¿Por qué duele que nos rompan el corazón?
Cuando perdemos a un ser querido solemos hablar de esa pérdida como si ésta provocase sentimientos de dolor; nos sentimos dolidos si nuestro grupo de amigos nos traiciona; los artistas han descrito desde tiempos inmemoriales en forma de poemas o canciones el desgarrador dolor que siente un corazón roto. Pero, ¿Hasta qué punto esta metáfora del dolor refleja lo que en realidad está ocurriendo en el cerebro humano? Parece que estas intuiciones poéticas sobre el dolor están empezando a encontrar apoyo en la neurofisiología.
Eysenberger y su equipo estudiaron esta cuestión ideando un atrevido experimento para el que se ayudaron de las técnicas de neuroimagen. La pregunta es: ¿la metáfora del dolor psicológico producido por la pérdida social se refleja en algún circuito neuronal del cerebro? Gracias a la resonancia magnética funcional de imágenes (fMRI), pudieron demostrar que algunas áreas cerebrales que “se encienden” durante el dolor físico, también se activan durante el dolor emocional inducido por la exclusión social.
Para medir el sentimiento de exclusión social, el grupo de trabajo dirigido por Eysenberger ideó la siguiente situación experimental: sus participantes debían jugar con un videojuego que consistía en lanzar balones. Los sujetos experimentales observaban el juego mientras se realizaban las mediciones pertinentes y necesarias de la actividad cerebral pero durante la fase experimental se convirtieron en participantes activos del juego. Tras lanzar el balón varias veces, los otros dos “jugadores” (en realidad personajes virtuales creados por el ordenador) dejaban de tirar el balón a los sujetos, excluyéndolos del juego. Es en este momento cuando los colaboradores experimentaban angustia emocional tal y como indicaban los cambios sustanciales en el flujo sanguíneo de dos áreas cerebrales clave.
Una de estas áreas, el córtex cingulado anterior, se sabe que está implicada en generar la experiencia aversiva del dolor físico. Demostraron que, cuanto mayor era la angustia social, mayor era la activación del área cerebral. La otra región cerebral, la corteza prefrontal, mostraba un patrón de actividad opuesto al anterior; volviéndose más activo cuanto menor era la angustia social. Lo que se encontró, en resumen, fue que ambas áreas cerebrales implicadas en los sentimientos de angustia por exclusión social respondían de manera opuesta al grado de dolor social experimentado. Esto sugiere que el cíngulo anterior es más importante a la hora de elaborar sentimientos de angustia emocional, mientras que la corteza prefrontal, la cual participa en la regulación emocional, contrarresta el sentimiento doloroso de ser rechazado.
No obstante, la circunvolución del cíngulo tiene dos áreas “emocionales” diferenciadas: la anterior, responsable de la elaboración de sentimientos y emociones negativas, y la región posterior, la cual genera sentimientos y emociones positivas. Tanto los antidepresivos como otras drogas elevadoras del ánimo actúan reduciendo la activación del área anterior. Los efectos más profundos que Eysenberger y cols observaron, parecen ubicarse en la región cingulada central, conocida por su función integradora de la emoción y la cognición. Esta región se activa durante la excitación sexual masculina y durante tareas cognitivas estresantes que requieren atención. Por esta razón, podemos comprender que la activación de estas zonas cerebrales sólo es un pálido reflejo de lo que realmente acontece en nuestro organismo y en nuestra mente ante la exclusión social.
En base a estos hallazgos, Eysenberger y colaboradores formularon de la teoría de la superposición del dolor. Dicha teoría propone que el dolor social, el dolor que experimentamos cuando las relaciones sociales se dañan o se pierden, y el dolor físico comparten partes de un mismo sistema de procesamiento cognitivo, conductual, fisiológico y emocional. De hecho, este sistema sería el responsable de que prestemos atención a algo que va mal, tal y como sucede cuando sentimos dolor físico. Además, Panksepp encontró que los analgésicos opioides obtendrían una eficacia similar en el dolor emocional y en el físico, aliviando las vocalizaciones de angustia o de peligro que distintos mamíferos emiten al ser separados de los de su grupo. De hecho, se cree que la conexión entre el dolor físico y el dolor social tiene un significado evolutivo, pues la separación y dolor que experimentamos con ella podría responder al anticipo de un peligro por separarnos de nuestras figuras de apego (esta conducta, de hecho, se observa en todos los mamíferos y es comprensible cuando la cría o el infante no comprenden ni pueden hacer frente a sus necesidades básicas o al peligro exterior).
Todos hemos experimentado, en algún momento, la pérdida de apoyo social o la angustia emocional por la separación de nuestros seres queridos (lo cual es común con otras especies animales) como una experiencia de dolor desgarradora e incontrolable.
Por esto, es claro que el dolor psicológico en humanos, especialmente la pena y la soledad intensa, comparte algunos de los mismos circuitos neuronales que elaboran el dolor físico. Aún así, deben seguir realizándose este tipo de estudios para comprender cada vez mejor la angustia social en el ser humano. Naturalmente, es importante que los científicos sigan siendo escépticos en cuanto a estas hipótesis hasta que estén convenientemente cimentadas en investigaciones sólidas tales como la llevada a cabo por Eysenberger y su equipo.
Parece que no le faltaba razón a Aristóteles al afirmar que aunque a veces “la amistad tiene cierta apariencia de exceso, (…) sin amigos nadie escogería vivir, aunque tuviese todos los bienes restantes”. En su estudio, Eysenberger, nos invita a cambiar la palabra “amigos” por “aire, agua o comida”; esto nos hace plantearnos si de verdad nos gustaría vivir o podríamos vivir sin contacto social de ningún tipo. Parece que la conexión social es de primera necesidad y que la ausencia de relación social nos provoca realmente un dolor no muy diferente al dolor físico.
Una buena definición del dolor social sería entenderlo como la experiencia angustiante–estresante que surge de la distancia psicológica real o potencial de cercanía con los otros o con los del grupo social. Por su parte, la distancia psicológica se conceptualiza a partir de las percepciones de rechazo o exclusión, la no inclusión, o cualquier indicación socialmente relevante que hace que una persona se sienta poco importante, distante, o no valorada por aquellos que considera importantes (compañeros, pareja, etc).
Esta cuestión, nos ayuda a recalcar la importancia de concienciación sobre el dolor social; quizás la sociedad todavía no comprenda el alcance de la cuestión pero no debemos infravalorar el dolor experimentado por personas con problemas de relación social, con fobia social, víctimas de maltrato (como el bullying o mobbing laboral), pertenecientes a grupos marginales o en clara situación de exclusión social, etc. Es arriesgado afirmar que ambos tipos de dolor son equivalentes pero desde luego que ni uno ni otro pueden pasar desapercibidos para la sociedad y que en muchas ocasiones pueden estar relacionados (por ejemplo, en la fibromialgia). El estudio de este ámbito nos permitirá, en adelante y con pleno conocimiento de la dificultad que conlleva el estudio de ésta temática, llevar a cabo una inestimable y valiosa labor de concienciación para prevenir y paliar el sufrimiento social.
Foto cortesía de Jochen Schoenfeld