que hay en los bosques y en las selvas, tan variada y sensible a la vez al impacto de las talas masivas y la contaminación.
La conexión con cada uno de los ecosistemas de nuestro planeta nos permite a su vez, encontrarnos a nosotros mismos. Apreciar esos escenarios nos descalza a menudo de preocupaciones, de ansiedades y presiones externas.
La naturaleza es nuestro hogar y siempre somos bienvenidos en su regazo, sin embargo, la hemos descuidado desde hace décadas, de ahí que las Naciones Unidas hayan propuesto la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible.
Los compromisos a los que se han asumido son los siguientes:
- Combatir el cambio climático.
- Reducir el impacto del plástico en mares y océanos.
- Preservar los bosques.
- Frenar la desertificación.
- Detener la pérdida de la biodiversidad.
Cuidar la naturaleza: la regla de las tres erres
Cuidar de la naturaleza es una responsabilidad de todos. Necesitamos acuerdos mundiales, legislaciones firmes, compromisos de las grandes potencias y, lo que es más importante, que no nos quedemos solo con las buenas intenciones. Porque si deseamos garantizar un buen futuro para las próximas generaciones, hay que hacer cambios en el día a día.
Y esa responsabilidad, recae en cada uno de nosotros. Para ello, es bueno recordar la conocida regla de las tres erres. Consiste en lo siguiente:
Reducir
Reducir significa ser capaces de minimizar el consumo de productos que son contaminantes o que acaban con los recursos naturales. En la medida que nos sea posible, sería adecuado bajar la adquisición de elementos que lleven plásticos: bolsas, botellitas, pajitas, palitos para los oídos, etc.
Otros ejemplos de reducción para cuidar de la naturaleza, serían los siguientes:
- Limitar el uso de alimentos preparados (los cuales, siempre se contienen envases de plástico).
- Ahorrar energía. Apagar todas las luces y aparatos que no estemos usando.
- Cerrar el grifo de agua cuando no lo necesitemos (mientras lavamos los platos o nos cepillamos los dientes, por ejemplo, el grifo no tiene por qué estar abierto).
Reutilizar
Estamos más acostumbrados a desechar que a reutilizar. Los grandes cambios parten de avances sencillos, así, usar por ejemplo el agua de nuestra ducha o baño para llenar la cisterna del váter, sería un modo de evitar el exceso de consumo de agua.
Lo mismo podemos hacer con otros productos: las botellas grandes de plástico pueden servir de macetas, los envoltorios de ciertos productos pueden tener otros usos y la ropa que no usamos podemos darla a otras personas.
Reciclar
Un modo de evitar el impacto del plástico y del resto de elementos contaminantes para la naturaleza es reciclando. Someter a esos materiales más nocivos a procesos por los cuales, puedan tener otro uso, es algo imprescindible.
Algo así exige un buen compromiso por nuestra parte. Es momento por tanto de acabar con la cultura de usar y tirar, para reciclar todo lo que nos sea posible.
Para concluir, más allá de que el día de la Naturaleza se celebre cada 3 de marzo, hay algo innegable: es nuestro hogar. Si ella está bien nosotros estaremos bien. Este planeta, ese al que los griegos llamaron Gaia, nos necesita y debe atenderse los 365 días del año. Sintamos su voz, conectemos con ella y cuídemosla.