¿Salvarme yo o que se salven otros? Un viaje al futuro
La tecnología cada vez ocupa un lugar más importante en nuestras vidas. Contar con aparatos que nos hagan más fácil el día a día, empezando por la comunicación, es toda una ventaja en cuanto a tiempo y ahorro de recursos. De hecho, podríamos decir que desde un ordenador casi podríamos manejar el mundo: realizar operaciones bancarias, hacer la compra o decirle a nuestro aspirador que se ponga en marcha… Y, cómo no, decidir si salvarme yo o que se salven otros.
Por otro lado, esta tecnología es cada vez más inteligente: podemos utilizarla con más condicionales. Uno muy simple: cuando la temperatura de la casa sea inferior a 18º, que se encienda la calefacción. Un paso más allá, que cuando nuestro coche detecte que no nos hemos puesto el cinturón, nos torture con un pitido insoportable hasta que cumplamos con la norma.
Retos actuales de la tecnología
Siguiendo con la conducción, uno de los retos actuales a los que se están enfrentando los conductores es a la generación de sistemas de conducción autónoma. Es decir, el objetivo es que llegue el día en el que los volantes, los aceleradores y demás elementos clásicos de un automóvil pasen a mejor vida. Simplemente, enunciaremos en voz alta nuestro destino y el automóvil nos llevará. Ahora, ¿qué tiene que ver esto con que salvarme yo o se salven otros? Ya llegamos.
Para llevarnos, el vehículo tendrá que tomar un montón de decisiones. ¿El camino más rápido o el más seguro? ¿Autopistas de pago o carreteras nacionales? ¿Ir a la velocidad máxima permitida o un poco por debajo?… Si un niño está cruzando un semáforo en rojo y no ha mirado, ¿atropellarle o girar de manera brusca y tener un accidente? Esta última pregunta quizás no te la esperabas.
Sí, la tecnología nos va a enfrentar a dilemas éticos que antes podían existir, pero que no “molestaban”. Quiero decir, ante la situación anterior del paso de cebra, la reacción en una conducción normal sería casi instintiva en uno u otro sentido. Sin embargo, la tecnología nos otorga el poder de tomarla en nuestra casa tranquilos, una noche de verano, mientras tomamos un refresco en la terraza.
Si marcamos en la aplicación asociada a la conducción de nuestro coche que lo primordial es nuestra seguridad, el coche no se desviará. Si le damos más prioridad a la seguridad de otros, el coche se saldrá de su trayectoria. Claro, pero yo he hablado de un niño. Igual queremos que intente esquivar al niño, pero que no lo haga si el que cruza es nuestro peor enemigo.
Un salto enorme hacia quienes queremos ser
¿Te das cuenta de lo que significa esto? Es un salto enorme hacia quienes queremos ser. Cuando eso suceda, quiero ser generoso con el otro y salvarle; cuando eso suceda, quiero ser generoso conmigo y salvarme.
Por otro lado, podríamos experimentar una disonancia muy grande no solo por la diferencia entre nuestro autoconcepto y nuestras acciones, sino también entre nuestro concepto y nuestras decisiones tomadas para un futuro.
Además, al primar la razón o la distancia sobre la emoción o las circunstancias del momento, es probable que, por ejemplo, los alimentos tiendan a ser cada vez más saludables y con menos calorías vacías.
Ahora bien, ¿cómo se conjugaría la programación con la norma? ¿Le diríamos a la aplicación que controla nuestro coche que supere la máxima velocidad permitida en algún momento? Recordemos que la decisión la estamos bebiendo en una caipiriña y no en medio de una autopista con poco tráfico.
Por otro lado, ¿y si se legislara? ¿Si la ley te obligara a una de las dos opciones? ¿Y si directamente lo programara cada marca de coches, sin darnos cuenta, porque no hemos caído en esta posibilidad?
Salvarme yo o que se salven otros
En el otro lado, el hecho de que cada vez hagamos más actividades en compañía de la tecnología significa que el grado o la facilidad con la que nos pueden controlar cada vez es mayor. Imagina una aplicación instalada por defecto en todos los coches que comparen la velocidad permitida con la velocidad actual. Los radares se terminarían y podríamos ser sancionados por trascender la norma solo en un instante.
En este sentido, ¿hasta qué punto sería tentador trasformar determinadas recomendaciones en normas encubiertas? Por ejemplo, ¿no podría llegar un momento en el que no se le diera atención sanitaria a aquella persona que no cuidara su dieta o no hiciera ejercicio -es decir, que no hubiera cuidado de manera activa de su salud-?
Finalmente, existe un debate abierto en cómo la tecnología va a afectar al empleo. De momento, lo que estamos viendo es que el mercado laboral está empezando a acelerar en cuanto a su velocidad de cambio. Que profesiones clásicas se están trasformando o, incluso, desapareciendo.
¿Estaremos preparados éticamente, también en este campo, para afrontar los nuevos retos? ¿Primaremos la seguridad que nos puede dar la tecnología frente a la crisis social que puede producir una tasa de desempleo todavía más alta? ¿Cómo responderemos aquí a la cuestión de salvarme yo o que se salven otros?
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