Los significados ocultos de la impuntualidad
La impuntualidad puede llegar a ser desesperante. Nada más molesto que quedar con alguien a determinada hora y luego ver que pasan los minutos sin que esa persona aparezca. Algunos ni siquiera llegan en los minutos siguientes, sino que pueden tomarse horas incluso o no llegar nunca. Lo peor es que casi siempre son reincidentes: nunca llegan a tiempo a ningún lado.
Si ya es la hora del encuentro y no han llegado, los llamas y te dicen “voy en camino”. Los más atrevidos indican “Ya estoy saliendo”, cuando ya deberían haber llegado. Su impuntualidad es crónica. No hay poder humano que logre que actúen de otra manera.
“Mejor tres horas demasiado pronto que un minuto demasiado tarde”.
-William Shakespeare-
La verdad es que el tiempo es una categoría completamente subjetiva. Los seres humanos hemos inventado diversas formas de medirlo. Aun así cada uno lo percibe y lo maneja de acuerdo a una serie de variables subjetivas. Para unos es una medida exacta a la que hay que ajustarse; para otros es un límite molesto que no les dice nada; y para todos es también una medida de su pulso emocional.
La impuntualidad y el tiempo interno
Cada uno percibe el tiempo de una manera diferente. Esto depende en primer lugar de la edad. Cuando eres pequeño, las horas parecen días y los días semanas. De ahí que los niños se impacienten con facilidad. Cuanta más edad tienes, mayor te parece la velocidad a la que corre el reloj. No sabes a qué hora se acabó el día o el mes: solo sientes que fue demasiado veloz.
La medida del tiempo también depende de la cantidad de actividades que realizas. Si son muchas, el tiempo parece correr más de prisa. Si son pocas, tu percepción será de mayor lentitud. Obviamente, otro factor que influye es tu estado de ánimo. Los ratos felices pasan raudos, mientras que en las etapas de sufrimientos o problemas es como si las horas se detuvieran.
En cualquier caso, el ser humano establece un vínculo entre su percepción del tiempo y la puntualidad o impuntualidad. Si las circunstancias confluyen para que entiendas que el tiempo es un recurso muy limitado y valioso, seguro que tratarás de ser muy preciso con los horarios. En cambio, si tu valoración del tiempo no es tan alta, verás en las horas exactas una limitación. Unos sobreestiman el tiempo y otros se fijan más en la actividad en sí, sin importar el tiempo que demande.
Esa manera de percibir el tiempo, lento o rápido, incide en cómo se planean los eventos. Muchos impuntuales son en realidad malos planificadores. No quieren hacerle un desaire a nadie. Simplemente no calculan bien. Se distraen fácilmente y no los asalta esa sensación de premura que sí invade a otros. En este caso la impuntualidad solo refleja despiste y falta de madurez.
Significados ocultos en la impuntualidad
Algunos impuntuales crónicos no pertenecen a esa categoría inocente de los despistados. Su falta de ajuste al tiempo social entraña otras particularidades. La tardanza crónica implica, a veces, que detrás de ella hay una personalidad excesivamente narcisista. Son personas que quieren poner al otro en una condición de necesidad, de falta o de vulnerabilidad. En últimas, utilizan su impuntualidad como un mecanismo de poder.
También se da el caso de las personas que llegan tarde a todos lados porque arrastran una gran inseguridad. Temen de algún modo a la situación del encuentro y por eso intentan posponerlo al máximo. Lo hacen de manera inconsciente, no es que se lo propongan. Sencillamente no toman las medidas necesarias para ser puntuales y desconocen la razón. En el fondo, temen ser rechazados o menospreciados.
De la misma manera, hay quienes utilizan la impuntualidad para expresar una rebeldía no encausada. Se resisten a la situación que da lugar al encuentro. Sus llegadas tarde son una manera de hacer visible ese rechazo, pero al mismo tiempo una forma de plantear un desafío. Quizás haya algo que no está en su lugar y la impuntualidad se convierte en un vehículo para hacerlo visible.
Lo común en todos los casos de impuntualidad es que existe una ambivalencia. En esos casos, hay dos realidades en juego. La explícita, que fija una hora, y la subrepticia, que sabotea ese acuerdo. Detrás de la falta de puntualidad crónica siempre hay un mensaje oculto que se debe desentrañar. No es el mal tráfico, ni el simple descuido el que da lugar a esta desconsiderada costumbre. Atesorar la costumbre de no llegar a la hora acordada es en muchos casos una forma disimulada y molesta de trasmitir un mensaje.
Imágenes cortesía de Pascal Campion, Rob Gonsalves