Solo sabía dibujar círculos en el aire
Marcos se había levantado con una gran ilusión. Hoy empezaba a trabajar como voluntario en la residencia de mayores de su localidad. Tenía solo diecisiete años y se había apuntado para realizar este voluntariado en verano porque estaba interesado en estudiar medicina y pensaba que la experiencia podía ser enriquecedora. Lo que no podía esperar era que una mujer que solo sabía dibujar círculos en el aire cambiaría su visión de la vida para siempre.
Cuando llegó al centro le dieron las credenciales y le explicaron rápidamente las normas: en su caso no podía sacar a ningún anciano del recinto sin permiso ni llevarles alimentos del exterior. Les estaba permitido hacerles compañía, leerles libros o la prensa, e incluso jugar con ellos a las cartas o al parchís.
Pero lo que a Marcos más le llamó la atención fue una ancianita solitaria que estaba mirando distraída la ventana. Enseguida le dijeron que a esa mujer la llamaban Mía y que había llegado sola, la encontraron en la calle con la cadera rota y sin poder hablar, lo único que hacía era dibujar círculos en el aire.
Marcos se sintió muy conmovido por la historia de esa señora, ¿quién la habría dejado así en la calle? Se propuso que ese verano ella sería su proyecto particular, todas las tardes las pasaría a su lado leyéndole libros. No sabía si ella le iba a entender, pero pensaba que así se sentiría menos sola.
Los círculos en el aire como llamada de auxilio
Pasaban las semanas y Marcos seguía leyéndole libros a Mía. A veces se ponía triste al pensar que ella no movía un solo músculo al verle, simplemente dibujaba círculos en el aire en el momento que se marchaba, pero decidió interpretarlo como una señal de despedida.
Hasta que un mes y medio después de pasar allí todas sus tardes a Marcos le sonó el teléfono móvil. Esto hizo que Mía comenzase a dibujar círculos en el aire de manera exagerada, estaba muy agitada. Marcos se asustó y llamó a los médicos que rápidamente sedaron a Mía.
La siguiente noche Marcos no pudo dormir. Se sentía culpable porque fue su teléfono el que molestó a Mía y por su culpa habían tenido que sedarla. Es más, comenzó a pensar en su abuela y en cómo se sentiría él si eso le pasara. Y entonces, de repente, se dio cuenta de lo que significaban esos círculos en el aire.
A la mañana siguiente, cogió su bicicleta y fue lo más rápido que pudo a la casa de su abuela. Se dirigió al desván a coger un objeto, ese objeto donde estaban todas las respuestas. Él era muy joven y nunca lo había usado, pero si que había visto películas en las que se usaba dibujando círculos con los dedos.
Al salir, le dio un gran beso a su abuela y muy feliz se dirigió al centro de mayores donde creía que iba a dar respuesta, por fin al gran enigma. Una vez allí, en la habitación de Mía, conectó el aparato que llevaba, un teléfono antiguo, de esos que llevan los números en una rueda a la que hay que dar vueltas para marcar el número de teléfono y se lo acercó a Mía.
Y por fin, después de todo ese tiempo, Mía pudo sonreír y dejó de dibujar círculos en el aire para marcar un número de teléfono y la voz de su hijo escuchar al fin. Marcos sintió una enorme alegría y entendió que no todo lo que vemos significa lo mismo para todas las personas.
Mía, no había sido abandonada. Mía se calló en la calle y como no podía hablar no pudo avisar a nadie de dónde estaba su hijo. Al igual que nadie se preocupó en mirar los gestos de mía con otros ojos, porque muchas veces vemos lo que queremos ver.
La importancia de la brecha generacional
Marcos aprendió que cuando le resultaba gracioso ver a su propia abuela intentar manejarse con un teléfono móvil, uno que ni siquiera era táctil, de manera tosca, quizá estaba haciéndole daño a un ser querido. Además, aprendió que no todo el mundo nace sabiendo y que enseñar y comprender, ver el mundo a través de los ojos de otro es mucho más satisfactorio que reírse de las dificultades ajenas.
La llamada brecha generacional se hace patente en estos pequeños detalles de nuestro día a día. Desde la incomprensión de las cosas más simples por nuestros mayores, como pueda ser internet o los teléfonos, a las costumbres que ahora podamos haber aprendido gracias al avance de las nuevas tecnologías.
Todo ello ha ocurrido a un ritmo vertiginoso, un ritmo al que resulta muy complicado adaptarse sobre todo si no tienes la necesidad de ello, como le ocurre a nuestros mayores. Así que antes de juzgar trata de entender qué es lo que pasa por su mente o cómo ven ellos las cosas, e incluso, qué hacían ellos cuando todos estos aparatos no existían, nunca se sabe, igual te ocurre como a Marcos y puedes reunir de nuevo a una familia.