Una verdad a medias será (tarde o temprano) una mentira completa
No hay peor cobarde que el que hace uso constante de las medias verdades. Porque quien conjuga la verdad con la falsedad, tarde o temprano evidencia la mentira completa. Porque los engaños camuflados con buenas maneras son dañinos y desgastantes. Además, tienden a salir a flote, al igual que las mentiras enteras.
Decía Unamuno que no hay tonto bueno. Que todos, a su manera, saben conspirar y desplegar eficaces artimañas para cogernos desprevenidos. Ahora bien, si hay algo que abunda en exceso en nuestra sociedad no son precisamente los tontos ni los ingenuos. La mentira incompleta o la verdad a medias es la estrategia más familiar que vemos en casi todos nuestros contextos, en especial en las esferas de la política.
“¿Dijiste media verdad?. Dirán que mientes dos veces si dices la otra mitad”
-Antonio Machado-
El valor de la verdad
Hacer uso de las verdades sin cabeza, o de las falsedades con muchas patas cortas, ofrece a quien las utiliza la sensación de que no está haciendo nada malo. De que sale indemne de la responsabilidad que tiene con el otro. Parece que la piedad por omisión descarga de responsabilidades. Es como quien nos dice aquello de “te quiero muchísimo, pero necesito un tiempo”. O “aprecio mucho cómo trabajas y valoramos todo tu esfuerzo, pero tenemos que prescindir de tu contrato unos meses”.
La verdad, aunque duela, es algo que todos preferimos y que a la vez necesitamos. Es el único modo con el que podemos avanzar y aunar fuerzas para desplegar las estrategias psicológicas adecuadas con las que pasar página. Necesitamos dejar a un lado la falta de certeza, y ante todo, esa inestabilidad emocional que supone no saber. Y, finalmente, ir desenmascarando a las falsas ilusiones.
El amargo sabor de las medias verdades
Por curioso que parezca, el tema de las mentiras y su análisis psicológico es algo bastante reciente. Freud apenas tocó el tema. Hasta entonces, era un aspecto que quedaba en manos de la ética e incluso la teología y su relación con la moral. Sin embargo, a partir de los años 80, los psicólogos sociales empezaron a interesarse y a estudiar en profundidad el tema del engaño. También toda la interesante fenomenología asociada al respecto. Todo para confirmar algo que el propio Nietzsche ya dijo en su momento: “la mentira es una condición de vida”.
Sabemos que puede parecer desolador, porque a pesar de que nos socializan desde bien niños en la necesidad de decir siempre la verdad, poco a poco y a partir de los 4 años, nos vamos dando cuenta de que recurrir a la mentira, a menudo, conlleva obtener ciertos beneficios. Ahora bien, algo que a su vez nos queda claro de forma muy temprana es que una falsedad directa y sin aroma de verdad casi nunca es rentable a largo plazo.
Investigación sobre la mentira o las medias verdades
Por otro lado, tal y como nos demostró el profesor Robert Feldman de la facultad de psicología de la Universidad de Massachusetts, muchas de nuestras conversaciones más cotidianas están plagadas de esas mismas verdades incompletas. No obstante, el 98% de ellas son inofensivas, no dañinas e incluso funcionales (como decir a una persona con la que no tenemos mucha confianza “que estamos bien, tirando con esto y lo otro”, cuando en realidad, estamos pasando un comento complicado).
Sin embargo, el 2% restante sí evidencia esa media verdad camuflada, esa estrategia perversa donde la falacia de la verdad a medias ejecuta un engaño expreso por omisión. Ahí donde además, la persona pretende salir indemne al justificarse con la idea de que como su mentira no es completa, no hay ofensa.
La mentira frente a la honestidad
Puede que a muchos de nosotros nos hayan alimentado durante un tiempo con esas verdades a medias que a fin de cuentas, son mentiras completas. Puede que nos hayan regalado también falsedades piadosas o que incluso nos hayan repetido una y otra vez una misma mentira con la esperanza de que la asumiéramos como una verdad. Sin embargo, tarde o temprano esa verdad acaba ascendiendo como un corcho que se sumerge en el agua.
“El hombre que no teme a las VERDADES nada tiene que temer de las mentiras”
-Thomas Jefferson-
Explicaciones hay varias: que todo es relativo o de que “nadie puede ir por ahí diciendo siempre la verdad”. Sin embargo, más allá de todo esto, lo que es aconsejable practicar y a la vez exigir en los demás es la honestidad. Mientras que la sinceridad y la franqueza se asocian con la obligación absoluta de no caer en la mentira, la honestidad tiene una relación mucho más íntima, útil y efectiva con el propio ser y con los demás.
Hablamos ante todo de respeto, de integridad, de ser genuinos, coherentes y de no recurrir nunca a esas artimañas donde se destila la cobardía con la agresión encubierta. Entendamos por tanto y para concluir, que no hay mentira más perjudicial que la verdad camuflada y que para convivir en armonía y respeto, no hay nada mejor que la honestidad. Una dimensión que a su vez, necesita de otro pilar indiscutible: la responsabilidad.
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