No te lo digo, te lo escribo
¿Alguna vez te has identificado con los personajes de un libro? De alguna manera, son parte del autor y el autor, como ser humano, es complejo y comparte rasgos contigo. La escritura nos conecta desde un lugar seguro, donde son los personajes los que reciben los juicios, las evaluaciones y las críticas. Por eso, en esta carta no te digo cómo soy, te lo escribo.
La lectura permite visitar mentes, escenarios, vidas que no son nuestras. Y así, nuestra visión del mundo se expande más allá de nuestros ojos, enseñándonos de una manera sutil que las cosas ocurren de una forma distinta según qué cerebro las procese. Así es como me decanté por plasmar mi alma en las letras: escrito de la manera adecuada, un texto tiene poder.
Esas emociones sin nombre
Cómo llamamos a las emociones depende, en gran medida, del idioma que hablemos. Los japoneses tienen una palabra para las ganas de tener algo en la boca (kuchisabishii, que significa, literalmente, ‘boca solitaria’), que en español hemos tenido que acuñar como “hambre emocional”, por ejemplo.
Por eso, es normal que nuestro vocabulario no cubra todo el abanico de sensaciones y procesos mentales que tiene en marcha el cerebro. Cuando eso ocurre, solemos recurrir a otras estrategias: descripciones, metáforas, visualizaciones… todo ello hace llegar el mensaje sin palabras que lo designen como concepto independiente.
En mi caso, llegué a la conclusión de que mi identidad no disponía de los suficientes sustantivos para formar un conglomerado lo suficientemente fiel a lo que yo sentía dentro de mí. “Soy yo misma” me parecía demasiado escueto y desgranar esa afirmación en otras más concretas creaba un entramado de contradicciones que me estresaban. Todo ello cambió cuando tuve oportunidad de ponerlo sobre el papel.
Escribir da forma a muchas ideas y sensaciones
Tengo la teoría de que todos somos muchas personas a la vez. Por ello, podemos hablar con nosotros mismos, cambiar nuestro comportamiento en diferentes escenarios o incluso ser contradictorios. Muchas personas, parecidas, pero diferentes, conviviendo en un solo cuerpo, cohesionadas y trabajando en equipo para integrar una sola personalidad.
La teoría de los roles sociales ya se aproximaba a esta idea desde principios del siglo XX, con Rimel a la cabeza.
Por eso me costaba mucho definirme a viva voz. Aunque nadie me contradijera al hablar de mí misma, mi autoobservación se dirigía inevitablemente a aquellas faltas de coherencia conmigo misma, a esos procesos internos que nadie conoce y que rara vez tienen nombre, pero que lo cambian todo. Escribiendo, sin embargo, todo tomaba forma.
Primero veía moverse las ideas abstractas, flotando en mi cabeza y enlazándose entre ellas. Luego les ponía palabras y contaba, sobre el papel, todo lo que hacían. Después, esas ideas tenían nombre de personaje y cobraban vida al relacionarse entre ellas. Y cuando miraba todo ese mapa desde la distancia, resultaba ser un espejo.
Conocerse y escribir, escribir y conocerse
Muchas personas creen que la escritura está reservada para los literatos. No obstante, todo el mundo puede beneficiarse de ella, pues no existe la necesidad de publicar o de mostrarlo a los demás. Por ejemplo, la escritura emocional fue el ejercicio que más me ayudó cuando, por fin, me atreví a ir a terapia.
Por otro lado, es curioso el círculo vicioso en el que se entra cuando te decides por el “no te lo digo, te lo escribo”: cuanto más lo practicas, más profundizas en tu propia complejidad; pero cuanto más te conoces, mejor escribes. La escritura te vuelve coherente y consigue que tus contradicciones se tornen naturales y una parte ordenada de lo que antes conocías como caos.
La ficción de mi realidad
En un mundo donde todas las personas estaban seguras de sí mismas y se ponían etiquetas con ligereza, yo dudaba de mi propia existencia. Sin embargo, solo tuve que ponerme a escribir para descubrir que no era una persona rota, sino un mapa más difícil de leer de lo que pensaba. Así, mi propia identidad cobró sentido con cada personaje y con cada trama.
No me considero escritora, pues solo tengo una obra publicada y es muy probable que no saque nada más. Sin embargo, esa historia es un espejo de mi cabeza y de mi propia esencia. Y, además, cuenta con la ventaja del incógnito: las personas que la lean me estarán mirando y conectando conmigo, pero sin saberlo (al menos a ciencia cierta).
Quizá tú te sientas como yo. Es posible que vivas en un lugar donde todos se exhiben como estandartes, proclamándose estables, definidos y seguros. Si ese es el caso, te lo escribo desde ya: cogerás el papel y el boli, o el teclado, y descubrirás que nadie es coherente ni completo, y que eso está bien.
El caso es que seas capaz de conectar con tu interior y pintarlo con formas y colores, con historias que te definan. Porque, a veces, el pensamiento se queda corto, pero las palabras también y hay que hacerles trabajar juntos para encontrarte a ti misma.
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