A veces, la mejor solución no es la más cómoda
Muchas veces, tratamos de encontrar la mejor solución a nuestros problemas, y lo hacemos realizando conductas que se convierten en un nuevo problema. Nos anclamos en nuestra forma cómoda de transitar por la vida y nos negamos a explorar nuevos caminos. Tomar perspectivas alternativas nos genera muchas veces terror.
El problema reside en que, en muchos casos, las personas nos conformamos con patrones de vida cómodos, pero carentes de satisfacción. La vida diseñada en buena parte no está en consonancia con los objetivos o valores principales, pero existe “algo” que nos impide esquivar con acierto esa piedra que unos hace tropezar.
El miedo a que lo que existe fuera de mi área cómoda me lleve al fracaso, a pasar por emociones negativas o a cualquier aspecto que pueda ser aversivo para mí, me aferra aun más a lo que ya es dañino, pero consabido.
En este sentido, permanecemos en relaciones de pareja o familiares que no nos aportan casi nada o incluso que nos provocan heridas continuas. Seguimos en trabajos que están por debajo de nuestras capacidades o en los que las condiciones no nos benefician por el salto al vacío que supondría ocupar un puesto de más responsabilidad. Así es como terminamos pensando que es esta la mejor solución: conformarnos con lo de siempre.
Lo familiar suele ser más cómodo y esa comodidad la tenemos sobrevalorada, a pesar de que en el fondo de nuestro ser sabemos que comodidad no siempre significa ganancia. El abismo que supone escapar de lo cómodo es tan grande que optamos por soportar un dolor superficial, pero continuo a otro más intenso pero finito.
La comodidad como “mejor solución”
La comodidad parece ser un elemento muy apreciado por los seres humanos. Es verdad que vivir de manera cómoda nos da cierta sensación de control que aplaca en buena medida nuestros niveles de ansiedad.
Si estuviéramos cada día enfrentándonos a situaciones novedosas sin saber si son beneficiosas o perjudiciales para nosotros, podríamos morir de estrés. Por lo tanto, buscar dosis de comodidad para nuestra vida no es, en sí, perjudicial.
¿Cuaándo surge el problema? El problema aparece en el momento en que optamos por la comodidad cuando realmente no estamos tan cómodos como pensamos. Es decir, lo que tenemos en nuestro presente nos resulta familiar, sabemos movernos como pez en el agua por nuestra vida y parece que somos capaces de controlar lo que nos ocurre. Pero en el fondo, no es cierto. En primer lugar porque desde nuestro prisma pocas cosas podemos controlar que no sea a nosotros mismos.
Por otro lado, lo que nos parece cómodo no lo es tanto. Si no, pregúntate, ¿estoy contento con mi vida? ¿le estoy sacando el máximo disfrute?
Puede ser que, a corto plazo, quedarte con lo que hay, te aporte tranquilidad. Pero piensa en el largo plazo o echa la vista atrás, ¿estás en el mismo punto de siempre? ¿No sientes que algo está fallando?
Probablemente la comodidad te ha sumido en su trampa. Sientes que subes una escalera que lleva a un precipicio. Te caes y vuelves a subir por el mismo camino con demasiada pendiente. Esta entrada en bucle es conocida y cómoda; pero, ¿es la mejor? Como ya sabemos, a veces la mejor solución no es la vía fácil o cómoda.
Miedo a la incomodidad
El miedo a tener que pasar por situaciones incómodas, que no controlamos o que quizás podrían sumergirnos en emociones negativas no nos deja emprender nuevos caminos.
Nuestra sociedad se ha encargado de proveernos la presión necesaria para que seamos felices y suframos lo menos posible. Es como si sentir emociones de valencia negativa fuese un signo de debilidad. Las catastrofizamos hasta el punto de evitarlas a toda costa. “Mejor malo conocido que bueno por conocer“, nos decimos. Y con este “no debo pasarlo mal” funcionamos por la vida, huyendo de cada acontecimiento que pueda aportar pereza, incomodidad, tristeza, culpa…
El resultado al final es una insatisfacción constante. Se queda en nosotros una sensación de “me falta algo“. Esto ocurre por pensar en el hoy, conformándonos con lo que nos mantiene en el mismo sitio, sin pensar en que la vida mañana podría ser mejor. Para llegar a la otra orilla, a veces es necesario pasar por un riachuelo lleno de piedras y de agua muy fría. Un paseo incómodo, pero necesario.
La clave, en este sentido, es gestionar con inteligencia nuestros pasos. Lo bueno y lo no tan bueno. Dar un golpe en la mesa, despojarnos de los miedos sin fundamento y darnos cuenta de que todos esos monstruos que decían que iban a aparecer si dábamos el paso, pocas veces aparecen. Y si lo hacen, no son tan terroríficos. Recordemos que nuestra mente se encarga siempre de magnificarlo todo.
A veces, la mejor solución no es la familiar, sino la incómoda, la incierta. Por ejemplo: “aquí estoy y que venga lo que tenga que venir. Lo llevaré de la mejor manera posible. Lloraré si la situación lo requiere y si me apetece hacerlo. Reiré cuando toque“. De este modo, aceptando de forma radical lo que la vida nos traiga, generaremos nuevas experiencias y nuevos aprendizajes, dejando un espacio precioso para la sorpresa.
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- Barraca, J. (2005). La mente o la vida. Una aproximación a la terapia de aceptación y compromiso. 2º edición. Desclee de brouwer.