El amor con amor se paga
Todos merecemos un amor verdadero que nos permita ser mejores cada día, sin adornos y con honestidad: ese tipo de sentimiento que calma los miedos y nutre por dentro. Este nos deja ser en esencia, nos hace felices y no nos hace daño deliberadamente.
Merecemos encontrarnos en otro corazón y sentir que somos capaces de comunicarnos con él sin fingir, que no haya lucha constante por mantenerlo cerca: que el amor fluya y que la razón y la emoción se complementen.
Encontrar el amor de tu vida, todos los días, en la misma persona
Si se le deja crecer, el amor es la sensación más plena y gratificante, en cualquiera de sus representaciones. Por eso, enamorarse nunca puede ser un mal trago si es correspondido, de forma sincera y abierta.
El amor es compromiso y libertad, ese estímulo que llevaría a alguien a elegir una y otra vez a la misma persona para compartir su vida. Es comprender la complicidad en una relación y aprovecharla para crear un mundo aparte donde sentirse a salvo.
Es darse cuenta de que lo más bonito cuesta el triple y no olvidarlo con el paso de los años: renovar emociones, armar un rompecabezas en el que los puntos en común encajen con las disonancias y correr el riesgo de saltar al vacío aun sabiendo que es probable que caerás.
El amor solo entiende de ternura, de respeto, de erotismo y de cariño mutuo: es calor, impulso, idealización, sentido y vida. Entonces, ¿por qué aceptamos que algunas veces se convierta en algo cruel?, ¿por qué lo seguimos llamando “amor” si ya no queda nada de eso?
“Si alguna vez la vida te maltrata,
acuérdate de mí,
que no puede cansarse de esperar
aquel que no se cansa de mirarte”
-Luís García Montero, poema Dedicatoria-
El amor que daña no es amor
La simple y a la vez complicada experiencia de estar enamorado hace que en algunas ocasiones se lleguen a aceptar, en nombre del amor, situaciones inaceptables. El amor que obliga a sufrir para tratar de conseguir un final verdadero como el que acostumbran las películas no es real: amar a veces duele, pero nunca daña a propósito.
Cuando dos personas se quieren la única intención que existe es la de ver feliz al otro, aún si deciden separarse por alguna razón. No es amor recíproco si es tóxico, no es sano si se tiene que renunciar a lo que uno es para poder mantenerlo.
“No te puedes quedar en un lugar que no puedas florecer, aunque te guste”
-M. Sierra-
Al amor que daña con celos buscados, con la ignorancia, con el maltrato psicológico y/o con el maltrato físico no puede llamarse así porque el amor verdadero se paga con amor y cariño recíproco.
Para amar bien, hay que amarse
Existe una concepción social según la cual se tiene a pensar que una persona ama a otra para sentirse plena y no sentirse en soledad: es la idea de encontrar “la media naranja” que falta, con el fin de que construya y se pueda ser feliz. Sin embargo, esta noción parece errónea y peligrosa.
Algunos de los grandes pensadores de la historia, de hecho, han defendido la imposibilidad de amar a un otro sin amarse uno a sí mismo primero. Eso supondría vernos como “naranjas completas”, es decir, seres completos que han de cultivar el amor propio antes de poder compartirlo con los demás.
“Cuando entiendas que el amor no es buscar en otra persona lo que a ti te falta, sino a alguien que te entienda, que te haga sentir, encontrar esa mirada… donde quedarse a vivir”
-Sergio Sa-
Si deseamos una relación honesta, en la que uno sea capaz de ofrecer a otro la posibilidad de conocerle, primero tenemos que conocernos a nosotros mismos: entender qué estamos buscando exactamente, cuáles son nuestros miedos y nuestros anhelos, cómo podemos crecer individualmente y en qué medida otra persona cambiaría su camino. En otras palabras, para amar bien es necesario amarse y estar preparado para las dos cosas.