Los motivos tras los ataques de ira frecuentes
Los ataques de ira frecuentes distan de ser en muchos casos una manifestación del temperamento, sino que más bien son una señal de que una persona tiene problemas. Es muy común que quienes presentan esta conducta busquen más causas fuera que dentro. Lo usual es que se refieran al enfado como una consecuencia de lo que hacen otros: son los demás o el mundo los que los llevan a esos estados.
Esa es precisamente la primera barrera para abordar esos ataques de ira frecuentes. Quienes los padecen tratan de minimizar su responsabilidad en esa conducta. Por otro lado, en contra de lo que podamos pensar, no lo hacen porque tengan la intención consciente de hacerlo, sino porque son presa de una serie de ideas y mecanismos inconscientes que les llevan a actuar así.
Hay varias características que están presentes en las personas que tienen ataques de ira frecuentes. Sin embargo, sobresalen tres. La primera es esa dificultad para hacerse cargo de sus propias emociones y la tendencia a buscar la explicación de ellas fuera de sí mismos. La segunda, es un narcisismo elevado y, la tercera, una tendencia a la paranoia.
“La ira: un ácido que puede hacer más daño al recipiente en la que se almacena que en cualquier cosa sobre la que se vierte”.
-Séneca-
Los ataques de ira frecuentes
Cuando hablamos de ataques de ira frecuentes nos referimos a esas situaciones en las que las personas pierden el control y hablan o actúan completamente dominados por el enojo. La mayoría de las personas hemos pasado por algún momento así, pero cuando esto se torna relativamente habitual, significa que hay problemas.
Durante un ataque de ira, la persona se deja dominar por el deseo de destrucción. A veces esto se expresa mediante palabras hirientes y, sobre todo, exageradas, que no corresponden a la realidad, sino que tienen la intención exclusiva de herir o dañar al otro. Otras veces hay también expresiones físicas, como romper objetos o incluso agredir físicamente a otra persona.
La mayoría de las veces, lo que dispara esos ataques de ira frecuentes no es realmente un hecho grave que amerite semejante reacción . Que no se haga lo que ellos dicen o como quieren ellos que se haga puede ser suficiente. O que se diga una palabra o una frase en contra suya. Incluso una mirada o algún pequeño gesto de desaprobación pueden ser suficientes para desatar una de estas explosiones.
La ausencia de responsabilidad y el narcisismo
Como ya lo señalábamos, es muy habitual que quienes tienen esos ataques de ira se resistan a aceptar que son los principales responsables de los mismos. Usan habitualmente expresiones como “tú me haces salir de casillas” o “si no hicieras esto o aquello, yo no tendría que enojarme tanto”. También culpan de su error al clima, a la política, al mundo o a lo que sea.
Esa especie de “ira santa” o incuestionable suele nacer de su gran intolerancia a ser contrariados. Para estas personas, un desacuerdo es sinónimo de confrontación y de pelea. Esto se debe a que también son grandes narcisistas y defienden su aparente yo como si fuera una fortaleza inexpugnable.
Recordemos que el narcisismo no es un exceso de amor propio, sino todo lo contrario. Quien tiene amor propio está en paz consigo y mismo y con los demás. En cambio, lo que hace el narcisista es compensar su sentimiento de inferioridad con una exacerbación ficticia de su ego. Pero este es frágil y por eso asume como amenaza cualquier pequeña contradicción.
Las ideas de tipo paranoico
Los enojones de oficio son muy dados a ver lo peor en los demás. Suelen creer que los otros están ahí para minimizarlos, burlarse de ellos o tratar de anularlos simbólicamente. Eso es precisamente una expresión de su falta de amor propio y de la culpa inconsciente que los acecha. Son ellos quienes agreden a los demás, y en el fondo lo saben, pero por lo mismo esperan ser agredidos todo el tiempo.
Quienes tienen ataques de ira frecuentes suelen decir frases como “Esa persona hizo eso solo para fastidiarme”; “si de veras me apreciara, buscaría mi bienestar”; “si no grito, no va a escucharme”; “sabe perfectamente lo que quiero, pero no me lo da”; “esa persona es un obstáculo para lograr lo que quiero”; “se burla de mí”, etc.
En estas personas falla la empatía, porque en buena medida reducen su foco de atención a su yo, a sus necesidades, a sus deseos, a sus sentimientos y a todo lo suyo. Hacen de la ira una vía para escapar a la frustración que les acompaña. Es un camino equivocado: la salida no está en explotar, sino en reconciliarse consigo mismos y trabajar por ser lo que desearían.
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- Painuly, N., Sharan, P., & Mattoo, S. K. (2005). Relación de la ira y los ataques de ira con la depresión. RET: Revista de Toxicomanías, 45, 11-18.