Racionalización, un mecanismo de defensa peligroso
La racionalización es un mecanismo de defensa del que muchos hemos echado mano en más de una ocasión sin saberlo. Define esas situaciones en las que damos sentido a lo imposible. Son esas veces en las que justificamos lo injustificable para evitar el sufrimiento psicológico. Darnos una narrativa apaciguadora ante algo que no queremos reconocer es algo bastante común.
Podríamos dar varios ejemplos sobre esta dinámica psicológica. La lleva a cabo la persona que percibe cómo su pareja evidencia ya cierta lejanía y frialdad emocional. Ante esto, se dice a sí mismo -racionaliza- que todo se debe al estrés laboral y que cuando las cosas en el trabajo mejoren la relación tomará un nuevo impulso.
Si he fracasado en ese proyecto, me digo a mí mismo que es porque los demás no me han apoyado lo suficiente; no porque yo no me haya esforzado. Si mi hijo adolescente ha suspendido todas las asignaturas se debe a que los profesores no saben cumplir su función, y no porque él tenga algún problema que, tal vez, no estoy viendo.
Racionalizar es construir una serie de juicios que nos impiden afrontar una realidad concreta. Una trampa mental en la que muchos hemos caído alguna vez.
La racionalización es básicamente resistencia al cambio. No admitir la realidad nos aboca a seguir cometiendo los mismos errores.
Racionalización: definición y mecanismos en que la aplicamos
Podríamos definir la racionalización como la creación de una serie de argumentos que buscan ser lo bastante plausibles como para justificar algo que en realidad no queremos aceptar. Es un intento por convencernos a nosotros mismos de que “a pesar de todo, lo sucedido no es tan terrible”. Ahora bien… ¿qué consecuencia tiene el hecho de no ser capaces de dar visibilidad al error, al fracaso o lo incómodo?
La consecuencia es obvia: cronificarnos una y otra vez en los mismos errores. Decía Marcel Proust en su obra Remembrance of Things Past que aunque la felicidad es buena para el cuerpo y la mente, es el dolor el que nos impulsa al cambio y la mejora. No querer ver lo que duele nos deja atrapados en la negación, en la inconsciencia y el sufrimiento constante.
Sin embargo, lo más llamativo de este mecanismo de defensa es que la persona no es consciente en ningún momento de que está aplicando ese recurso. Esto explica la dificultad en terapia por parte del profesional a la hora de “desenmascarar” esas artesanías sofisticadas del autoengaño.
Negar lo obvio: la peligrosa virtud del racionalizador
El racionalizador o la racionalizadora invierte un gran gasto psicológico en crear las argumentaciones complejas para justificar sus debilidades, errores o carencias. Lo hace el hombre que no da con la pareja perfecta porque, según él, nadie se ajusta a sus valores y que, sin embargo, es tan tímido que no se atreve a quedar con nadie.
Lo hace quien lleva diez años intentando sacarse una carrera dando mil excusas tras cada suspenso, sin admitir que tal vez esa disciplina universitaria no está hecha para él. Lo que definen a estas personas es negar lo obvio para no tomar contacto con la dura realidad y lo que esta implica: responsabilizarse de sí mismas.
Por otro lado, estudios como los realizados en la Universidad de Columbia Británica (Canadá) apuntan una reflexión. El status quo y la propia sociedad también inoculan en nosotros el impulso de la racionalización. Es decir, a menudo damos por válidas dimensiones controvertidas solo porque todos los demás lo hacen también.
Este es sin duda un matiz que tener muy presente.
Detrás de la racionalización está el miedo y la resistencia al cambio
Los mecanismos de defensa fueron enunciados por la escuela psicoanalítica. Sigmund Freud llegó a definir hasta 15 mecanismos, entre los cuales estaba la racionalización. Él mismo definió este recurso psicológico como un intento del yo por lograr que una situación incómoda o traumática fuera aceptable para el superyó.
Ejemplo de esto mismo fue la historia de uno de los pacientes del célebre médico vienés que temía a la oscuridad. El hombre argumentaba que tener miedo a los espacios oscuros es algo normal porque nadie sabe lo que se esconde en esos espacios sin luz. Sin embargo, tras esos esfuerzos por racionalizar su miedo, se encontraba una realidad incómoda y traumática: los abusos sexuales de infancia.
Es decir, en este mecanismo de defensa tan hábil y eficaz habita el miedo y la resistencia al cambio. A ninguno nos gusta encontrarnos frente a frente ante nuestras heridas, nuestras debilidades o esos hechos que a fin de cuentas deforman la imagen que tenemos de nosotros mismos.
¿Cómo puedo dejar de ser un racionalizador?
¿Es posible dejar de racionalizar? ¿Cómo ser más consciente de esas realidades que deberíamos afrontar por nuestro bienestar y equilibrio psicológico? Lo cierto es que no es nada fácil retirarnos esas gafas capaces de aplicar filtros de vibrantes colores a hechos suspendidos en la sombra.
En ese afán nuestro por quitar hierro a los fracasos o errores, creamos narrativas altamente floridas que nos sirven de salvavidas. Pero estos salvavidas son de cartón piedra y a la mínima, nos volveremos a hundir. ¿Qué hacer entonces para no recurrir a estos mecanismos psicológicos?
Un recurso básico que nos puede servir de ayuda ante estas circunstancias es preguntarnos siempre “por qué”. Cuando algo no sucede como nosotros queremos o esperamos, hagámoslo, preguntémonos por qué ha pasado esto. Antes de recurrir a la fabulación y al autoengaño, démonos tiempo para meditar y reflexionar.
La valentía también está en reconocernos falibles, en tocar con humildad nuestras heridas para atenderlas sin volver la vista diciéndonos aquello de “pues no ha sido tan terrible, una vez más, puedo con todo”.
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