La maldad del hombre: la tercera idea irracional de Ellis

Las ideas irracionales de Ellis, y la explicación de su irracionalidad, han sido largamente utilizadas en terapia para desarticular un tipo de pensamiento tóxico y contraproducente. En este artículo nos centraremos en la tercera idea, aquella relacionada con la maldad del ser humano y el castigo que merece.
La maldad del hombre: la tercera idea irracional de Ellis
Loreto Martín Moya

Escrito y verificado por la psicóloga Loreto Martín Moya.

Última actualización: 05 diciembre, 2019

Existen ciertas ideas irracionales que se encuentran en la base del funcionamiento de la sociedad, y por ende, del hombre; Albert Ellis las llama “aberraciones”. De hecho, son muchas de estas ideas irracionales las que se encuentran en la base de los pensamientos irracionales que oscurecen nuestro estado de ánimo, frenan nuestras conductas o nublan nuestra capacidad de cognición. La tercera idea irracional de Ellis, de la que hablaremos en este artículo, también juega este papel.

Las ideas irracionales son planteadas por Ellis como aceptaciones poco racionales de cómo ha de ser el mundo y las personas que en él habitan.

Muchas de esas ideas son herencia del proceso histórico de cada cultura, y, en nuestro caso, muchas de ellas provienen de la tradición y la moral de la religión, que hasta hace poco empapaba cada rincón de nuestra sociedad.

Así, en el siguiente artículo nos centraremos en la tercera idea irracional de Ellis. Aún interpuesta con ese adjetivo, muchos todavía siguen creyendo y basando sus cogniciones y acciones en ella.

Albert Ellis
Albert Ellis

¿Son las personas malas?

La tercera idea irracional que plantea Ellis versa así:

“La idea de que cierta clase de gente es vil, malvada e infame y que deben ser seriamente culpabilizados y castigados por su maldad”.

Muchos pueden argumentar y estar de acuerdo con esta idea. Existe una tendencia a etiquetar de “buenas” o “malas” a las personas en función de las acciones que llevan a cabo.

Si una persona elige una opción que entendemos como reprobable, solemos dispensarle la etiqueta de mala; no solo eso, si no que las personas malas también tienen que sufrir por aquella naturaleza o la de sus acciones. Estas personas han de ser castigadas.

Aunque a priori, y de nuevo a partir del marco contextual y la herencia sociodemográfica que tenemos, esta no es una idea del todo descabellada, Ellis la encuentra en la base de un pensamiento irracional, no basado en evidencia y que abusa de los absolutos; esto es, una manera de pensar tóxica que no parece hacernos ningún bien.

Pero, ¿por qué no es cierto? ¿Acaso no existen personas malas que llevan a cabo malas acciones? ¿merecen castigos?

La indemostrable maldad del hombre

Ellis, en su obra Razón y Emoción en Psicoterapia (1962), intenta explicar por qué la maldad no es un hecho como tal. Argumenta, entre otras cosas, que la idea de que las personas pueden ser buenas o malas parte de la antigua doctrina teológica del libre albedrío.

Muchos han sido los filósofos (Descartes, Hume, incluso Kant…) que han hablado del libre albedrío y, sobre todo, de la ética a partir del libre albedrío. Si hay personas buenas o malas, y libre albedrío, significa que las personas son libres de hacer el “bien” o el “mal”.

De alguna forma, esta premisa también puede referir que existe una verdad absoluta, dictada por un “dios” o por una “ley natural”, que determina aquello que entra dentro del “bien” y aquello que entra dentro del “mal”.

Esta doctrina no tiene una base científica, y sus palabras clave (un dios, verdad absoluta, libre albedrío…) no pueden ser ni probadas ni refutadas. Por ello, afirmar, de base, que existen personas malas (o buenas) no tendría sentido.

Mujer de espaldas en la cama

Una mala acción no hace una mala persona

Una mala acción, o una acción errónea, no define como “mala” a la persona que la realiza. De hecho, aunque a veces inferimos que esos impulsos provienen de una naturaleza claramente malvada, la mayor parte de ocasiones esta es llevada a cabo por ignorancia, por simpleza o por algún tipo de afección.

