El poder daña y enferma, según varios estudios
Muchas de las personas que aglutinan poder se mueven en su vidas con una ética cuestionable. Sin embargo, ahora es la ciencia la que evidencia que el poder daña y enferma. No importa de qué tipo de poder se trate: en todos los casos provoca impactos negativos en quienes lo detentan.
El pensador Lord Acton afirmó: “el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente”. Por eso, precisamente, en las democracias reales se establece un sistema de pesos y contrapesos que impide, o trata de impedir, los abusos y los fraudes.
Sin embargo, con demasiada frecuencia vemos que el sistema no cumple este propósito. Cantidades que no aparecen, medidas que benefician solo a los cercanos a un determinado partido político, acuerdos con los que algunos funcionarios y empresarios se llenan los bolsillos a costa de la sociedad, etc. En el fondo, muchos intuimos que el poder daña y enferma. ¿Por qué?
“El intento de combinar sabiduría y poder rara vez ha sido exitoso y solo por un corto tiempo”.
-Albert Einstein-
El poder daña y enferma
Varios experimentos del doctor Dacher Keltner, profesor de psicología de la Universidad de Berkeley, llevaron a este científico a señalar que el poder daña y enferma. Según sus conclusiones, quienes ostentan cargos directivos, con el tiempo, se tornan más impulsivos y pierden la capacidad para percibir el riesgo y ponerse en el lugar de otros.
Otro investigador, el profesor Sukhvinder Obhi de la Universidad McMaster en Ontario (Canadá) llegó a una conclusión similar. A su juicio, los poderosos tienen mermada su capacidad para entender las circunstancias de los demás. Los otros no cuentan en la orientación de sus actos.
Como resulta obvio, lo anterior es un obstáculo para la empatía. De manera sistemática, ponen sus intereses por encima de los de los demás.
El efecto de reducción
Se le llama efecto de reducción a una tendencia presente en las figuras de poder: simplificar al máximo la realidad del otro. A este proceso también se le suele llamar “síndrome de la arrogancia” o “enfermedad del poder”. Es más visible en quienes han ostentado algún cargo poderoso por mucho tiempo.
Según el neurólogo inglés David Owen y el profesor en la Escuela de Psiquiatría y Ciencia de la Conducta de la Universidad de Duke Jonathan Davidson, tal síndrome o efecto es definido como: “un desorden causado por el ejercicio del poder, especialmente poder asociado con gran éxito, y ejercido por años sin límites severos a su ejercicio”.
Una de las manifestaciones típicas de este desorden es el desprecio por otros. Los aquejados por este mal se muestran desparpajados y displicentes en su relación con los demás y suelen exhibir actitudes de imprudencia e incompetencia con total cinismo.
En el mundo actual, a lo anterior se añade un componente de exhibicionismo muy marcado. Las figuras de poder sienten que deben construir una imagen suya similar a la de una estrella del espectáculo. Invierten mucho tiempo, energía y dinero en ello. Esto, lejos de servirles para realizar su labor, solo incrementa su narcisismo y egolatría.
¿Es posible escapar a esto?
¿En todos los casos el poder genera ese efecto? ¿Siempre se cumple la premisa de que el poder daña y enferma? Los datos indican que, en todo caso, el poder inclina de forma decisiva a desarrollar esa suerte de encapsulamiento frente al mundo y, en particular, de imposibilidad para estar al tanto, comprender y atender las necesidades de los demás.
Es muy difícil que una persona en el ejercicio del poder, en especial por mucho tiempo, escape a esos efectos. Sin embargo, sí que existen medios para impedir que la “enfermedad del poder” gane terreno. El primero de ellos está consagrado, pero debe observarse de manera muy escrupulosa. Tiene que ver con los controles efectivos al poder.
Esto es una especie de “polo a tierra” para los poderosos. Si sobre ellos se establecen límites operantes, su encerramiento en sí mismos y en su ego tiende a ser menor. Esto vale en especial para los áulicos, que están alrededor del poderoso y que aplauden todo lo que hace.
También sería recomendable un esfuerzo en torno a la discreción, limitando la exposición pública y manejando la comunicación de una forma más seria. Conocer las opiniones de los ciudadanos, así como informarse a fondo de sus condiciones de vida (mediante noticias, cartas, documentales, etc.), ayuda a preservar la empatía.
El poder daña y enferma de manera potencial, por lo que quien lo ostenta debería conocer este riesgo.
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- Corres-Medrano, I., & Santamaria-Goicuria, I. (2020). Miedos en una sociedad enferma. Revista Internacional de Educación para la Justicia Social, 9(3e).