Terror en tiempos de peste negra
A una ciudad portuaria de unos 100.000 habitantes y gran importancia llega un mal día un cargamento intoxicado. En menos de un mes, 300 personas pierden la vida diariamente en una fatal epidemia, a finales del mismo un 10 por ciento de su población ha muerto.
El origen de la pandemia de peste es desconocido, al igual que los métodos para eludirla. Fallecen hombres y mujeres, niños y ancianos, campesinos y artesanos, clérigos y caballeros, todos por igual, el evento más democrático de sus vidas será el final. No hay escapatoria posible.
No se trata de la trama de una historia de zombis. La ciudad es Valencia, en la Corona de Aragón, el año es 1348, la epidemia se denominó la peste negra. Solo en un ejercicio de empatía, colocándonos en la piel de estos hombres medievales, podemos comprender su actitud, su mentalidad o las decisiones que tomaron. Conocer la magnitud y las características de la catástrofe nos ayuda a ponernos en su lugar.
Europa enferma
Valencia o Aragón no fueron excepciones concretas, a mediados del siglo XIV la peste asoló Europa, en una de las mayores catástrofes demográficas de la Historia. Bien conocida por los habitantes del Viejo Mundo, llevaban ya varios siglos conviviendo con ella y aún habrían de sufrirla varios siglos más. Sin embargo, no se manifestaba con tal virulencia desde los tiempos del emperador Justiniano, en el siglo VI. La peste logró generar un pavor mayor que la reina de los males antiguos, la lepra.
Existe consenso entre los historiadores respecto al punto de entrada a Europa: Caffa, en Crimea. El ejército mongol asediaba la ciudad y traía entre sus filas algo más mortífero que sus aceros. Se ha dicho que los propios mongoles arrojaban cadáveres infectados.
En realidad, no es necesario apelar a una especie de primitiva guerra biológica, ninguna muralla puede impedir el paso a ratas y pulgas. Los comerciantes genoveses, alertados, huyeron despavoridos de vuelta a Italia. Era demasiado tarde, el Mediterráneo pasó de muralla marítima a puente. En un año todo Occidente estaba sentenciado.
Los caminos de la peste negra
En su tiempo se creyó que la propagación era aérea. Las pestilencias que emitían los cadáveres, la tradición médica griega o las supersticiones astrológicas apuntaban en esa dirección. Lo más probable es que llevase la velocidad de las ratas y de las pulgas que a estas acompañaba. Hasta pasadas dos semanas del contagio, no se manifestaban los síntomas; en los siguientes cinco días, la muerte ya era segura.
En cada puerto o ciudad infectada, se estableció un nuevo foco de propagación. La huida de las ciudades llevó la plaga a los campos, donde los efectos demográficos fueron, si cabe, más catastróficos. Las principales vías de comercio o peregrinación se convirtieron en ríos de muerte. Tras el paso de la peste negra, quedaban los templos dedicados a San Roque, buscando una intercesión divina que no siempre llegaba.
El rostro de la enfermedad
Hoy día creemos que se trató de peste bubónica, pero otras opciones, como el ébola o el ántrax pulmonar, no están descartadas. Los síntomas debieron de ser bastante sobrecogedores. Desde manchas negras que le dan su nombre, hasta tos, delirios o inflamaciones, eran advertencias de una muerte temprana. Además del contagio por vía aérea o animal, también la sangre resultaba altamente peligrosa. La atención a los enfermos se volvía así imposible, siendo tristemente abandonados.
El hambre, la orfandad o la pérdida de cosechas fueron las consecuencias lógicas de la crisis demográfica. Es difícil separar las muertes directas de las indirectas causadas por este fenómeno.
“En el curso de esta peste fallecieron…”
-Giovanni Villani, frase inacabada antes de morir fruto de la Peste-
¿Qué hacer si la Peste llama a tu puerta?
Las pérdidas humanas ascendieron al 50 o 60 por ciento en Francia, Inglaterra, Italia o España; con incidencias incluso superiores en determinadas regiones. Entre las víctimas hubo algunas ilustres, como Alfonso XI de Castilla que falleció cuando sitiaba Gibraltar. Los brotes llegaron incluso a pactar una tregua en la Guerra de los Cien Años.
Las reacciones ante tal catástrofe fueron, obviamente, caóticas. Como fue común en la época, los judíos pronto actuaron como chivo expiatorio. Acusados de envenenar a la población, recibieron ataques de turbas desesperadas. Ante la desestructuración social, poco sentido tenían ya los convencionalismos. En tiempo de peste aumentó la prostitución y otros vicios, tal vez en un desesperado carpe diem. También creció la piedad apocalíptica, la búsqueda del perdón de los pecados ante la muerte inminente.
Una curiosa consecuencia económica fue la liberación de grandes cantidades de tierras. Muchos de los campesinos que no murieron pudieron acceder a ellas. En una sociedad al borde de la subsistencia, la muerte del prójimo trajo un regalo envenenado. Lo cierto es que tras la peste, llegaría el Renacimiento.
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- Benedictow, Ole (2011) La Peste Negra (1346-1353). La historia completa, Akal.
- Martin, Sean (2011) The Black Death.