La teoría bifactorial de Mowrer: así funcionan tus miedos
A pesar de que la teoría bifactorial de Mowrer fue enunciada en 1939, sigue siendo uno de los modelos más interesantes. Lo es por dos razones: la primera porque nos permite entender los mecanismos del miedo y cómo se producen los trastornos de ansiedad y las fobias. La segunda razón por darnos un valioso punto de partida para tratar muchas de esas manifestaciones en las que el temor coarta el bienestar.
Hablar de ansiedad es referirnos, inevitablemente, a miedos y angustias. Ninguna dimensión es tan compleja y poliédrica como el propio miedo. Decía el poeta Horacio que quien vive temeroso jamás será libre. Pocos razonamientos son tan ciertos como este, aunque nada es tan propio del ser humano como albergar inquietudes y miedos.
Al fin y al cabo, forman parte de nuestra naturaleza y actúan además como mecanismos de supervivencia. Sin embargo, en ocasiones, derivamos en estados claramente indefensivos y patológicos. Los trastornos de pánico, las obsesiones o esas fobias que limitan por completo nuestra capacidad de tener una vida normal orquestan la cotidianidad de miles y miles de personas.
Son estados que nos arrinconan en el silencio de nuestros hogares y que no todo el mundo entiende. Comprender la mecánica más básicas del miedo nos puede ayudar a desenmascarar a nuestro peor enemigo. Profundicemos.
La teoría bifactorial de Mowrer: ¿en qué consiste?
La teoría bifactorial de Mowrer fue enunciada por Orval Hobart Mowrer en 1939. Este psicólogo estadounidense y profesor de psicología en la Universidad de Illinois es conocido sobre todo por sus investigaciones sobre la terapia conductual. Uno de sus intereses era saber cómo se originan las fobias y por qué razón son tan difíciles de extinguir cuando aparecen.
De nada sirve, por ejemplo, explicarle a una persona con miedo a los aviones que es más probable morir atropellado al cruzar un semáforo que en un accidente aéreo. La mente se aferra a determinadas ideas que se mantienen en el tiempo hasta delimitar por completo nuestro comportamiento. Así, el doctor Mowrer fue un pionero en esta materia y gracias a él conocemos qué mecanismos median detrás de muchos procesos de ansiedad.
Los miedos, las fobias y los trastornos de ansiedad surgen a raíz de dos fases, según la teoría bifactorial de Mowrer.
- Imaginemos a alguien que necesita tener las riendas de cada aspecto de su vida, alguien obsesivo y muy exigente. De pronto, sube a un avión por primera vez y siente cómo esa situación escapa a su control.
- Se siente encerrado, atado, a una gran altura respecto al suelo… Sufre una crisis de pánico y desde entonces es incapaz de coger de nuevo un avión.
- No solo eso. Ahora sus miedos se han hecho más grandes: pensar en vacaciones le aterra, al igual que en el trabajo. Verse obligado a coger de nuevo un avión intensifica aún más la ansiedad.
En este ejemplo, vemos por tanto dos fases, dos dimensiones que definen la teoría bifactoral de Mowrer. Son las siguientes.
Fase 1. El condicionamiento clásico
El doctor Orval Hobart Mowrer enfocó su investigación desde el encuadre de la teoría del conductismo. Así, el primer proceso que media en la aparición de las fobias y de muchos trastornos de ansiedad es el condicionamiento clásico:
- Un estímulo en apariencia neutro e inocuo (un avión, una araña, un escenario de trabajo, un supermercado lleno de gente, etc) se transforma de pronto en un estímulo doloroso o traumático.
- Por ejemplo, a raíz de una mala experiencia con mis compañeros de trabajo, ahora cada día me cuesta más levantarme y acudir a ese lugar. Mi trabajo se ha convertido en un foco que me genera malestar.
- Como vemos, en esta fase algo en apariencia normal se vive de manera desagradable.
Fase 2. El condicionamiento instrumental
Después de sufrir el impacto del condicionamiento clásico (un estímulo concreto adquiere una connotación dolorosa), lo normal es que fuese suficiente evitar esa situación, para volver a la normalidad. Sin embargo, en materia de fobias y ansiedad, el cerebro no funciona así.
Es entonces cuando entra en juego la segunda fase, es decir, el condicionamiento instrumental.
Sigamos con el ejemplo del lugar de trabajo traumático, ese en el que sufrí acoso o mobbing. En apariencia, bastaría con dejar ese empleo para que todo el sufrimiento terminara.
- Sin embargo, esto no siempre ocurre. Puede darse algo mucho más complejo y también común: cualquier escenario de trabajo me recuerda a mi experiencia pasada.
- Al rememorar todo lo ocurrido, sufro y me es imposible volver a trabajar. Mi mente relaciona cualquier empleo con lo vivido en el pasado.
- Con esta conducta lo que hago es reforzar el miedo: hay un estímulo que me asusta—> lo evito—> evito también todo lo que me recuerda a ese estímulo original—> con ello, logro que mi miedo sea aún más grande.
Por tanto, lo que evito no es el estímulo original aversivo, huyo de todo lo que se parezca, esté cerca o me recuerde a ese hecho.
La teoría bifactorial de Mowrer ¿en qué nos puede ayudar?
Como señala Giorgio Nardone, «el miedo mirado a la cara se convierte en valor y coraje; mientras que el evitado se convierte siempre en pánico».
La teoría bifactorial de Mowrer nos demuestra la base irracional que tienen muchos miedos y cómo estos limitan nuestra vida. Está bien por ejemplo huir de lo que hace daño, de lo que actúa como una amenaza real. Sin embargo, muchas de las fobias y los miedos no son lógicos ni garantizan nuestra supervivencia, más bien limitan nuestra vida.
Las técnicas de exposición son sin duda muy adecuadas para tratar estas realidades psicológicas. Ponernos ante el estímulo fóbico aterrador y racionalizar ese temor es siempre un buen paso. Asimismo la terapia breve estratégica es también a día de hoy, un buen recurso para desbloquear todo aquello que nos limita, que nos deja atrapados en la jaula de los miedos.
Salir de ellos, es responsabilidad nuestra y tenemos múltiples estrategias para lograrlo.
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- Mowrer, O.H. (1939). A Stimulus-Response Analysis of Anxiety and its Role as a reinforcing agent. Psychological Review, 46 (6): 553-565.
- Mowrer, O.H. (1954). The psychologist looks at language. American Psychologist, 9 (11): 660-694.