Las medias naranjas nunca dieron jugo
No somos medias naranjas. No somos seres incompletos en busca de nuestra otra mitad. No necesitamos ser de otros para ser felices. Somos frutas enteras pero no necesariamente naranjas. Algunos somos manzanas, otros peras, otros plátanos.
Somos de diferentes colores, nos teñimos a gustos y manejamos nuestro rodaje sentimental a voluntad. A veces conseguimos mantener el ritmo de frutas compañeras, pero cada uno tiene una curvatura y cada camino tiene distinta pendiente.
Todo esto es lo que, obviamente, genera las diferencias en las relaciones. Como vemos no hay solo una circunstancia, hay muchas. Y es con eso con lo que nos tenemos que quedar, con nuestra posibilidad de convertirnos en un rico jugo.
No te necesito, te prefiero
Un plátano y una naranja pueden combinar a la perfección si se da el caso de que ambos están dispuestos a caminar juntos, a hacer una vida en común, en aportar tu esencia y en no someter el sabor del otro.
Nadie puede responsabilizar a nadie de sus necesidades y sus carencias, somos personas libres y la libertad nunca está sujeta a un contrato. Por eso debemos preferir antes que necesitar, pues solo así podremos amar al otro por lo que es y no por lo que nos supone.
Una relación solo cobra sentido verdadero cuando la filtramos la dependencia emocional y la dejamos a un lado. Somos demasiado valiosos como para permitirnos el lujo de desperdiciar nada de nosotros.
Todo, absolutamente todo, es esencial para poder construir desde la libertad. No existen personas a medias y si alguien se empeña es oscurecer una parte de sí solo generará amores a medias.
Protege tu independencia emocional
Nuestra vida emocional no está en las manos de nadie, por eso debemos liberarnos y evitar adueñarnos de nadie. Nuestro bienestar y nuestra realización dependen de nosotros. Todo lo que sume, bienvenido sea, pero lo que nos reste independencia hay que sacarlo cuanto antes de nuestra vida.
La mejor relación que podemos cultivar es la de la no pertenencia. O sea, la de ser y existir como personas independendientes, la que encontrarnos en el punto emocional de la libertad, la de no necesitarse, la de preferirse.
Convertirnos en seres completos significa poder respirar, no ahogarse, no transformarse. O sea, dejar atrás las medias naranjas, no suicidar una parte de nosotros. Al fin y al cabo vamos a necesitar rodar durante toda la vida.
Es decir que si para estar con otras personas tenemos que renunciar a ser nosotros mismos la cosa no va a funcionar. Tenemos que aprender a querer porque lo que generalmente hacemos es alimentar los anhelos, proyectar ideales y someternos a lo mismo a las expectativas de cómo debemos pensar, sentirnos o comportarnos.
Sí me quieres, quiéreme entera,
No por zonas de luz o sombra.
Si me quieres, quiéreme negra.
Y blanca. Y gris, y verde, y rubia,
Y morena.
Quiéreme día.
Quiéreme noche.
¡Y madrugada en la ventana abierta!Si me quieres, no me recortes:
¡Quiéreme toda… o no me quieras!Dulce María Loynaz
El amor no tiene que doler
El amor no debe doler y, si lo hace, algo no está encajando como debe. Por eso el primer amor inmutable y permanente, aquel que nos permite construir, es el amor propio. Solo cuando consigamos amar sin restricciones, sin inseguridades y sin complejos lograremos hacer lo mismo con los demás.
Ningún otro vínculo dará jugo, más que nada porque la esencia no entiende de escasez y si nos partimos por la mitad, perderemos más del setenta por ciento de nuestro ser. Esto pierde todo el sentido cuando tratamos de ser felices.
No podemos amar si solo tenemos en funcionamiento la mitad de nuestro corazón, no podemos sonreír a medias, ni respirar a medias ni crecer a medias. Ahí está el ingrediente base en la receta del amor: volver a ser personas completas y olvidarnos de las medias naranjas.