Percibir desde el corazón: el arte que no todo el mundo sabe disfrutar
Percibir no es solo oír, ver y escuchar. La percepción que nace del corazón es aquella que sabe ir más allá, es la que siente, la que percibe, la que sabe escuchar sin juzgar, mirar sin filtros, saborear la vida en todas sus esencias y tocar la realidad para experimentar todas sus texturas. Tal artesanía sensitiva, por curioso que nos parezca, no es algo que todo el mundo sepa practicar, y mucho menos disfrutar.
Pocas áreas de la psicología son tan determinantes, a la vez que básicas, como el estudio de la percepción. La forma en la que captamos todo lo que nos envuelve y la forma en que lo organizamos e interpretamos determina sin duda parte de lo que somos, y de cómo interaccionamos con los demás.
“Tu visión devendrá más clara solamente cuando mires dentro de tu corazón… Aquel que mira afuera, sueña. Quién mira en su interior, despierta”
-Carl Jung-
Fue en el siglo XIX cuando célebres psicólogos y fisiólogos, como Johannes Peter Müller o Gustav Theodor Fechner, empezaron a estudiar todas esas dinámicas entre los estímulos y la percepción, así como los umbrales mínimos a partir de los cuales experimentamos una sensación. Así, y durante una época, se llegó a pensar que la percepción era algo meramente ecológico, es decir, lo que experimentamos vendría determinado únicamente por el propio estímulo, sin tener en cuenta dimensiones como nuestra memoria, aprendizajes o vivencias previas.
Ahora bien, en la actualidad este enfoque ha cambiado. Ahora tenemos claro que el arte de percibir depende de múltiples y variados factores: nuestra motivación, nuestras emociones, la cultura, la intuición, las experiencias pasadas, nuestras expectativas… Tanto es así, que si hay algo que todos sabemos es que cada persona percibe el mundo de una manera u otra, hasta el punto de que en ocasiones podemos diferir en si ese color es azul marino o violeta o si lo que siente ese niño es rabia o es miedo.
Todo ello nos lleva a una conclusión: hay quien mira pero no ve, hay quien oye pero no escucha y hay también quien es incapaz de ir más allá de lo que percibe a simple vista, privándose de ese mundo de fantásticos matices que solo aprecia aquel que mira al mundo desde y con el corazón.
Sentidos, cerebro y percepción
Si preguntáramos ahora a un grupo de personas cualquiera cuántos sentidos tiene el ser humano, lo más probable es que el 90% de ellas nos respondieran que 5. A todos nosotros nos enseñaron de pequeños lo que Aristóteles ya recogió en su momento con el libro “De Anima”. En él se nos explicaba que el ser humano recibe información del mundo a través del el oído, el gusto, el olfato, la vista y el tacto.
Sin embargo, resulta fascinante saber que en realidad, disponemos de más de 20 sentidos con sus correspondientes “subsentidos” (como poder percibir el sabor agrio, el dulce, etc.). Así, a los ya conocidos deberíamos añadir, por ejemplo, otros más como la cinestesia, la propiocepción, termocepción, nocicepción, el sentido de ecolocalización o incluso el sentido de alerta. Todos ellos nos abren un fantástico abanico de posibilidades donde poder adaptarnos mucho mejor a nuestros entornos.
Ahora bien, cabe decir que no todo el mundo los desarrolla de igual modo o al mismo nivel. Los científicos de la Universidad de Washington, por ejemplo, nos dicen que el “sentido de alerta” suele tener un umbral muy diferente en cada persona. Hay quien apenas tiene sentido del peligro o presenta por ejemplo, un exceso de confianza donde rara vez logran anticipar determinadas cosas.
Otros en cambio, tienen como una especie de “radar interno”, un sexto sentido que les advierte de que determinadas personas o situaciones no son seguras. Este sentido, de hecho, se localiza en la corteza cingulada anterior del cerebro, un área que se encarga de mantenernos alerta en una situación extraña o diferente para permitirnos tomar una decisión lo más rápida posible.
Percibir desde el corazón, todo un arte
Percibir desde el corazón tiene que ver con la sensibilidad y con la apertura personal. Es la capacidad de no quedarnos solo con lo que nuestros sentidos nos transmiten, es aplicar voluntad, sentimiento, empatía e intuición para alcanzar interpretaciones más profundas. De este modo, y si llamamos “arte” a este tipo de percepción tan sublime es por una razón muy concreta: nos permite tener mayor conciencia de las cosas, de la naturaleza, de las personas, de nuestra realidad.
“Ver, percibir, es más que reconocer. No se identifica algo presente en términos de un pasado desconectado de este. El pasado es traído al presente de manera que ensancha y ahonda su contenido”
-John Dewey-
Cabe decir eso sí, que no es fácil aplicar este tipo de percepción. No lo es porque requiere de varios procesos: calma interior, capacidad para presentes, habilidad para no emitir juicios rápidos, un buen auto-conocimiento y ante todo, aceptación. Porque percibir implica a veces tener que asumir que no podemos cambiar muchas de las cosas que vemos. A las personas, por ejemplo, debemos aceptarlas tal y como son y en base a eso, pondremos en marcha determinadas respuestas o acciones.
Percibir desde el corazón es también una de las habilidades más elevadas que puede desarrollar el ser humano. La razón de ello está en el hecho de poder sintonizar más que nunca todos nuestros sentidos con las emociones, con la experiencia, la objetividad y con ese amor que nos invita a ver el mundo desde el cristal del respeto, del afecto y la consideración.
Empecemos por tanto a practicar este tipo de apertura sensorial y emocional, ahí donde percibir lo que nos rodea con una conciencia más plena, con mayor apertura y sobre todo, con más corazón.