Sabiduría oriental: fondo y trasfondo
Fondo y trasfondo son conceptos que aparecen en varias filosofías orientales. Una de esas vertientes ha dado lugar a la llamada “psicología del autoconocimiento”. En esta tienen gran relevancia los diferentes niveles de conciencia y cómo interactúan entre sí. Consideran que al conquistar dichos niveles, se alcanza el estado de bienestar.
Aunque no se trata de un enfoque científico estrictamente hablando, llama la atención su coincidencia con los saberes occidentales. Más cuando muchos de estos conceptos, como el de fondo y trasfondo, son milenarios. Por eso, no deja de resultar curioso que en gran medida se ajusten a lo que el mundo occidental desarrolló como escuelas psicológicas.
“La conciencia es la voz del alma; las pasiones, la del cuerpo”.
-William Shakespeare-
Tanto allá como aquí, la conciencia ocupa un lugar primordial. El objetivo final en Oriente y Occidente es alcanzar un elevado estado de conciencia. Implícitamente se comparte la idea de que la ignorancia es fuente de errores e infelicidad. Por lo tanto, el bienestar se encontraría a través del autoconocimiento y su expresión en la conciencia. Veamos esto con mayor detalle.
Las formas y la vida
Para la llamada “psicología del autoconocimiento”, el mundo de las formas es el de lo aparente. Tiene que ver con la vida cotidiana. Lo que vemos y percibimos a diario. Los objetos, los lugares y las situaciones con las que tenemos que lidiar permanentemente. Corresponde a lo que en Occidente llamamos “percepción”. El contacto con la realidad a través de los sentidos.
Esta vertiente oriental dice que dentro de tal dimensión se incluyen nuestros comportamientos habituales. Lo que acostumbramos a mostrar de nosotros mismos al mundo. Nuestras rutinas y la forma en la que nos relacionamos en el día a día con los demás. El mundo de las formas es engañoso porque solo deja ver la superficie. La percepción en Occidente también se ve como un nivel de conocimiento primario y que fácilmente induce al error.
El fondo, una región gris
Según los orientales, el fondo corresponde a una zona de nuestro ser en donde se albergan los contenidos inconscientes. En particular, es allí donde residen aspectos muy problemáticos, como los complejos y las fobias. Corresponde a lo que en Occidente solemos llamar la “preconciencia”. Es decir, todo aquello que intuimos acerca de nosotros mismos, pero no conocemos conscientemente.
Dicen en algunas filosofías de Oriente que el fondo alberga unas vibraciones sumamente densas. Estas repercuten en cómo nos percibimos y como nos relacionamos con los demás. Condicionan buena parte de nuestro comportamiento. Allí habitan la mayor parte de nuestros temores, angustias y susceptibilidades. Todo esto solo se supera mediante el autoconocimiento.
El trasfondo, el mundo de lo desconocido
Este enfoque de los orientales señala que el trasfondo es la región más profunda y desconocida de todo ser humano. Sin embargo, allí reside una fuerza de oscuridad y una fuerza de luz. En la zona oscura están todos los vicios y defectos. En la zona de luz se hallan las mayores virtudes de cada ser humano.
En el trasfondo se hallan, entonces, las razones más profundas de nuestro comportamiento. Los defectos son una fuerza que limita nuestro crecimiento. Operan como una energía imperceptible que nos lleva a actuar de forma destructiva o autodestructiva, sin que sepamos por qué o cómo.
Por su parte, las virtudes son aquellas que emergen en momentos límite, constituyendo una prueba de nuestra grandeza. El concepto de trasfondo corresponde con lo que en Occidente conocemos como “inconsciente”.
Fondo y trasfondo: la conciencia
Esta vertiente afirma que cuando logra establecerse una armonía o una coincidencia entre fondo y trasfondo, emerge la conciencia. Esta es fruto del autoconocimiento y permite que los valores más grandes del ser humano alcancen la plenitud. Corresponde a la mayor realización en la vida y, por lo tanto, a la felicidad.
Fondo y trasfondo son los niveles de conciencia en los que nos movemos habitualmente. Cuando se armonizan, se desarrollan valores como el amor, la sinceridad, la comprensión, el coraje, la humildad, la espiritualidad, la fraternidad y un largo etcétera. En suma, todos aquellos valores que son altamente constructivos para uno mismo y para los demás.
Resulta interesante observar cómo los orientales le otorgan un gran valor a la sabiduría preconsciente e inconsciente, es decir, la que habita en fondo y trasfondo. No es la razón pura la que conduce a la verdad y al bienestar. Más bien es la razón aplicada a todo lo aprendido, que permanece latente en esas zonas grises y oscuras que nos habitan.
En últimas, en Oriente también le dan un gran valor a una de las máximas que fundó la cultura occidental: “Conócete a ti mismo”. Separados por grandes distancias y por disonancias en el tiempo, es que finalmente hay muchos aspectos para los que las conclusiones son parecidas.