¿Acepto a mi pareja o deseo que sea lo que yo quiero que sea?
Cuando se construyen fantasmas sobre la pareja, esta deja de ser ella y pasa a convertirse en un reflejo de una fantasía, aspiración, deseo o sueño nuestro, generalmente idealizado. Para ser más precisos, pasa a ser una estatua de Galatea que encarna una proyección y no una realidad.
El otro deja de ser el otro para convertirse en un abastecedor de las necesidades personales. Es entonces cuando debemos diferenciar el hecho de estar enamorado del hecho de estar entrampados, enlazados, enganchados, atrapados, presos, en un vínculo de pareja.
Veamos a continuación hasta qué punto sabemos aceptar a nuestra pareja, y cuándo pasamos esto por alto y solo pretendemos que sea lo que nosotros queramos.
Tú eres así y yo no. Dame lo que quiero
A menudo, los amantes pueden caer en el juego de querer cambiar al otro. Esta es una trampa de la que resulta difícil salir, y más cuando se esta convencido que en verdad hay amor.
Un partenaire súper ordenado y metódico puede hacer que el otro parezca que tiene un déficit de atención y encima pretender que sea cada vez más parecido a él. Lo mismo puede ocurrir cuando uno es extremadamente seductor y efusivo en las relaciones sociales y el otro un obsesivo, celoso e inseguro. También cuando uno es afectuoso y demostrativo y el otro es, literalmente, un cactus.
Cuando se pone atención al contraste entre uno y otro, y se valora superficialmente, pueden surgir pensamientos como “Si yo soy así… por qué no puedes ser de esta manera para que YO sea feliz. Por qué mejor no cambias esto para que YO pueda… Si fueras esto, yo sería… Oh, si tan solo fueras, hicieras… Qué hermoso sería todo”.
Este tipo de cuestiones hacen que los amantes queden enganchados en una dinámica que se retroalimenta. Y las diferencias, en vez de entenderse como una dupla complementaria, se presenta como dos personas que se critican las características del otro.
No valdrán explicaciones, ni justificaciones, puesto que todas se desarrollan sobre la base del ensamble de tales características de personalidad. Ambos se encuentran atrapados, presos en el perímetro de la pareja, en el que sus cambios son redundantes y aseguran el no-cambio o, más precisamente, en modificaciones que no cuestionan las reglas del juego que juegan.
En los vínculos de pareja siempre se desarrolla un juego relacional, pero el problema es cuando se sistematiza y se hace más de lo mismo, aunque sea un juego destructivo.
Para lograr producir un cambio, es necesario hacer una modificación total o parcial de las reglas de ese juego para provocar el crecimiento de una nueva estructura.
Si bien uno es en relación con (lo que nos indica que somos en la interacción), las características de personalidad de base, el estilo de personalidad y relacional de cada uno, las creencias y valores personales, hacen que en las diversas relaciones se resalten en mayor o menor medida esas particularidades.
Querer cambiar al otro, una dinámica que puede ser interminable
Cuando los miembros de la pareja quedan adheridos al juego de querer cambiar al otro, de acuerdo a los parámetros y deseos personales, intentan que el compañero se acomode a sus propias expectativas. Estas no son, ni mas ni menos, que los deseos e ideales que se pretenden depositar en el otro.
Será una lucha sin cuartel y sera infructuosa para ambos:
- Para el demandante porque el otro nunca podrá amoldarse a semejantes perfiles idealizados.
- Para el demandado por la desvalorización que lo arrolla así como la falta de reconocimiento por quien es en realidad. Ademas, por el desgaste que produce la permanente exigencia de ser alguien que no es.
Después, cuando los amantes se separan, en la consulta se escuchan reflexiones como: “me pasé muchos años intentando cambiar a mi pareja, hacer que fuese alguien diferente… pero no se pudo. Al otro hay que tomarlo como es. Aceptarlo o separarse”.
