Una visión diferente sobre la autoestima
“Cuídate mejor”, “tienes que quererte más”, “no te aprecias nada”… son postulados o recomendaciones frecuentes cuando contamos o nos cuentan un problema. El común denominador de estas frases (y otras muchas) es un concepto que todos conocemos: la autoestima.
Ya sea en contextos formales o informales, clínicos o sociales, autoestima es una palabra recurrente por lo que significa e implica. Es lo que en psicología se conoce como un constructo teórico: un término enraizado en el funcionamiento de muchos procesos psicológicos.
En este caso, la autoestima afecta a toda una serie de variables psicológicas que determinan nuestro estado de ánimo, nuestros pensamientos y nuestra conducta.
Un concepto que se ha vuelto vacío
En la era de lo “viral”, de los titulares, más que del contenido de las noticias, de la inmediatez y la falta de reflexión, la definición de autoestima, por el sobre uso -mal uso- del término, ha perdido resolución. Y es que la autoestima, de una forma básica, comprensible para todo el mundo, no es más que el cómo y cuánto nos queremos.
Sin embargo, lo que hace de alguna manera abrumadora y compleja a la autoestima son sus implicaciones, el papel modulador que juega en otros procesos psicológicos.
Llegar a este punto es lo que nos permitirá trabajar con personas que presenten dificultades relacionadas con él. Así, los “quiérete mucho”, en sus diferentes locuciones, están muy presentes; por desgracia, su eficacia como evocadores de cambio real es, cuanto menos, cuestionable.
Los “quiérete mucho” no mejoran la autoestima
De hecho, pueden dañarla. ¿Dañarla? ¿Cómo es posible? Pues de una forma muy simple; si una persona se encuentra mal consigo misma y un amigo o amiga le invita a quererse más, esta persona puede sentirse peor por creer que no está haciendo las cosas bien o de forma correcta, ya que podría pensar que “debería estar queriéndose más” y no lo está haciendo.
Este tipo de mensajes no solo se relacionan con la autoestima. Vemos como, con frecuencia, unos invitan a otros a “que se animen” cuando pasan por un cuadro depresivo. Con frecuencia, en estas circunstancias hay una voluntad de ayudar, la intención de echar una manosin saber muy bien cómo. En estos casos siempre es más recomendable mostrar apoyo, escucha y disponibilidad que tratar de rellenar silencios “incómodos”.
Cómo comprender y trabajar la autoestima
No, aquí no habrá “TIPs”, ni consejos genéricos, sino más bien una breve orientación para profundizar más en este concepto. La autoestima afecta a una compleja red de variables que interactúan entre sí, como pueden ser variables relativas a nuestra historia de vida, aprendizajes, relaciones personales (amistades, familia, compañeros de colegio instituto, trabajo…), pero también con nuestros rasgos de personalidad.
Así, la intervención sobre la autoestima deberá ser para una persona en unas circunstancias concretas. Dicho de otra manera, aquel plan que ha funcionado en una ocasión no tiene por qué funcionar en otra.
Existen muchos ejercicios para trabajar una autoestima dañada. Por ejemplo, el ejercicio de estar delante del espejo desnudo o desnuda durante 5 minutos cada día puede ser útil: nos ayuda a aceptar nuestro cuerpo. Pero no todo aquel que tiene una autoestima baja tiene por qué tener un problema o complejo con su físico. Por eso, antes de tomar cualquier medida, lo mejor es realizar un buen análisis de la situación; de hecho, es quizás en esta fase en la que un profesional más nos puede ayudar.
Con la autoestima (y con más conceptos psicológicos) podemos optar por dos caminos: el camino fácil, de lectura de frases vacías, de escucha de consejos inútiles que rellenan silencios, de búsqueda de remedios en internet… o bien podemos optar por el camino difícil (y puede que largo), el de conocernos mejor, responder a preguntas acerca de nuestra conducta, pensamiento o emociones, y crecer. Si este último camino es largo y nos cuesta mucho, siempre podemos pedir ayuda a un profesional.