Ojalá existiera una escalera al cielo para verte cada día
Ojalá existiera una escalera al cielo para poder verte cada día. Ojalá pudiera decirte de nuevo todo lo que te quiero. Ojalá pudiera demostrarte lo que te necesito, lo que me importas y lo que me aportas.
Si pudiera volver a verte aunque solo fuese un segundo no te soltaría. Te abrazaría tan fuerte que sería difícil distinguirnos. Seríamos dos almas fusionadas, dos amores, dos anhelos, dos fugaces eternidades.
Quiero pensar que en algún lugar, no sé ni dónde ni cuándo, volveré a verte. Me encantaría tener la certeza de que vives en otro mundo junto, feliz y con plena dicha. Daría lo que fuese por saber que puedes verme y escucharme.
Me gusta revivirte en mi mente, verte en el cielo e imaginar que me sonríes cada noche. Muchas veces imagino que me guiñas un ojo y que me haces cómplice de tus miradas, como hacías cuando estabas aquí.
Te echo de menos
Sé que no volverás, pero necesito sentir de cerca tu presencia. Prefiero pensar que algo de ti me roza cada día y que mi piel lo sabe y por eso se estremece.
Suelo pensar que cada persona que se fue es una estrella en el cielo que nunca se apagará y que cada noche podré mirar. Es una manera más de decirme a mí misma que todos esos recuerdos logran iluminar el mundo cada noche.
Cada día de mi vida daría lo que fuese por volverte a sentir y contarte todo lo que me hace feliz y todo lo que me aflige. Por eso tengo que seguir hacia adelante, reinventar los abrazos y convertir mis anhelos en recuerdos que me ayuden a sentirte cada día.
Cuando la vida te separa de un ser querido, el recuerdo de su sonrisa es la mejor manera de seguir adelante.
Nunca dejaremos de echarles de menos
No, con el tiempo las ausencias no dejan de doler, simplemente anestesiamos a nuestro corazón. Lo acostumbramos a sentir cierto vacío, pero la pérdida de un ser querido es una herida que no podemos sanar, solo aceptar.
Lo importante es ser conscientes de que nunca les dejaremos de echar de menos. Tenemos que llorar, sentir que algo se ha roto, que se han marchado y que no hay un después al que nosotros podamos ponerle palabras.
Sin embargo, aunque nunca dejemos de sentir la soledad y el dolor por la muerte de un ser querido, sí podemos recuperar nuestra vida y nuestras ganas de vivir. Pasen días, meses o años nuestros seres queridos nunca dejan de estar con nosotros en nuestros recuerdos y en nuestro corazón. Porque el hecho de haber compartido la vida es lo más permanente de este mundo.
Miro hacia el cielo y trato de verte entre tantas estrellas, busco entre las sombras tu imagen perdida.
Dibujo tu rostro en las nubes que veo pasar, viajando sin rumbo fijo y, guiándome por la luna, le pregunto:
¿Dónde estás?
Y enseguida mi pecho se agita dándome la respuesta con una lágrima derramada que me hace comprender de nuevo: No estás aquí, permaneces en mi corazón.
Quienes se van al cielo nunca nos abandonan
No es fácil admitir que hay una parte de nuestra historia que se ha quedado inconclusa, que se ha truncado por el final de la vida. No es fácil porque nunca dejaremos de recordar, sentir y pensar en todo lo que se quedó pendiente.
Así, para vivir en armonía con nosotros mismos y con nuestros seres queridos, debemos permitirnos realizar el duelo en paz. A pesar del indeseable dolor de la ausencia, nuestra vida continúa y nos toca aceptar su partida comprendiendo el sentido de la muerte y de la vida.
No podemos evitar que nuestra vida se paralice, que nuestro corazón dé un vuelco y que nuestras emociones nos bloqueen. Tenemos que ser conscientes de que nuestra historia tras el adiós se comienza a escribir con el dolor de las lágrimas y la melodía de la esperanza.
Tener que aprender a convivir con ese tortuoso dolor asusta. Asusta mucho porque está tan adentro que sabemos que es algo de lo que no podemos desprendernos. Sin embargo, hemos tenido la dicha de poder quererles, así como la fortuna de nos hayan dejado parte de su ser en este mundo.
Por eso, aquellos que se han ido nunca nos abandonan, permanecen en nosotros, en nuestro corazón y en todo lo que junto a ellos recordamos. Es cierto que con ellos se llevan su esencia, pero junto a nuestro corazón permanece aquello que nunca podremos olvidar: la maravillosa experiencia de haber compartido nuestra vida.