Serás feliz, dijo la vida, pero primero te haré fuerte
Serás feliz, dijo la vida, pero primero te haré fuerte. Te haré resiliente. Te haré renacer. Te ayudaré a sostener los bandazos, a remar contra viento y marea, a aprender y a abrir con suavidad el tesoro de la fortaleza emocional.
Porque yo, la vida, me compongo de buenos y malos momentos, de dificultades y de oportunidades, de momentos especiales, de huellas, de cicatrices, de compañía, de soledad, de ansiedad, de sosiego y de esa sabiduría que reflejamos tras los tropiezos más caóticos.
Y es que cuando examinamos nuestra historia comprendemos que todo aquello que vivimos conforma nuestra personalidad; pues el dolor de las heridas que nos construyen y nos ayuda a aceptar, afrontar y transformarnos en las adversidades.
Porque nunca sabemos lo fuertes que somos hasta que ser fuertes es nuestra única opción. Es en este momento en el que nos vemos obligados a contemplar otras realidades más diversas y menos centradas en nosotros mismos y los deseos.
Y es que, tal y como en su día dijo la experta en duelo Elisabeth Kübler- Ross, “las personas más bellas con las que me he encontrado son aquellas que han conocido la derrota, conocido el sufrimiento, conocido la lucha, conocido la pérdida, y han encontrado su forma de salir de las profundidades. Estas personas tienen una apreciación, una sensibilidad y una comprensión de la vida que los llena de compasión, humildad y una profunda inquietud amorosa. La gente bella no surge de la nada”.
El cuento de la zanahoria, el huevo y el café
Érase una vez la hija de un viejo hortelano que se quejaba constantemente sobre su vida y sobre lo difícil que le resultaba ir avanzando. Estaba cansada de luchar y no tenía ganas de nada; cuando un problema se solucionaba otro nuevo aparecía y eso le hacía resignarse y sentirse vencida.
El hortelano le pidió a su hija que se acercara a la cocina de su cabaña y que tomara asiento. Después, llenó tres recipientes con agua y los colocó sobre fuego. Cuando el agua comenzó a hervir colocó en un recipiente una zanahoria, en otro un huevo y en el último vertió unos granos de café. Los dejó hervir sin decir palabra mientras su hija esperaba impacientemente sin comprender qué era lo que su padre hacía. A los veinte minutos el padre apagó el fuego. Sacó las zanahorias y las colocó en un tazón. Sacó los huevos y los colocó en otro plato. Finalmente, coló el café.
Miró a su hija y le dijo: “¿Qué ves?”. “Zanahorias, huevos y café”, fue su respuesta. La hizo acercarse y le pidió que tocara las zanahorias. Ella lo hizo y notó que estaban blandas. Luego le pidió que tomara un huevo y lo rompiera. Le quitó la cáscara y observó el huevo duro. Luego le pidió que probara el café. Ella sonrió mientras disfrutaba de su dulce aroma. Humildemente la hija preguntó: “¿Qué significa esto, papá?”
Él le explicó que los tres elementos habían enfrentado la misma adversidad: agua hirviendo. Pero habían reaccionado en forma muy diferente. La zanahoria llegó al agua fuerte, dura; pero después de pasar por el agua hirviendo se había vuelto débil, fácil de deshacer. El huevo había llegado al agua frágil, su cáscara fina protegía su interior líquido; pero después de estar en agua hirviendo, su interior se había endurecido. El café sin embargo era único; después de estar en agua hirviendo, había cambiado el agua.
“¿Cual eres tú?”, le preguntó a su hija. “Cuando la adversidad llama a tu puerta, ¿Cómo respondes?¿Eres una zanahoria que parece fuerte pero que cuando la adversidad y el dolor te tocan, te vuelves débil y pierdes tu fortaleza? ¿Eres un huevo, que comienza con un corazón maleable? ¿Poseías un espíritu fluido, pero después de una muerte, una separación, o un despido, te has vuelto dura y rígida? Por fuera eres igual pero, ¿cómo te has transformado por dentro?
¿O eres como el café? El café cambia el agua, el elemento que le causa dolor. Cuando el agua llega al punto de ebullición el café alcanza su mejor sabor. Si eres como el grano de café, cuando las cosas se ponen peor tú reaccionas mejor y haces que las cosas a tu alrededor mejoren.
Y tú, ¿Cuál de los tres eres?”
Ser un huevo o una zanahoria sólo te perjudica a ti, así que: ¡levántate y sigue! No te pares. Lucha. Porque cuando no vas a tener fuerzas es mañana si lo dejas pasar hoy. Sé fuerte, confía en ti, permanece y comprende que es natural que las dificultades aparezcan.
Entiende que cada piedra en el camino te ayuda a revalorar tu objetivo y te brinda la posibilidad de aprender de aquello que quedaba pendiente. Al fin y al cabo nadie nace aprendido y el triunfo surge de las cenizas del error y de la adversidad.