¿Por qué nos gusta la música triste?
¿Por qué nos gusta la música triste? Hay algo magnético y atrayente en canciones como Tears in Heaven de Eric Clapton o en el Hallelujah de Leonard Cohen. Se trata de una emoción musical que lejos de abrumarnos o causarnos malestar, despierta nuestros sentimientos más profundos logrando que el mundo se detenga, que naveguemos en la introspección de nuestro propio ser…
No nos equivocamos si decimos que en las listas de las canciones de mayor éxito siempre hay alguna de tintes melancólicos. Un ejemplo tan distintivo como llamativo es el de la cantante británica Adele. Su carrera musical se basa en esa quintaesencia, la de la tristeza, la de ese perfume permanente donde la decepción, las rupturas, la angustia y la soledad impregnan letras como las contenidas en la archiconocida Hello.
¿Somos masoquistas? ¿Por qué nos deleitamos tanto con el Everybody Hurts de REM y con todos esos títulos que llegamos a escuchar en bucle aún pasando nosotros mismos por un mal momento? El propio Aristóteles ya dijo en su día que la música tiene el don de “purgar”. En esa primera idea ya avanzaba lo que hoy conocemos como “catarsis emocional”, ese mecanismo mediante el cual nos permitimos liberar sentimientos, sensaciones y emociones complejas.
Nadie es inmune al efecto de la música. Al cerebro le fascina, es más, estudios como el llevado a cabo en la Universidad McGill, en Quebec y dirigido por la neuropsicóloga Valorie Sampoor, nos explican que la actividad neuronal en áreas como el núcleo accumbens (relacionada con las recompensas) demostraría que la música es tan importante para el ser humano como lo puede ser el alimento o las relaciones sociales.
“Porque nada se compara,
nada se compara a ti.Esto ha estado tan solitario sin ti,
como un pájaro sin una canción.
Nada puede parar la caída de estas lágrimas solitarias,
dime cariño ¿dónde me equivoqué?(…)-“-Sinéad O’Connor. Nothing compares 2U-
Nos gusta la música triste porque nuestro cerebro la necesita
Dicen los entendidos en música triste que una de las canciones que mayor impacto causó en la historia fue Nothing compares 2 U, interpretada por Sinead O’Connor y escrita por Prince en 1985. La música, la letra y un rostro femenino llorando en primer plano se introducen casi al instante en lo más profundo de nuestro cerebro emocional. Es casi imposible no quedar imantado por toda un sinfín de sensaciones, sentimientos que arrastran consigo recuerdos nuestros del pasado, secuencias con las que sentirnos identificados.
Resulta casi contradictorio el hecho de que podamos “disfrutar” sintiendo precisamente emociones tristes. Esta premisa o esa duda fue la que les llevó a un equipo de psicólogos, músicos, filósofos y neurólogos de la Universidad de Tokio a realizar una serie de estudios. Los datos fueron publicados en la revista Frontiers in Psychology y no pudieron ser más interesantes. Veámoslos a continuación.
Las canciones tristes nos producen “emociones positivas”
A la mayoría nos gusta la música triste, lo sabemos. Sin embargo, hay algo que todos hemos podido comprobar: después de escuchar esa lista de reproducción no nos sentimos mal, al contrario. Es decir, no quedamos contagiados de esos malestares, esas pérdidas, ese dolor por una ruptura, por un desengaño. Lo que experimentamos después curiosamente es bienestar, alivio, tranquilidad.
Así, una de las investigadoras de este trabajo, la doctora Ai Kawakami, experta en música y emociones, nos señala que es necesario diferenciar la emoción sentida de la emoción percibida o indirecta. La música, tiene la cualidad de hacernos percibir emociones de este último tipo: conectamos con ellas pero “no las sufrimos”. Es decir, no las sentimos con la misma intensidad que cuando la propia vida nos golpea con un revés, con algo inesperado y desolador.
Las canciones tristes tienen la curiosa cualidad de conectarnos con las emociones más profundas para después salir indemnes de ellas. Y no solo eso, emergemos con una sensación de bienestar.
Las canciones tristes son “vacunas” para la vida
Decía Leonard Cohen que cada vez que interpretaba la canción Hallelujah de Jeff Buckley sentía algo especial. Era como hallar el equilibrio en un mundo en caos, como buscar la reconciliación en todo conflicto. Así, una de las razones porque las que nos gusta la música triste es porque nos inocula un poco de paz, unas gotas de introspección y unas pinceladas de catarsis emocional.
Este tipo de música es una vacuna para las dificultades de la vida. De hecho, acudimos a ellas como lo hacemos con los libros que nos cuentan historias dramáticas, como cuando elegimos ver esas películas de triste desenlace pero que nos dejan siempre una enseñanza. La magia de esas emociones indirectas que nos generan este tipo de dimensiones son algo genuino e increíblemente útil.
Este tipo de experiencias artísticas nos descalzan de las emociones reales, esas más crudas y dolorosas que tan a menudo nos paralizan en estados nada agradables. Nos gusta la música triste porque nos permite tomar contacto con nuestro yo emocional de un modo más seguro, y por su puesto hermoso. Podemos trasladarnos con esas letras a momentos de nuestro propio pasado, llorarlo, desahogarlo y volver sin rasguños.
Podemos incluso dejarnos llevar por la belleza de la música y la letra para empatizar con el artista, disfrutando de un instante de intimidad donde caminar también por ese universo ajeno lleno de profundas tristezas. Sea como sea, siempre salimos reconfortados, listos para encarar nuestras jornadas con mayor templanza…