... Todos son sueños que caminan por las calles persiguiendo emociones
Un reencuentro, una novela sin escribir, un partido por jugar, una carrera escondida en las zapatillas, un par de notas imposibles entre las cuerdas de tu guitarra, el nacimiento de tu hijo, la satisfacción de tus padres, una charla con tus abuelos, parar el tiempo y escuchar el silencio, tener un día libre, quedar con la inspiración en un bar de citas, ayudar a alguien que ni siquiera conoces, robarle tiempo al tiempo para jugar al escondite, terminar la carrera, robar una mirada, volar en paracaídas, ser la estrella que ilumina una sonrisa la noche más triste, vencer un cáncer, vivir un día más, que hoy llueva, que hoy haga un buen día, que sean felices y tengan la eternidad para comerse perdices.
Si hay algo que nos hace a la vez tan parecidos y tan distintos son nuestros sueños. Si existen momentos maravillosos es porque hay instantes en los que los rozamos, en los que parece que llegamos a tocarlos. En los que apenas nos quedan 20 páginas para terminar la novela, en los que apenas nos queda un metro para cruzar la meta o en los que apenas nos quedan algunas contracciones para que nazca nuestro hijo.
Es entonces cuando todo el esfuerzo que hemos hecho pasa por nuestra cabeza, todos esos momentos en los que pensamos rendirnos y no lo hicimos, todas las personas que nos animaron, aquellas que apartamos del orden de prioridades. Es entonces cuando nos sentimos más fuertes por todo lo que hemos hecho pero también cuando somos más conscientes de nuestras debilidades.
Es cuando aparecen los mayores miedos, porque sabemos que ya no nos podemos permitir perderlo, pero a la vez es el momento en el que somos expertos y contamos con más recursos para dar el último paso. Es el momento en el que nuestra autoestima sube, es el instante en el que queremos dar las gracias a las personas, suertes y fortunas que nos han ayudado.
El eco de las personas que se levantan cada mañana y se visten de sueños, aquellas que no los olvidan cuando se despiertan, a aquellas que viven en su propio tiempo y no pasan hojas en el calendario, a aquellas que saben que aquello que quieren ser no se separa de aquello que son, a aquellas que recogen la sabiduría de la duda, a aquellas que se paran y se permiten alegrarse o entristecerse, a aquellas que piensan que las emociones son las que cuentan los latidos de nuestro corazones.