¿Por qué saltar la frontera invisible de la edad?
Al elegir personas para relacionarnos, solemos preferir a las de nuestra generación. Las razones que explican esta regla con excepciones son muchas; por norma, nos resulta más fácil compartir experiencias con ellas, ya sea porque los desafíos que enfrentamos o el dialecto que hablamos son similares. Sin embargo, trascender esta comodidad y aventurarnos a explorar relaciones con personas de otras generaciones puede abrirnos la puerta a experiencias y conocimientos, junto a formas de hacer y de contar, que otro modo no podríamos disfrutar.
Hay ciertos espacios que favorecen el contacto entre personas de diferentes generaciones; por ejemplo, la escuela, los entornos laborales y, sobre todo, la familia. No obstante, la mera convivencia no basta. Si queremos nutrirnos y enriquecernos unos a otros, es importante que estemos abiertos y dispuestos a conocer y compartir.
Las relaciones intergeneracionales
Las relaciones intergeneracionales son los vínculos que se establecen entre personas que pertenecen a generaciones diferentes. En un pasado no tan lejano, especialmente en entornos rurales, era común convivir en pequeñas comunidades y cohabitar con miembros de la familia extensa o política. Esto facilitaba el intercambio de opiniones y experiencias, así como el tiempo compartido entre personas de muy diferentes edades.
Hoy en día, las sociedades occidentales se basan en un modelo individualista en el que la familia nuclear vive relativamente aislada; ya no existe el concepto de “criar en tribu”. Así, cada vez es menos común que niños y adolescentes pasen tiempo con adultos que no sean sus progenitores; y menos aún con personas de la tercera edad, incluso si pertenecen a su familia. Sin embargo, la diversidad de estos vínculos resulta muy beneficiosa y enriquecedora; incluso necesaria.
Beneficios de las relaciones intergeneracionales en los mayores
En ocasiones pensamos que las personas de la tercera edad son incapaces de comprender a los jóvenes, que sus valores tradicionales son incompatibles con los cambios actuales y que no quieren modificarlos.
Sin embargo, generalmente estas personas tienen una mente mucho más abierta de lo que imaginamos, y están deseando alejar la sensación de que viven en un mundo cada vez más extraño. Solo demandan un poquito más de paciencia para moverse por los mismos lugares y con las mismas herramientas con las que nosotros somos hábiles. Así, las relaciones intergeneracionales pueden:
- Aumenta su energía, su vitalidad y su motivación. De algún modo, el entusiasmo y las ganas de un niño o un joven pueden contagiarse sin esfuerzo.
- Mejora su estado emocional al sentirse acompañadas, atendidas y vistas por su entorno. La soledad es uno de los mayores problemas a los que nos enfrentamos en la tercera edad; contar con la compañía, el aprecio y el amor de otros, especialmente de los más jóvenes, ayuda a reducir esta sensación. Las relaciones intergeneracionales forman redes de apoyo especialmente bellas.
- Favorece su autoestima, ya que se sienten útiles, importantes y valiosos en la vida del otro. Poder compartir su experiencia, sus conocimientos y su punto de vista les ayuda a sentirse integrados y productivos, a tener un propósito.
- Un vínculo con alguien más joven pone a las personas mayores en marcha y las enfrenta a nuevos retos y desafíos. Fomenta la actividad física y también la mental, favoreciendo un envejecimiento activo. Y es que, desde jugar con un niño hasta aprender sobre redes sociales de un adolescente, este tipo de vínculos ofrecen múltiples oportunidades para salir de la zona de confort y hacer ese esfuerzo tan beneficioso.
- Ayuda a la integración de las personas mayores en la sociedad. Y es que el contacto con las generaciones más jóvenes es el mejor modo de entender sus valores, sus ideales y puntos de vista que son el reflejo de la actualidad. También ellos son los mejores maestros en cuanto a tecnología y pueden facilitar el aprendizaje de los mayores en este aspecto.
¿Qué hay de los jóvenes?
Cuando hablamos de fomentar las relaciones intergeneracionales, pensamos que este es un sacrificio que los jóvenes pueden hacer por ayudar a los mayores. Sin embargo, los primeros también pueden verse muy beneficiados por estos vínculos:
- Si las personas mayores son de su familia, tienen la oportunidad de descubrir sus raíces y su historia. Desarrollan un sentimiento de pertenencia y son más capaces de comprender de dónde vienen, qué pueden aprender y qué no desean repetir.
- La experiencia y la sabiduría que aportan los años y las vivencias hacen que los mayores puedan compartir valiosos conocimientos sobre cómo afrontar las situaciones, qué decisiones tomar y cómo contemplar la vida desde una perspectiva más amplia; algo que a los jóvenes aún les falta.
- Igualmente, pueden transmitirles ciertos valores tradicionales y ayudarles a recordar su importancia. Por ejemplo, la responsabilidad, el valor de la palabra o la importancia del cuidado mutuo más allá del individualismo.
- Niños y adolescentes pueden contar con figuras adultas a las que recurrir en caso de necesidad o en busca de apoyo o consejo. No siempre es posible o deseable para ellos acudir a sus progenitores y contar con este tipo de redes puede hacerles sentir más seguros, acompañados y apoyados.
- Ante todo, acerca a los jóvenes a la realidad de los mayores y aumenta la empatía hacia ellos. Se eliminan barreras y se forja una visión menos sesgada y más inclusiva con la tercera edad.
Fomentar las relaciones intergeneracionales nos enriquece a todos
A la vista de estos beneficios, ¿por qué no cosecharlos? Existen varias propuestas de voluntariado que dedican todos sus esfuerzos a facilitar esta conexión; sin embargo, en muchos casos no es necesario recurrir a ellos. Es muy probable que en nuestro edificio vivan personas de otras generaciones que estén deseando compartir con alguien lo que saben.
Solo se trata de abrir los ojos, de mirar, de fijarnos en otros detalles. No tardaremos en encontrar una oportunidad para formar parte de este intercambio intergeneracional.
En ocasiones, basta una conversación abierta y sincera o un café compartido para disfrutar de estos beneficios. También podemos involucrarnos en actividades conjuntas que faciliten el intercambio: cocinar, cuidar el jardín, jugar a juegos de mesa, compartir un proyecto personal o profesional o una afición común… Las alternativas son múltiples, solo hemos de encontrar aquella con la que nos sintamos cómodos y abrir nuestra mente para conocer la realidad del otro.
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