Trastornos del control de impulsos
Todos los seres humanos tenemos impulsos o sentimos impulsos. Ahora bien, la mayoría de ellos no alcanzan la intensidad suficiente para superar los recursos con los que contamos para controlarlos. Por otro lado, aunque esto en ocasiones no sea así, el fenómeno no se produce con la suficiente frecuencia como para ser una fuente de sufrimiento importante en nuestras vidas o en la de los demás -una condición para poder hablar de trastornos de control de impulsos o de trastornos por déficit en el control de impulsos-.
Bien, antes de seguir, conviene definir un término crucial en este campo: la impulsividad. Según Moller, Barrat, Dougherty, Schmitz y Swann (2001), la impulsividad sería una predisposición hacia la ejecución de acciones rápidas, no planeadas, hacia estímulos internos o externos, sin consideración alguna hacia las consecuencias negativas que la reacción pueda tener, tanto para el individuo impulsivo, como para otros. Esta reacción pude ser visible o manifiesta, como llamar por teléfono, pero también puede quedar oculta al observador, como imaginar una conversación con otra persona.
Cuando el caso es leve, las consecuencias negativas no suelen ser tan importantes como para generar alarma. La cuestión es que estos casos a largo plazo pueden terminar generando un gran dolor: el trastorno está ahí, pero, por su levedad, la persona o el entorno no adopta medidas. Así, podemos asistir a una cronificación y por lo tanto una mayor resistencia a una intervención posterior. En cuanto a la prevalencia, es mayor en hombres, aunque la diferencia parece estar acortándose y varía en función del trastorno concreto.
Así, en este artículo queremos hablar de los principales trastornos asociados al control de impulsos recogidos en el DSM IV.
Trastorno explosivo intermitente
La ira o el enfado son las principales protagonistas en este trastorno. La energía de la emoción en estos casos supera por completo a la persona. Así, para gastarla o deshacerse de ella, puede mostrarse agresiva y causar daños importantes.
Hablamos de una agresividad física, pero también verbal. Lo podemos ver en algunos maltratadores, pero no todos sufren este trastorno. Así, podríamos identificar en la persona una continuación de las rabietas infantiles; eso sí, los daños no tienen nada que ver, ya que la fuerza de una persona adulta no se puede comparar a la de un niño.
En estos casos, los pacientes suelen mejorar mucho cuando en consulta les ofrecemos otras salidas para esa misma energía. En este sentido, se pueden adoptar medidas de prevención, como puede ser el ejercicio, el cuidado de la dieta o el abandono de sustancias estimulantes, pero también se le pueden facilitar modos y formas de afrontamiento directo cuando sientan que van a perder el control, como puede ser el tiempo fuera.
Cleptomanía
En estos casos, el robo o el hurto es la salida preferida que utiliza la persona para intentar calmar la ansiedad. Se trata de una conducta instrumental reforzadora en sí al actuar como calmante o sedante; lo de menos, en muchos casos, es aquello que se haya sustraído. De ahí que no tenga nada que ver con que la persona tenga o no cubiertas sus necesidades.
Quizás es uno de los trastornos más conocidos por el gran público, ya que los personajes que la padece son frecuentes en el cine o en la televisión. Quizás uno de los más icónicos sea Marie Schrader en Breaking Bad. Representa perfectamente la realidad, vemos la negación sistemática del problema al mismo tiempo que vemos cómo la emoción de vergüenza produce una energía que es canalizada a través de la amenaza.
Por otro lado, las personas con cleptomanía en muchos casos, una vez que han dado el difícil paso de reconocer el problema, restan importancia a su conducta. Pueden argumentar que lo que han cogido es simplemente un detalle o un objeto de poco valor que en ningún caso va a arruinar al comercio, supermercado, familia, etc. a la que se lo ha sustraído. A ella le ha producido un gran bien -librarse de su ansiedad- y no ha generado a nadie un gran mal. La mente es fantástica a la hora de moldear la realidad para encontrar en ella razones para seguir realizando aquello que nos refuerza.
Juego patológico (ludopatía)
En el juego patológico, la salida para calmar la ansiedad es la liberación de adrenalina que produce esta actividad. El juego actúa como una adicción, muy costosa en términos de dinero. Un jugador puede ganar en un momento determinado a la banca, pero la ley de los grandes números nos dice que a la larga siempre terminaría perdiendo. De otra manera, no sería un negocio rentable.
Así, este tipo de jugadores terminan siendo víctima, en su economía directamente e indirectamente en sus relaciones, de su tendencia a las apuestas. Hablamos de un problema que se suele detectar cuando las consecuencias son importantes. Al principio, es fácil que tanto el entorno como la persona normalicen la actividad: solo son pequeñas apuestas. Ante las primeras señales de alarma, la persona suele buscar formas de esconder su conducta, impidiendo de esta manera que nadie se interponga entre él y el juego.
Por otro lado, la propia actividad termina secuestrando buena parte de su energía física y mental. Pasa los ratos muertos pensando en dónde jugará y cómo lo hará, tanto para ganar como para que nadie le pille. Por otro lado, la persona termina depositando en el juego cada vez más esperanzas para salir del agujero en el que se está metiendo. Así, puede llegar a abrazar cada vez más ideas poco realistas: lleva mucho tiempo perdiendo, así que cada vez está más cercana esa jugada en la que lo recupere todo. Este tipo de pensamientos son un colchón para el impacto emocional que tiene para él el hecho de reconocer todo lo que ha perdido.
Entre los trastornos de control de impulsos también podemos encontrar a la piromanía, la tricotilomanía, el síndrome de Diógenes o el trastorno de control de impulsos no especificados. En cualquier caso, sirvan los tres trastornos que hemos descrito para identificar las líneas comunes de esta categoría diagnostica.
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Moeller, F. G., Barratt, E. S., Dougherty, D. M., Schmitz, J. M., & Swann, A. C. (2001). Psychiatric aspects of impulsivity. The American journal of psychiatry, 158(11), 1783–1793. https://doi.org/10.1176/appi.ajp.158.11.178