Pensamiento equilibrado: una mirada sintonizada con el mundo
El pensamiento equilibrado nos permite enfocar el mundo sin muchos filtros y con una distorsión moderada, con autenticidad y sin enfangarnos demasiado en prejuicios, sin que las imágenes salgan muy movidas por las distorsiones cognitivas. Asumir y practicar este tipo de enfoque nos permitiría dejar a un lado un amplio abanico de elementos negativos: desde la ansiedad hasta esas espirales de desánimo que a veces nos acechan.
Cuando escuchamos la palabra “equilibrio” nos vienen a la mente varias ideas. Una de ella es sin duda la clásica imagen de alguien avanzando por una cuerda pendida en el aire intentado no caer, avanzando a duras penas pero con hábil maestría con el fin de no precipitarse al vacío. Su equilibrio, lejos de estar en los pies, se encuentra sobre todo en su mente. Esta imagen como tal, no puede ser más acertada.
“La felicidad no es una cuestión de intensidad, sino de equilibrio y orden, ritmo y armonía”
-Thomas Merton-
En nuestro día a día, nos encontramos muchas veces en esta misma situación. Nuestra realidad a veces es caótica, demandante, compleja y hasta dolorosa. La vida es la propia cuerda floja y nosotros esos acróbatas que deben mantener el equilibrio con el fin de no perder el control. Aplicar un pensamiento equilibrado es clave para lograrlo, porque a partir de él también nuestras emociones encuentran calma y nuestros “pies” la direccionalidad para permitirnos llegar a un objetivo concreto.
Sin embargo, cabe decir que lograrlo no es fácil. Nuestro cerebro opera la mayor parte de las veces de forma inconsciente y mediante automatismos. Esos atajos mentales derivan a menudo a través de muchos sesgos, de muchas actitudes limitantes y mediante esquemas muy rígidos que a veces nos hacen derivar hacia los extremos. Debemos por tanto asumir el control y el poder del propio ser para hallar la flexibilidad y ese mágico equilibrio que lo reordena (casi) todo.
Pensamiento equilibrado: hallar la calma en medio de la incertidumbre
Hace unos años se realizó un interesante estudio en el Centro Médico Universitario de Hamburgo-Eppendorf. En él se tomaron a un grupo de pacientes con depresión y otros con trastorno obsesivo-compulsivo (TOC) y se les incluyó en un programa de entrenamiento metacognitivo que duró un año. El propósito era concreto, a la vez que desafiante: conseguir que estas personas toleraran la incertidumbre, que se redujeran las distorsiones cognitivas, que lograran reflexionar sobre sus propios pensamientos y que mejoraran sus procesos de razonamiento.
El resultado de este estudio fue muy positivo, tanto, que en muchos casos se logró reducir las dosis de las medicaciones. Todo ello nos invita a concluir con la clásica frase de que “pensar bien nos ayuda a vivir mejor“. Aplicar un pensamiento equilibrado es por tanto un modo muy útil de invertir en nosotros mismos y una ayuda inestimable para afrontar muchos de esos patrones mentales que nos dejan atrapados en agujeros negros. Veamos ahora cuáles son esos procesos internos que suelen quitarnos, precisamente, calidad de vida.
Muchos de nuestros pensamientos están distorsionados
La ansiedad, las preocupaciones constantes y los miedos funcionan mediante anclajes negativos. Los aplicamos casi sin darnos cuenta, focalizándonos en el qué pasará, en ese error del ayer, en eso tan malo que creo que puede ocurrir… Este patrón cognitivo se basa a menudo en un tipo de ingeniería mental muy sofisticada además de implacable: los pensamientos distorsionados. Entre ellos, podemos encontrar los siguientes, esos que solemos aplicar con más frecuencia en el día a día:
- Filtraje: centramos la atención en detalles negativos para intensificarlos.
- Pensamiento polarizado: en nuestra realidad no hay términos medios, todo es bueno o malo, blanco o negro.
