Las deudas emocionales
Las deudas emocionales tienen un efecto similar al de las deudas materiales: angustian, generan culpa y se convierten en un lastre que entorpece la vida. La diferencia es que mientras las deudas económicas son concretas y tienen unos términos pactados, las deudas emocionales generalmente son fruto de fantasías y, por eso mismo, son confusas y engañosas.
“Cuanto más abiertos estemos a nuestros propios sentimientos, mejor podremos leer los de los demás.”
–Daniel Goleman–
Una deuda emocional aparece cuando te comprometes contigo mismo o con los demás a hacer algo y luego no puedes cumplir. A veces, ese compromiso es explícito: dices de viva voz que lo harás. Pero otras veces, la deuda se configura de manera inconsciente y ni siquiera tienes claro si debes cumplir o no con algo que sabes que esperan de ti, pero que en la práctica nunca te comprometiste a hacer.
Lo cierto es que una vez aceptas, consciente o inconscientemente, que “debes algo” en términos emocionales, toma forma una auto exigencia permanente para que cumplas. Y si no lo haces, como suele suceder, permanentemente se filtran en tu interior mensajes que te señalan y te atormentan, haciéndote sentir culpable.
Te repites que “tienes una cuenta pendiente” de diferentes maneras, y esto puede llegar incluso a convertirse en una fuerza poderosa que condicione tus actos y te impida ser y lograr lo que quieres.
Las diferentes deudas emocionales
Las deudas emocionales pueden originarse en situaciones inconclusas que, por uno u otro motivo, han quedado en puntos suspensivos. Un ejemplo de esto se presenta cuando le has dicho algo ofensivo, injusto o hiriente a una persona que amas y esa persona desaparece súbitamente.
Esta desaparición repentina puede ser causa de una fallecimiento o porque la persona decide alejarse de ti sin que puedas hacer nada. Te queda entonces el sinsabor de no haber tenido la oportunidad de pedir su perdón, o explicar tu conducta, o hacer las paces.
Hay otro tipo de deudas emocionales más complejas e imperceptibles, que se originan en esos compromisos que se adquieren implícitamente con los demás o con uno mismo. Quizás de niño pensaste que podías ser un gran médico y salvar muchas vidas. Ese era tu sueño. Pero creciste y tu vida tomó otro rumbo. El sueño quedó “en remojo”, pero actualmente te persigue la idea de que te has defraudado, que traicionaste una misión esencial de tu existencia.
También ocurre que el padre, la madre u otra figura con la que se tienes un vínculo emocional muy estrecho, instauren el compromiso. Quizás era otro el que quería que tú fueras ese gran médico, o una magnífica bailarina, o un deportista exitoso. Pero tú seguiste otras metas y, de todos modos, algo en tu interior te inquieta y te lleva una y otra vez a pensar que “estás en deuda” con esas figuras amadas.
Finalmente, las deudas emocionales también pueden originarse en experiencias negativas o traumáticas para ti. Por ejemplo, sufriste una afrenta cuando estabas en el colegio: un grupo de compañeros te “matoneaba” y no reaccionaste. Con los años, te reprochas el no haberte defendido y te sientes en deuda contigo mismo.
No hay deuda que no se pague…
El adagio popular indica que “no hay plazo que no se cumpla, ni deuda que no se pague”. Esto vale también para las deudas emocionales. Cuando aceptas que le debes algo a alguien, consciente o inconscientemente, buscarás la forma de pagar. Es como si estuvieras “en falta” o “en pecado” y esto va a traducirse en una serie de sentimientos y percepciones negativas acerca de ti mismo.
Las deudas emocionales fácilmente se traducen en tristeza sin que, aparentemente, haya algún motivo para sentirla. O en ansiedad: una angustia imprecisa, que no se sabe de dónde proviene y que, en todo caso, se mantiene latente en tu interior.
También te puedes convertir en una persona irritable, pesimista, o envidiosa. O en esa clase de gente que todo el tiempo está enojada y que, al mismo tiempo, se avergüenza de hacer y no hacer, de decir y no decir. En fin: son múltiples las formas en que una deuda no resuelta se filtra en tu vida.
Si hay una acumulación de deudas emocionales, también habrá una acumulación de tristeza, rabia, resentimiento o angustia. Si te sientes invadido por sentimientos negativos, pero no atinas a explicar el porqué o los porqué que encuentras no te satisfacen, vale la pena que hagas un examen de las posibles deudas emocionales que haya en tu vida.
¿Hay alguna situación que no tuvo un cierre concreto?, ¿alguna expresión de afecto, de rechazo, o de indignación que se te quedó atragantada?, ¿hay fantasías acerca de lo que pudiste haber sido, o lo que debías haber hecho, que, sin embargo, no cumpliste?
Esas y otras preguntas similares son las que debes formularte. Si identificas situaciones concretas que te han llevado a sentir deudas emocionales, lo que debes hacer es saldar las cuentas. Remediar concretamente lo que sea posible y reparar simbólicamente lo que sea imposible de cambiar.