Independientemente de que estas personas causen y sean responsables de un daño a terceros con su mala acción, esto no significa que merezcan un castigo denigrante y letal por simpleza, por ignorancia o por algún tipo de afección. En muchas ocasiones, cuando se interponen castigos a personas que han cometido una mala acción, este busca penalizar una supuesta maldad.

¿Tiene sentido castigar la ignorancia, la simpleza, o una afección? En cambio, ¿tendría más sentido procurar que, la próxima vez, esa persona no sea ni tan ignorante, ni tan simple, o no tenga esa afección? Asimismo, la idea de que el hombre que hace algo malo es malo la hemos visto proyectada en muchos sermones de diferentes iglesias: muchas religiones se piensan guardianas de la moral.

Sin embargo, la realidad ha demostrado ser más compleja. Una persona puede dar dinero a una persona sin techo y llegar por la noche a casa y maltratar a su hijo. Una persona puede no dejar sentarse a un anciano en el metro y trabajar catorce horas diarias para pagar un tratamiento médico a su padre.

Una “mala” acción no determina nada, y en tanto que la definición de “malo” es subjetiva, algunos encontraran lo bueno en lo malo, y lo malo en lo bueno.

La falibilidad en nuestra naturaleza

Ellis, en su obra, argumenta que es poco realista pensar que lo haremos todo bien. De hecho, la falibilidad se encuentra en la naturaleza del ser humano; buena parte de su aprendizaje proviene del ensayo y el error.

Por ello, decir que una persona “debería” hacer algo, “debería” haberlo hecho de otro modo, es erróneo. La utilización de absolutos y deberías se encuentra en la base de todo pensamiento irracional, y la persona no “debería” haberlo hecho así porque el hombre es falible y puede cometer errores.

Hombre pensando en no precipitarse

La utilidad de castigar lo malo

El castigo, en muchas ocasiones, tiene efectos muy poco favorables en el proceso de aprendizaje. Si una persona comete un error, o una acción “mala”, culpabilizarle de forma vengativa y enfadada puede ser contraproducente.

Cuando una persona comete un error por su simpleza o ignorancia, el castigo interpuesto por sus acciones no va a hacer a esa persona menos ignorante o menos simple. Por ello, si tras el castigo esperamos que la persona actúe de otro modo, no tiene mucho sentido. Ellis resume con un ejemplo esta problemática:

“Esperé de él que fuese un ángel en lugar de un ser humano y que no cometiese errores; ahora que ha demostrado que es un ser falible, le exijo de una forma menos realista [tras un castigo] que sea un perfecto ángel en el futuro”.

Además, si una persona comete un error por culpa de una afección psicológica, culpabilizarla puede incluso “alimentar” esa condición. Por otro lado, la culpabilidad, la ira y la hostilidad se encuentran en la base de muchos trastornos psicológicos.

Al existir una filosofía de culpabilización, en la que los niños se ven inmersos desde muy pequeños, se propugna a su vez la culpabilización por los errores, pasados, presentes y futuros. Sin esa culpabilización, los sentimientos de ansiedad, culpabilidad o depresivos lo tendrían más difícil para hacerse con nosotros.

Educados en la tercera idea irracional de Ellis

Así, a muchos nos han educado bajo las premisas que sostienen la tercera idea irracional de Ellis, haciendo de nosotros seres que sienten culpa, con miedo a cometer errores, con miedo a los castigos y con vagas ideas de lo que es malo o bueno; esto condiciona nuestro estado de ánimo, nuestra forma de ser y nuestras conductas.

Por ello, antes de elaborar un juicio acerca de la maldad de una persona sería preciso pensarlo varias veces; así como si una persona juzga nuestras acciones o las reprende, también deberemos pensar en la tercera idea irracional de Ellis; y decidir si nuestra culpabilidad es lícita, o no lo es.


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  • Ellis, A. (2009). Razón y Emoción en Psicoterapia. Ed: Desclée de Brouwer.

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