Trastornos internalizantes: el origen del sufrimiento infantil

Cuidemos del niño triste, irritable o retraído. Tras ese rostro puede esconderse la sombra de una depresión, de un problema psicológico que se manifiesta mediante síntomas internalizantes, como el aislamiento o la pérdida de motivación..
Trastornos internalizantes: el origen del sufrimiento infantil
Valeria Sabater

Escrito y verificado por la psicóloga Valeria Sabater.

Última actualización: 26 julio, 2020

Timidez extrema, preocupación, miedos, fobias, cambios en el estado del ánimo… Los niños pueden mostrar en ocasiones conductas que poco tienen que ver con su carácter. En este sentido, entender, conocer y detectar los primeros indicadores de los trastornos internalizantes nos puede ayudar, por ejemplo, a tratar y prevenir la depresión infantil.

Cuando hablamos del comportamiento de los más pequeños, hay un hecho que casi nunca falla. Siempre nos llaman la atención los más inquietos y revoltosos. Tanto en casa como en las aulas es imposible no fijar la atención en el niño o la niña que pega a los demás, que es desafiante, contestón y rara vez para quieto.

Este tipo de perfil entra dentro de lo que podemos definir como trastornos externalizantes. Es decir, responden ante su entorno haciéndose notar de manera evidente. Por contra, están aquellos que lejos de ser problemáticos, apenas se hacen notar. Son los que habitan en el fondo del aula, en silencio, en sus mundos particulares. Son los chicos y chicas que huyen del mundo y evitan a toda costa llamar la atención.

En una clase rara vez despiertan la preocupación de maestros o profesores. De algún modo, se agradece esa docilidad y serenidad cuando las aulas son tan diversas y las necesidades tan variadas. Sin embargo, descuidar a estos niños o adolescentes puede ser muy grave. Aunque se escuden en su apariencia esquiva y serena, en realidad, están pidiendo ayuda a gritos.

Lo analizamos.

Niño triste en el sofá

Trastornos internalizantes: definición, síntomas y tratamiento

«Sí, últimamente está siempre encima de mí, no se despega por nada», «es tímido, es de esos niños que tienen miedo a todo», «siempre lo tengo de médicos, cuando no es un dolor de barriga, es una alergia en la piel»…

Este tipo de comentarios suelen ser frecuentes en los padres de los niños con trastornos internalizantes. Por lo general, no es fácil advertir que detrás de esa conducta lo que hay, en realidad, es un problema psicológico. El problema sale a la superficie, sobre todo, cuando ese niño que no ha recibido atención en la infancia llega a la adolescencia.

En esta etapa de cambios y, por tanto, de mayor vulnerabilidad, aparece ya una manifestación más evidente de esa psicopatología interna. Es entonces cuando pueden aparecer las autolesiones e incluso las ideaciones suicidas. Investigaciones, como la llevada en la Universidad de Pennsylvania (Filadelfia), destacan la relevancia de desarrollar programas de tratamiento y prevención tempranos para los trastornos de internalización.

Los niños con trastornos psicológicos no detectados, señalan los autores, tienen una mayor probabilidad de sufrir problemas académicos y exclusión social. No obstante, lo más grave es el riesgo de suicidio; un hecho que está aumentando en los últimos años hasta convertirse, según datos de la OMS, en la tercera causa de muerte entre jóvenes de 15 y 19 años.

¿Qué son los trastornos internalizantes?

Los trastornos mentales que afectan a los niños, según Achenbach, Edelbrock y Howell (1987), se pueden dividir en dos tipologías: conductas externalizantes (agresividad, problemas de conducta, desobediencia, falta de atención…) e internalizantes, las cuales se refieren a las manifestaciones relacionadas con la somatización por ansiedad, estrés o depresión.

Los trastornos internalizantes son muy frecuentes en la infancia y se manifiestan del siguiente modo:

Síntomas emocionales

  • Miedo excesivo (oscuridad, animales, situaciones nuevas…).
  • Decaimiento, actitud triste y apática.
  • Sentimientos de inferioridad.
  • Problemas de concentración.
  • Negativismo, sensación de que siempre van a pasar cosas malas.

Síntomas conductuales

  • Apego excesivo y dependencia de los adultos.
  • Falta de motivación.
  • Nada atrae el interés del niño o adolescente. Pasa de una afición a otra sin apasionarse por ninguna.
  • Conducta retraída.
  • Poco activo, tendencia a estar todo el día sentado o tumbado.
  • Problemas académicos y bajo rendimiento.

Manifestaciones somáticas

  • Dolores de estómago sin causa aparente.
  • Dolores de cabeza constantes, mareos sin que exista un desencadenante claro.
  • Aparición de alergias, en especial de la piel.
Niño triste mirando por la ventana

¿Cuál es el origen de los trastornos internalizantes?

Lo que hay detrás de esta sintomatología internalizante son trastornos de la ansiedad, así como depresiones. Estas realidades suelen pasar desapercibidas en la etapa infantil y juvenil por dos razones. Se atribuye a razones de carácter, a los cambios típicos de la edad. No es difícil pensar, por ejemplo, que es normal que un preadolescente se muestre un poco más pasivo e introvertido.

Por otro lado, no podemos descuidar el aspecto familiar. Muchos de los niños con este tipo de trastornos provienen de entornos con problemas, son hogares con progenitores con estrategias de crianza deficitarias que han descuidado el aspecto emocional de sus hijos. Esos padres nunca detectarán el problema en sus hijos, siendo el entorno escolar el único escenario capaz de intuir la realidad que atraviesan esos niños.

Por tanto, los desencadenantes de estas condiciones psicológicas son a menudo bastante complejas. Bien es cierto que el desencadenante puede ser el familiar, la desatención, los abusos, el maltrato. No obstante, también están los factores estresantes (cambio de escuela, separación de los padres…) y a su vez, no podemos dejar de lado variables de personalidad e incluso factores genéticos.

Enfoque terapéutico

El abordaje terapéutico para tratar los trastornos internalizantes en los niños es sistémico. Es decir, no solo debemos focalizarnos en la dimensión emocional de los pequeños, conocer el entorno familiar es siempre decisivo y determinante. Asimismo, en todos los casos, se deberán ofrecer estrategias a los niños y adolescentes para que entiendan sus emociones, conozcan las reacciones de su propio cuerpo cuando, por ejemplo, se sufre ansiedad.

Mejorar sus habilidades sociales, su asertividad, potenciar su autoestima les permitirá, poco a poco, desenvolverse con mayor seguridad, percibiéndose más seguros, tranquilos y valiosos para relacionarse con su entorno. Saber detectar de manera temprana los síntomas de estas realidades clínicas en el mundo infantil y juvenil debería ser una prioridad en nuestra sociedad.


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