- Sobregeneralización: a partir de las cosas más pequeñas e insignificantes, somos capaces de inferir tremendas y dramáticas conclusiones.
- Visiones catastrofistas: nada bueno va a suceder, está claro que haga lo que haga todo va a salir mal
- Personalización: cualquier suceso casual o incluso todo lo que hagan, piensen o digan los demás, tendrá que ver con nosotros.
- Razonamiento emocional: aquello que sentimos es lo que nos define. Si nos sentimos fracasados es que verdaderamente somos unos fracasados irremediables.
Vistos estos patrones de pensamiento es muy posible que más de uno se pregunte si para corregir esto, lo ideal sería “pensar en positivo“, ir en la dirección opuesta. Bien, por curioso que parezca este tampoco es el camino. No se trata de hacer uso de un positivismo extremo, de decirnos a nosotros mismos aquello de “todo va a salir bien”.
En caso de hacerlo de este modo también estaríamos aplicando un pensamiento distorsionado. No se trata por tanto de ir a los extremos, de pensar solo en cosas malas o en cosas buenas. El buen “equilibrista” va con calma, paso a paso y asume una responsabilidad plena consigo mismo viendo todo lo que le rodea con atención y objetividad.
¿Cómo aplicamos el pensamiento equilibrado?
Aplicar en nuestro día a día un pensamiento equilibrado no solo hará que reduzcamos el riesgo de sufrir estrés, ansiedad o de caer en el círculo de la depresión. Pensar de forma equilibrada también mejora nuestra convivencia porque evitamos hacer uso de los “ismos”, es decir, los prejucios, egoísmos, fanatismos…
El pensamiento equilibrado se desprende y deja ir muchas de esas trampas internas que nos impiden vivir con plenitud queriéndonos un poco más y respetando también a quienes nos envuelven. Aprendamos por tanto a hacer uso de él.
“La vida es como montar en bicicleta; para mantener el equilibrio debes seguir moviéndote”
-Albert Einstein-
Claves para aplicar el pensamiento equilibrado
El primer paso es aplicar la calma. A veces vivimos demasiado deprisa porque nos hemos acostumbrado a vivir de forma automática, y hacerlo de este modo intensifica la aparición de ese pensamiento “desequilibrado”, es decir, el que no razona, el que se deja llevar, el que no reflexiona, no ve, no aprecia… Bajemos el ritmo, permitámonos momentos en silencio y calma.
- El segundo paso es no hacer suposiciones. Lograrlo puede costarnos, pero evitemos en la medida de lo posible caer en los juicios rápidos, en el uso de etiquetas… Puede ser más rápido, pero también aumenta considerablemente nuestros errores.
- Dejar de sabotearnos. Digamos “no” a distorsionar la realidad y a ser siempre las víctimas. Respetémonos, tengamos confianza en nosotros mismos y veamos oportunidades donde antes solo imaginábamos puertas cerradas.
- Aceptar la incertidumbre. El pensamiento equilibrado tolera la incertidumbre, no la teme porque opina que no todo lo que va a venir es malo, y si lo es, disponemos de adecuadas estrategias para afrontar lo que pueda acontecer.
- No distorsionar la realidad, aprende a ver las cosas tal y como son, tal y como ocurren. No nos obsesionemos en cómo nos gustaría que fuera todo, seamos más receptivos, más humildes.
- Confiar más en los demás: no excluyas al que piensa diferente, no te sientas superior ni inferior a nadie. Practica la aceptación y deja a un lado los resentimientos.
Para concluir. Somos conscientes de el pensamiento equilibrado que no es fácil de aplicar en el día a día, hacerlo implica reestructurar muchas estanterías de nuestro ser, derribar muros, corregir enfoques y permitirnos ser un poco más “libres”. Asumamos por tanto este objetivo como ejercicio cotidiano, aprendamos a desarrollar un enfoque más sosegado, receptivo y equilibrado.