La última carcajada: los estereotipos de la vejez
Otra vez de la mano de Netflix, hoy vamos a analizar una película que se acaba de estrenar y que, como casi todas las historias interesantes, nos muestra una realidad bastante alejada de los clichés más o menos aceptados. Esta vez es el director Greg Pritikin quien, a través de dos grandes del cine como son Chevy Chase y Richard Dreyfuss, nos ofrece una “road movie” en tono de comedia. La película invita a hacer una reflexión sobre las ideas preconcebidas y los prejuicios que asociados a la edad.
La idea no es nueva. La industria del cine empezó ya hace algunos años con la buena costumbre de ofrecernos, de vez en cuando, una de estas comedias en las que colocan en cabecera a dos, tres o más actores de edad avanzada que han sido grandes leyendas del cine. ¿Quién no quedó impactado con los Space Cowboys?
Y es que resulta impactante ver a nuestros héroes, actores o actrices favoritas llegar a la vejez. Aquellos que se habían hecho un hueco en nuestros recuerdos de juventud cuando ellos eran también jóvenes. Nos impacta por la cercanía. Nos impacta porque les hemos visto jóvenes, guapos, ágiles e incluso nos habíamos enamorado de ellos.
Una vez más, con La última carcajada, el cine nos propone un buen tema sobre el que reflexionar. ¿Qué es lo que supuestamente se debe hacer o dejar de hacer a partir de cierta edad? No hace falta ser un gran actor de Hollywood para hacerse esa pregunta. Nos pasa o nos pasará a todos algún día.
Lo cierto es que hay muchas ideas establecidas en referencia a lo que es o no es conveniente, apropiado, saludable o indicado cuando las personas llegan a la última etapa de sus vidas. Y algunas personas se sienten totalmente perdidas intentando adquirir roles propios de su edad e intentando encontrar el sentido que parecen haber perdido en su evolución.
El argumento
Chevy Chase encarna en esta película a un jubilado, Al Hart, representante de actores cómicos durante toda su carrera profesional. Un trabajo que le apasiona. Ante la insistencia de sus familiares más próximos, preocupados por su avanzada edad, decide trasladarse a un complejo residencial para personas jubiladas.
Allí encuentra al que fuera muchos años atrás su primer cliente, Buddy Green (magistral, Richard Dreyfuss). Una, entonces, joven promesa de la comedia que abandonó una potencial brillante carrera en los escenarios para dedicarse a una profesión más seria y formar una familia.
El tiempo en la residencia de ancianos transcurre entre aburridos espectáculos de segunda, juegos de cartas, historias viejas y resignación. Al Hart no se termina de acostumbrar a aquello. Termina convenciendo a Buddy para que retome la carrera de cómico que abandonó en la juventud.
Se echan juntos a la carretera con destino a Nueva York. No le han dicho nada a sus familias, y sus compañeros de residencia piensan que se han vuelto locos. Al, como su representante, va consiguiéndole a Buddy espectáculos por innumerables ciudades y pequeños pueblos que atraviesan de camino a la Gran Manzana con un objetivo: un importante show de cómicos en televisión.
Los estereotipos de la vejez
Diferentes investigaciones han puesto de relieve que los estereotipos del envejecimiento se interiorizan progresivamente y que los individuos terminan proyectando estas ideas sobre sí mismos. Levy, Slade, Kunkle y Klas (2002) describieron este proceso. Desde niños aprendemos sobre los estereotipos de la edad y generamos expectativas sobre nuestro propio proceso de envejecimiento, sin cuestionarnos su validez.
Con frecuencia, cada vez que alcanzamos la edad de categorización de un grupo, los estereotipos ya están integrados en nuestros esquemas y comenzamos, inconscientemente, a aplicarlos a los demás y a nosotros mismos. De esta forma, modificamos nuestras percepciones sobre el envejecimiento y las ajustamos al estereotipo correspondiente. De manera inconsciente, introducimos cambios de conducta que conllevan consecuencias físicas y psicológicas.
Generamos conductas nuevas y dejamos de lado otras que adquieren carácter descriptivo (lo que es “normal” hacer) y prescriptivo (lo que se debe hacer). Y así vamos dándole forma al estereotipo. Lo cierto es que los individuos que no se ajustan al estereotipo de su edad, nos resultan extraños y en muchos casos despiertan rechazo. Sería el caso de personas mayores de 65 años que tengan relaciones sexuales con asiduidad, esquema que tenemos asociado como “normal” en otros grupos de edad.
Una actitud nada saludable
En un estudio de Cuddy, Norton y Fiske (2005) se comprobó que se atribuían menos rasgos de competencia a los mayores y más rasgos de cordialidad. Es decir, el estereotipo de la vejez contempla menos capacidades y más simpatía. Replicaron los resultados obtenidos en Estados Unidos en otros 6 países de distintas culturas, con los mismos resultados.
Comprobaron que las personas con percepciones más negativas de su propio proceso de envejecimiento habían sido menos longevas que aquellas con percepciones más positivas de esa etapa de su vida. En concreto, una media de 7 años y medio menos de vida. Y este hecho se daba por igual en ambos géneros y en las diferentes etnias, no encontrando tampoco diferencia alguna por el estatus socio económico o el nivel educativo.
Bargh, Chen y Burrows realizaron otro estudio (1996) con resultados asombrosos basado en los estereotipos para diferentes grupos de edad. Intentaron activar en un grupo de personas jóvenes estereotipos de los esquemas de la vejez. Lo hicieron a través de frases y palabras desordenadas y fotografías. Se observó que los jóvenes a los que se les habían activado las categorías de personas en la vejez andaban después de forma mucho más lenta.
Pensar en tono de humor
La última carcajada plasma magistralmente la necesidad de algunas personas de sentirse vivas hasta el último momento. La identidad de las personas se construye durante toda una vida. Resulta tremendamente cruel llegar a la última etapa de la vida teniendo que renunciar a lo que uno ha sido siempre, perdiendo en muchos casos la razón de ser y la autoestima. Envejecer es un privilegio, siempre y cuando no dejemos de sentirnos vivos. La última carcajada nos ofrece otro privilegio: el de volver a ver en escena a estos dos magníficos actores, quién sabe si por última vez.