Las expectativas realistas nos pueden ayudar a ser más felices
Aplicar unas expectativas más realistas no supone, ni mucho menos, ser pesimistas. Implica hacer uso de un enfoque más abierto en el que aun teniendo en cuenta cualquier posibilidad, uno se enfoca en lo mejor teniendo en cuenta las capacidades y circunstancias propias. Es situarse en un horizonte intermedio en el que aspirar a lo mejor, pero sin pecar de grandilocuencia, sin derivar en imposibles.
Bien es cierto que la gran mayoría de nosotros estaremos de acuerdo en este razonamiento. Sin embargo, la verdad es que el 99 % de las personas construimos expectativas poco realistas de manera inconsciente. En la mente edificamos diferentes futuribles sobre cómo nos gustaría que fuera nuestro trabajo, relaciones, proyectos… Y, admitámoslo, esos castillos de naipes son muy ambiciosos.
Darnos cuenta de la insostenibilidad de muchas de esas ideas es un principio de salud mental. Esto nos ayudará, entre otras cosas, a dejar de esperar a que los demás sean y actúen como nosotros queremos. También a perfilar un futuro más claro ante el que prepararnos en capacidades, recursos y motivaciones para alcanzar metas más realistas, pero aun así gratificantes.
Comprendamos cómo lograr este enfoque psicológico que, sin duda, mediará un poco más en nuestra felicidad.
Claves para construir unas expectativas realistas
Los doctores David de Meza de la London School of Economics y Chris Dawson de la Universidad de Bath realizaron un estudio interesante entre 1991 y el 2009. El objetivo no era otro que comprender el impacto de las expectativas en la población.
Para ello, hicieron un seguimiento de 1601 personas en Reino Unido para saber cómo habían discurrido sus vidas en ese periodo de tiempo en diferentes áreas, como las finanzas, trabajo y relaciones, y qué tipo de influencia podían tener las expectativas personales en ellas.
El primer aspecto que pudieron ver es que de nada sirve que uno sea pesimista u optimista respecto al futuro si hace uso de unas expectativas poco realistas. Pensar que el mañana va a ser «muy malo» o decirnos que «el destino me va a dar todo lo que deseo» no media en la felicidad ni en el bienestar.
El pesimista, por ejemplo, se preparara para lo peor sin saber que ese estado mental le provoca situaciones de estrés, ansiedad y la incapacidad de apreciar las cosas positivas que pueden estar sucediendo a su alrededor. De hecho, en este estudio se demostró que sufrían un 37,2v% más de angustia psicológica.
Por otra parte, el optimista que aplica unas expectativas nada realistas (o lo que definió en su día Jean Piaget como pensamiento mágico) lo que acaba experimentando es una progresiva frustración. Sin embargo, en medio del pesimista y el positivo ingenuo, se sitúa esa posición más ajustada de quien hace uso de unas expectativas realistas. Comprendamos por qué este enfoque mental, y no otro, se relaciona con la felicidad.
Ser realista no es ser pesimista: es tener un plan de afrontamiento
A menudo, cuando decimos que una persona es realista, lo primero que pensamos es que tiende a esa fría objetividad en la que se integra también, ciertas dosis de negativismo. No es cierto.
- Quien hace uso de unas expectativas realistas es consciente de su situación, posibilidades y recursos actuales. Parte de ello para definir unos planes ante los cuales, estar preparado ocurra lo que ocurra.
- Tiene en cuenta tanto las buenas oportunidades que puedan surgir como también, las adversidades que puedan producirse. El perfil realista tiene siempre un plan de afrontamiento.
No aspiro a la perfección, espero dar siempre lo mejor de mí
Un modo de ganar en salud mental e incluso en felicidad, es no aspirar a la perfección. Aguardar a que cada cosa que suceda, que hagamos o que logremos se ajuste a nuestros ideales de perfección absoluta es una forma de sufrimiento.
- Lo más adecuado en materia de expectativas es centrarlas sobre todo en nosotros mismos. «Espero hacer las cosas lo mejor que pueda, soy consciente de mis recursos y posibilidades actuales y, dentro de ellas, intentaré dar el máximo».
- Por otro lado, y en lo que respecta a las expectativas realistas, es recomendable no situar en hombros ajenos toda nuestra felicidad. A veces, lo esperamos todo de nuestra pareja, de nuestros hijos y familia y al ver que ciertas cosas no ocurren como nosotros esperamos, acaba por desesperarnos. No es lo adecuado. Liberémonos de ese enfoque.
Expectativas realistas: la vida no es siempre como uno quiere pero puede ser maravillosa
Gran parte de nuestras falsas expectativas parten de la sensación de carencia y la falta de autoconocimiento. «Anhelo lo que no tengo, lo que me falta y desearía alcanzar, pero en realidad, no tomo conciencia de mis posibilidades actuales, de lo que tengo y me rodea». Es ansia por alcanzar lo que soñamos parte a menudo de arenas movedizas y no de pilares sólidos.
Yo no puedo soñar con un puesto de trabajo excepcional si no tengo formación, tampoco con tener la casa de mis sueños si ahora mismo, lo único que hago es estar sentado en el sofá haciendo castillos en el aire. No basta con desear, hay que actuar tomando conciencia de nosotros mismos y lo que nos rodea.
Las expectativas realistas toman en cuenta todas las opciones, las buenas y las malas. Asimismo, se centra sobre todo en esos aspectos sobre los que uno sí tiene control y no tanto en aquello que se escapa de nuestras manos. Por otro lado, se asume y se entiende que muchas veces la vida no discurre como uno desea.
Sin embargo, a pesar de las dificultades, de los giros del destino e incluso de la adversidad, uno puede sacar provecho de muchas cosas y ser feliz. Todo es cuestión de perspectiva, de actitudes y, cuanto más realistas seamos, más ganaremos en salud mental.
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- de Meza, D., & Dawson, C. (2020). Neither an Optimist Nor a Pessimist Be: Mistaken Expectations Lower Well-Being. Personality and Social Psychology Bulletin. https://doi.org/10.1177/0146167220934577