Aunque se puede intentar cambiar a la otra persona, siempre que las demandas sean saludables para la relación, el tema esta en analizar cuales son las vías que se utilizan para ello, donde se sitúa el punto de conciliación, que es razonable y que es una idealización fuera de lugar…
Un factor muy común de exigencia de cambio se produce cuando, después de muchos años de relación, un miembro de la pareja le exige al otro una serie de cambios en sus actitudes.
En algunos casos, lo que se reclama es la aparición de ciertas características que estaban en la relación y que en la actualidad se perdieron en el tiempo. En esos casos, lo que la pareja debe revisar es qué sucedió con esas conductas que eran productivas para la relación y que se disolvieron con el paso de los años.
En otros casos, uno le exige al otro, o ambos se exigen, que el partenaire sea alguien que nunca fue. Más precisamente, que desarrolle comportamientos o tengan actitudes que se encuentran fuera de su rango de personalidad. Estos juegos, que constituyen una trampa para la relación, hacen que uno o cada uno de los integrantes se encuentre absolutamente desvalorizado por el otro, porque la mirada está dirigida a alguien que no es el otro real y concreto.
Tal vez, lo que hay que entender entender es que, después de muchos años de relación, ninguno de los integrantes son los mismos.
Entonces, no solo soy yo que cambié con el paso de los años, cambió mi percepción, cambiaron mis gustos, creencias, conductas, valores… y por tanto, se modificó mi elección. También el otro generó su propio cambio durante ese tiempo. El resultado: ni yo soy el que te eligió ni tú eres la que yo elegí.
Aceptar al otro
Todo lo que hemos comentado nos indica que, no tenemos que dejar de proponer cambios de actitudes para mejorar la relación. Lo que tenemos que dejar de hacer es pretender que el otro sea otro, que haga cambios radicales, utópicos. Hay que tener claro que hay elementos relacionales que son de mayor acceso a la modificación que otros.
Hay que entender de que el otro es como es, y no se puede imponer un cambio radical en eso solo porque así lo queremos. Podemos pedir -no exigir- rectificaciones de actitudes que apoyan el cambio o, por lo menos, tratan de modificar la dinámica relacional, y con ello, las particularidades de ambos cónyuges.
La frustración y fracaso relacional en una despareja surgen en la medida en que se construyó un amor con un componente idealizatorio tal que no permite ver al otro como es realmente, es decir, con sus aspectos positivos y negativos.
Cuanto más se espera encontrar al otro ideal (el que yo quiero que sea), mayor exposición habrá a chocar con cómo es la otra persona en realidad. Esto puede destruir el vínculo y dar pie a las desvalorizaciones, denigraciones y agresiones.
Es entonces cuando aparecen las sensaciones de desencanto, palabra que tan significativamente expresa la des-idealización del partenaire, con lo cual, a mayor encantamiento, mayor decepción.
Para salir de estos juegos, es necesario hacer nuevos contratos de pareja. Trabajar para mejorar, y muchas veces recurrir a una terapia, en pos de que un tercero reestructure el vínculo.
Un ejercicio para mejorar la relación de pareja
Un ejercicio reflexivo que en general da buenos resultados es que cada uno de los integrantes escriba en dos columnas de una hoja en blanco, lo que ama y lo que le gusta y lo que le molesta del otro. Luego, cada uno le leerá al otro lo que ha escrito, por turnos y sin derecho a réplica, comenzando por lo que menos gusta y continuando por lo que más gusta.
Luego se les pide a cada uno que se intercambien la lista y que elijan (individualmente) algo que sientan que pueden rectificar de lo que al otro le molesta o no le gusta. Así, ambos tendrán una tarea que cumplir. En el lapso de diez días, cada miembro de la pareja comentará si se dio cuenta del cambio del otro.
Todo parte de la base de aceptar al otro, entender que el otro es como es con sus virtudes y defectos, que podemos proponer cambios para crecer, con el objetivo de lograr felicidad en la pareja, pero siempre desde el concilio y el respeto.