Te libero de mí
No me va tan mal, te lo aseguro. He descubierto gente que me hace reír, mucho. He vuelto a encontrarme, por las mañanas, cuando no estás a la hora del café; por las tardes, cuando vuelvo de trabajar y debajo de la manta no hay nadie…
No me va tan mal, créeme. Estoy bien, aunque te sigo viendo una décima de segundo en cada café, cada vez que cojo esa manta y busco algo en lo que apoyarme. Te lo digo: no es lo mismo ser que estar y tú ya no estás, pero sigues siendo.
Estoy bien, he abierto los brazos para llenarlos de recuerdos nuevos en los que no aparezcas tú; y, sin embargo, te confieso: aún no tengo los suficientes como para dejar de sentir frío.
Aquí ya no estás, a pesar de que te veo
Escribir es la forma más dura y menos valiente que he encontrado de decirte que te echo de menos incondicionalmente, pero que necesito vivir conmigo –tanto o igual que lo haces tú sin mí-. Esto es, si ya no podemos ser uno lo mejor es que comience a aprender a ser yo. Que me han dicho por ahí que, fundamentalmente, quien tiene que estar conmigo soy yo misma.
Y tú, tú hace mucho tiempo que ya no estás aquí, aunque pueda seguir viéndote en todos los lugares por los que voy. Ya sabes, esos que te guardan todo el cariño que te sigo guardando yo porque nos deben y les debemos todo lo felices que algún día fuimos: porque por encima de todo lo malo, está que supimos hacernos reír de verdad.
Será difícil dejarnos de ver, pero el mayor consejo que puedo darnos es el de ser tan fuertes como nos atrevimos a serlo cuando decidimos empezar. Sé que no es lo mismo, que ahí estabas tú y estaba yo; sin embargo, podremos hacerlo, podré lograrlo.
Te libero de mí
También me han dicho por ahí -y esta es la verdadera función de este escrito- que la mejor forma de acabar con el dolor es liberándolo. Por ello, sin rencor y sin odio, te ofrezco toda la libertad que necesites: no me refiero a algo que ya está claro, que te has ido; sino a dejarte ser de verdad, sin culpas ni remordimientos, sin más llantos.
Para ello lo mejor, al menos por ahora, es que nos olvidemos de todo: de los domingos en tu casa, de las películas compartidas en las que yo siempre me dormía, de las comidas que nunca más haremos. Dejemos ir los sueños que no hemos cumplido, mi mal humor que impedía tu sonrisa, la tristeza, nuestra alegría. Pasemos página.
Digamos adiós a las ciudades que nos vieron juntos, a las primeras veces que siempre seguirán siendo, a lo que me has enseñado y a lo que pude haberte enseñado. Partamos de cero. Te libero de mí, de la misma manera que consigue hacerlo cada rincón que nos vio algún día y ya no nos ve.
Me despido sin saber hacerlo del todo, porque sé que es obligatorio si no quiero que la despedida sea hacia a mí, definitivamente. Estoy segura de que en esto también estás de acuerdo: si no podemos ser como quisimos, lo más sano es que seamos de otra manera; y si ahora no hay manera, lo único que puede curarnos es que no seamos.
“El día de hoy, te libero.
Te libero de mi,
de mis males,
de esos domingos infinitos por la tarde,
del odio a mis cumpleaños,
de no saber cómo hacer para regalarte algo
que no tengas o que no pierdas.
Te libero de mi desengaño,
de tu karma,
de mis novedades,
de esa contradicción que me invadía
y que represento.
Te libero de mis llamadas,
de mis enredos,
de mi cabello,
chino, largo y despeinado
que se enredaba en tus dedos y me dolía.
Te libero de mi consciencia,
d e las caídas, l as levantadas,
de esta huida.
Te libero de esos puntos suspensivos,
puntos y seguidos,
de las cuestiones o exclamaciones,
en fin de todas las reglas ortográficas habidas y por haber.
Te libero con esa puerta que acabas de cerrar,
para que te vayas,
para que me dejes,
para que me veas lejos y me quieras cada día menos,
aunque me duela en lo más profundo de mi corazón. “
-Mario Benedetti-