Las personas se definen por sus comportamientos, no por sus palabras
Es probable que muchas veces nos hayamos sorprendido e incluso decepcionado con los comportamientos de los demás. Esto, habitualmente, supone un antes y un después para nosotros, pues sentirnos defraudados es un duro golpe que cuesta asumir.
Cuando esto sucede puede que incluso nos resulte complicado concretar o definir la razón o razones por las que nos ha impactado tanto lo que alguien ha hecho o dicho. La cuestión es que nos da la sensación de que han intentado enmascarar sus verdaderas intenciones a través de las palabras.
Lo cierto es que en este sentido la gran mayoría de las personas somos bastante incoherentes, ya que solemos prometer cosas que no pensamos, que no podemos o que no queremos cumplir. Puede que, incluso, no nos demos cuenta de estos sinsentidos y que simplemente digamos lo que creemos socialmente aceptable sin pararnos a pensar si lo sentimos de verdad.
No nos definimos por lo que decimos, sino por cómo nos comportamos
Sea como sea, por la boca muere el pez. Esto tenemos que entenderlo en el sentido de que podemos decir lo que queramos, pero siempre teniendo en cuenta lo que de verdad sentimos y si vamos a poder llevarlo a cabo.
De hecho, diría que menos mal que la mayoría de personas no nos definimos por lo que decimos, porque sino viviríamos en un mundo demasiado ideal como para ser cierto. Es decir, que sería tan perfecto como falso.
Con esto queremos resaltar que es justificable e incluso deseable que cometamos estos errores, pues contribuyen a que nuestras relaciones sean más plurales y maduras. O sea, que la incertidumbre no es sinónimo de caos.
De todas maneras, aunque el mundo sería demasiado aburrido si todos fuésemos perfectos, sí que es verdad que tenemos que buscar alcanzar un punto intermedio en el que no todo esté premeditado ni deje de estarlo. En este sentido, debemos procurar ser lo más íntegros y coherentes posible, poniendo cuidado en no hacer daño a los demás ni fallar a nuestra autenticidad.
Que no te asuste desconocer a los demás
¿Y qué has aprendido después de tanto dolor, de tantas traiciones? Entonces le respondí: “Aprendí a siempre sonreír”
A veces nos empeñamos en formar una imagen de los demás que nos atormenta. Generalmente las personas no son blancas o negras, sino que se tiñen de muchos colores en cada momento.
Solemos comportarnos de manera demasiado rígida cuando valoramos a los demás, lo que ocasiona que nos decepcionen con frecuencia. Sin embargo, es frecuente que no nos paremos a analizarnos a nosotros mismos, cometiendo el fallo de pensar que nuestros errores son menos graves y más pasajeros.
La solución se encuentra, en parte, en desligarnos de todas aquellas expectativas que hacen que nos castiguemos esperando de los demás cosas que nunca van a llegar. De hecho, es probable que incluso no sepamos ni qué esperamos al dar por hecho que alguien va a actuar como nosotros lo haríamos.
Aferrarnos a las expectativas de cómo deberían comportarse los demás es un acto normalmente involuntario pero que puede conllevar un gran sufrimiento. Ya que cuando su comportamiento no encaje con lo que habíamos proyectado en ellos, nos sentiremos decepcionados. Sin embargo, debemos ser conscientes que en realidad, no ha sido la otra persona la que nos ha fallado. Sino nuestra férrea creencia en que nunca se comportaría como lo ha hecho.
Somos seres de impulsos…
La verdad es que no es tan fácil ser coherentes cuando puede que en un momento dado a la mayoría de las personas nos ciegue la voluntad de nuestras emociones. Esta es una posibilidad que siempre está presente y que nos amenaza de manera constante.
De todas maneras, no nos engañemos, tenemos que trabajar para gestionar nuestras emociones de tal manera que impidamos que nos jueguen una mala pasada en los peores momentos.
Así, en cualquier caso, además de no definirnos por lo que decimos, puede que tampoco lo haga el cómo nos comportamos. Tenemos que procurar valorar cada situación de manera global y no decepcionarnos tan a la ligera con los demás o con nosotros mismos. El contexto juega un factor fundamental en la mayoría de las ocasiones. Para valorar una conducta es necesario tener en cuenta el contexto en el que se ha desarrollado esa conducta. Cuántas veces nos hemos preguntando: “¿por qué he hecho eso? No quería”.
Así pues, en última instancia, a veces, tampoco somos lo que hacemos. En ocasiones nos dejamos arrastrar por circunstancias externas e internas inadecuadas. Nos convertimos en un velero sin timón arrastrado por el viento y las olas perdido en mitad del mar.
No tenemos que castigarnos ni sentirnos culpables en exceso, pero sí que deberíamos evitar contar cuentos y hacer castillos en el aire. O sea, que una cosa es que errar es de humanos, y otra muy diferente es engañar, por lo que no podemos excusar la una en la otra.
La mejor manera de protegernos y curarnos de las malas experiencias es deshacernos de nuestras expectativas y de las imágenes que nos hemos formado.
Ni todo el mundo es bueno ni todos somos perfectos, por lo que nuestra reacción dependerá de que valoremos todo aquello que consideremos que puede influir.