«Perdóname», palabra mágica capaz de solucionar malos entendidos
«Perdóname» no es una palabra cualquiera; de hecho, es el ingrediente mágico para que cualquier relación funcione. Decía Gandhi que el perdón es el atributo de los fuertes, porque de algún modo, pronunciar estas palabras en voz alta requiere de grandes dosis de valentía, humildad y fortaleza de carácter para asumir los errores o agravios cometidos.
No diríamos ninguna mentira si afirmáramos que al ser humano le falta una mayor competencia en esta materia. Relacionamos la práctica del perdón en esas situaciones quizá más graves, donde son necesarias las palabras para reparar heridas, para facilitar el poder pasar página y avanzar. Sin embargo, saber pedir perdón en realidad es un acto que deberíamos llevar a cabo con mayor frecuencia en nuestro día a día.
Frases como ‘perdón por no haber cumplido lo que te prometí, por haberte exigido algo que no era de tu competencia, perdón por no haberte respondido bien, por no haberte llamado cuando lo necesitabas, etc.’, conforman sin duda esas situaciones donde se agradece saber conjugar esta palabra mágica. La psicología del perdón nos dice que este acto es la piedra angular de las relaciones humanas y que como tal, deberíamos hacer un mejor (y mayor) uso de ella.
“Cuando perdonas, liberas tu alma. Pero cuando dices, lo siento, liberas dos almas”.
-Donald L. Hicks-
«Perdóname», una palabra con elevado poder
Los malentendidos forman parte del paisaje social. A veces, entendemos lo que no es o hacemos juicios claramente equivocados. Otras veces, descuidamos sin querer a quien más apreciamos porque damos por sentado que no pasa nada, que quien nos aprecia no se ofende… Y sin embargo, sucede, surge el disgusto, la desilusión.
Podríamos poner mil ejemplos de esas situaciones tan comunes en las que surgen las pequeñas desavenencias. No obstante, debemos tenerlo claro, las pequeñas cosas que no se resuelven y que se acumulan, acaban dando forma a algo más grande. Así, por ese agujero que se crea mediante el descuido en una relación acaba por escaparse la confianza, la reciprocidad y hasta el afecto.
Un «perdóname» a tiempo salva amistades, amores, compañerismos e incluso el respeto de nuestros hijos. Sin embargo, hay quien no sabe usar esta palabra, y aún más, los hay que no dudan en sustituir un lo siento por cien excusas. Porque, para esas mentes, el perdón es sinónimo de debilidad. De ahí, que para sus altivas dignidades sea mejor recurrir a esa burda excusa con tal de justificar el fallo, ese agravio, ese descuido.
«Perdóname», sé que te he decepcionado y lo sucedido no volverá a ocurrir
En psicología es común que hablemos de la necesidad de saber perdonar. Algo que la mayoría sabemos es que suele costar bastante dar el perdón a alguien que nos ha hecho daño. Ahora bien, un aspecto del que no se habla tan a menudo es sobre la dificultad existente a la hora de dar el paso y pedir el perdón de alguien.
Lo creamos o no, es complicado; lo es porque se requiere de dimensiones tan importantes como una buena empatía, reconocimiento del daño provocado, valentía para dar el paso y, lo que es más importante, adecuadas habilidades sociales para hacerlo de manera correcta.
Un aspecto que debemos tener en cuenta es que un «perdóname, siento lo sucedido» no sirve de mucho si no hay cambio en la conducta. Pongamos un ejemplo. Un padre le pide perdón a su hijo por no haber cumplido una promesa.
Ahora bien, es posible que ese niño acepte las disculpas de su padre. Sin embargo, si las promesas hechas se siguen incumpliendo de manera reiterada, el perdón pierde su significado. Pasa a ser aire, solo son palabras vacías. De ahí que, más allá de la valentía y la responsabilidad, sean necesarias las conductas reparadoras.
Personas que nunca piden perdón, ¿qué podemos hacer?
Es posible que muchos tengamos en nuestro entorno cercano a esa persona incapaz de pronunciar un «perdóname» y un «lo siento». Esperamos, confiamos en que en algún momento den el paso y, sin embargo, lejos de hacerlo, asumen actitudes más altivas, ahí donde llegar a hacernos creer que la culpa es nuestra o que lo sucedido carece de importancia.
¿Qué podemos hacer ante este tipo de situaciones? Lo primero es comprender qué hay detrás de estos perfiles. Sabemos, que quien se obstina en no pedir perdón lo que hace es intentar proteger su autoestima. Asimismo, padecen un conflicto con la imagen que desean proyectar, asumiendo que el acto de pedir perdón es sinónimo de debilidad y falibilidad; una forma de perder la confianza de los demás y, de paso, la propia.
Tal y como podemos asumir, no resulta fácil convivir con alguien que relaciona debilidad con el reconocimiento del error. Si esto persiste, si esa falta de inteligencia emocional no se resuelve, viviremos en un estado de frustración y sufrimiento constante. Hacer vida con quien sustituye un “lo siento” por una excusa no es saludable. Por otro lado, tampoco podemos forzar a nadie a pedirnos perdón, porque ese paso debe emerger del corazón y de la necesidad auténtica de reparar lo dañado.
Pensemos en ello, saber pedir perdón es una competencia que debería enseñarse desde la infancia. Al fin y al cabo, pocas palabras son tan relevantes en nuestro día a día.