Aprender a reconocer nuestros defectos
A algunas personas les resulta relativamente sencillo juzgar las actitudes y los comportamientos de aquellos a quienes tienen a su alrededor. Tal es así que, cuando vemos a alguien hacer algo que no nos gusta o que consideramos incorrecto, nos damos cuenta al momento de su error. Mientras que reconocer nuestros defectos es algo que nos suele costar mucho más trabajo.
Criticar a los demás supone, muchas veces, que elaboremos un juicio de esa persona, de manera bastante tajante. Le encasillamos con un adjetivo que difícilmente se va a poder quitar. ¿Por qué juzgamos tan a la ligera? ¿Por qué nos resulta tan fácil encontrar los defectos de los demás? ¿Podemos ver los nuestros igual de rápido?
Es difícil reconocer nuestros defectos
Evidentemente, si lográsemos ver en nosotros mismos todos los defectos que somos capaces de encontrar en otras personas, nos resultaría mucho más sencillo potenciar nuestras fortalezas, realizarnos como personas y controlar nuestras actitudes. Sin embargo, conocerse a uno mismo no es una tarea fácil, porque no nos enseñan a hacerlo cuando somos pequeños. Si nos enseñaran, nos sería mucho más fácil mirarnos por dentro y saber qué y quién somos.
Pero a medida que vamos creciendo, todos tenemos pequeñas heridas emocionales, cicatrices afectivas, experiencias dolorosas… Y es normal que nos pueda dar miedo mirar dentro de nosotros a ver qué hay. Pero es necesario si queremos ser felices. De lo contrario, nos pasaremos la vida huyendo de nosotros mismos, sin aceptar nuestro yo más íntimo y sin tener consciencia de lo que realmente somos, queremos y pensamos. Es decir, no nos aceptaremos nunca a nosotros mismos.
¿Cómo vernos a nosotros mismos?
Sin duda alguna, resulta complicado intentar separarnos de nuestro cuerpo mientras estamos conversando o realizando alguna actividad para así poder vernos desde fuera y ser capaces de juzgarnos objetivamente. Aunque podemos intentarlo, hay otros modos, a priori más sencillos, de analizar nuestro comportamiento.
Todos somos seres humanos. Esta afirmación nos equipara a un mismo nivel, siendo todos diferentes y únicos. Y nos define como seres no perfectos y que, por tanto, se equivocan y cometen errores. Es por esto que los errores que cometen nuestros semejantes muchas veces son errores parecidos a los que cometemos nosotros.
¿Qué mejor modo, pues, de conocernos a nosotros mismos que observando a las personas que nos rodean? ¿Acaso una conversación con alguien que nos cuente su experiencia, no puede convertirse en un aprendizaje de nosotros mismos?
Observar a los demás: un espejo
Pongamos un ejemplo muy práctico. Imaginemos que nos cruzamos por la calle o en la oficina con una persona que conocemos y con la que tenemos confianza, pero que nos saluda fríamente. Esto nos molesta o, cuanto menos, nos extraña. Incluso nos puede hacer sentir mal, por la indiferencia con la que nos ha tratado.
Podemos adoptar la postura que comentábamos al principio de este artículo. Es decir, la de adoptar una postura crítica, juzgándole negativamente. Dejando que nuestros prejuicios, convicciones y pensamientos acerca de su actitud no nos permitan ver más allá. No obstante, a esa persona le ha podido pasar algo cinco minutos antes que le ha afectado sobremanera, puede tener una urgencia… Y su manera de mostrar su sufrimiento es no siendo simpático.
Tú podrías reaccionar exactamente igual y no te gustaría que te tacharan de “maleducado”, “borde”, “distante”, ¿no? Por eso, es mejor no emitir juicios apresurados y tener una actitud abierta ante las reacciones de los demás. Cada uno actúa en libertad. Podemos decir, entonces, que el mejor espejo que podemos utilizar para conocernos a nosotros mismos son las personas. Aprender a reconocer nuestros defectos pasa, por tanto, por obrar desde la humildad.