Aquelarre, gritos de libertad
Eran seres malvados, brujas que secuestraban a los niños y se los llevaban a las cuevas para ofrecérselos al diablo. En sus reuniones, llamadas aquelarre, se bailaba alrededor de la hoguera, se comía, se bebía, se consumían sustancias que podían ponerte en contacto con el demonio y se realizaban actos impuros y lujuriosos.
Eran de tal nivel los actos que las brujas cometían, que se les acusó de brujería. La Santa Inquisición no podía tolerar tal herejía y decidió intervenir, arrancando confesiones con torturas y sentenciando a muerte a aquellas que osaban reunirse para practicar las artes mágicas.
“La inquisición, como es sabido, es una invención admirable y sumamente cristiana para hacer al papa y a los monjes más poderosos y para convertir en hipócrita a todo un reino”
-Voltaire-
Siendo cómplices los vecinos y verduga la Santa Inquisición, muchas de personas murieron por ser consideradas brujas. Mujeres, hombres y niños acusados de brujería y algunos de ellos torturados y quemados vivos o en efigie.
Los secretos del aquelarre
Aunque se les acusaba de hechicería, la única magia que sucedía en los aquelarres era la de la experimentación de la libertad. Un grupo de personas que buscan su espacio para sentirse libres de realizar actos que en otros momentos no tenían la oportunidad de realizar.
Se va a buscar al nuevo brujo, se le frotan las manos, el rostro, el pecho, las partes pudendas y la planta de los pies con agua verdosa y fétida, y luego se le hace volar por los aires hasta el lugar del aquelarre; allí aparece el demonio sentado en una especie de trono; (…) y le adora besándole la mano izquierda, la boca, el pecho y las partes pudendas
Una mezcla de sustancias alucinógenas, sugestión, expresión del placer corporal, danza y diversión eran los componentes que formaban realmente el aquelarre. El único diablo que en aquellas tierras se encontraba estaba en los ojos y las lenguas de quienes lanzaban acusaciones movidos por intereses personales.
La residencia del diablo son los ojos del que juzga
Es conocida la historia de las brujas de Zugarramurdi, localidad Navarra que fue el escenario del máximo exponente de la caza de brujas en España. Con el Auto de Fe realizan un juicio público donde se aplican duras penas a aquellas que habían sido falsamente acusadas.
Comienza esta parte de la historia con conflictos vecinales y finaliza con el reconocimiento por parte de la Inquisición de la falta de pruebas que demuestren la existencia de la brujería. El relato deja entre sus líneas: torturas, acusaciones, miedo colectivo y muertes de personas inocentes.
Sin brujas reales, ni pruebas objetivas más allá de los rumores y falsas acusaciones se forja la desconfianza colectiva que da paso a tan trágica historia. No estaba por tanto el diablo en las cuevas de los aquelarres, sino en aquellos que buscaban culpables donde solo había miedo.
Que no termine el aquelarre
La historia es cíclica y desgraciadamente en muchas ocasiones se repite. Actualmente ya no se habla de brujas y pactos con el diablo, sin embargo, vivimos otras cazas de brujas donde los miedos colectivos, inseguridades, presión e ignorancia culminan con la persecución de personas inocentes.
“Soy partidario de alentar el progreso de la ciencia en todas sus ramas; y opuesto a poner el grito en el cielo contra el sagrado nombre de la filosofía; a atemorizar a la mente humana con historias de brujas para inducirla a desconfiar de su propio juicio y a aceptar implícitamente el de otros”
-Thomas Jefferson-
Hoy en día muchas personas buscan refugio en cuevas modernas donde expresarse lejos de los ojos de aquellos vecinos que juzgan y delatan. Brujos y brujas actuales buscan un espacio en el que poder dar rienda suelta a su imaginación, lejos de los juicios de la moderna Inquisición, que no es otra que la opinión pública.
“Amo el desvarío de tus manos y las montañas de sueño que me tocan: alas para borrar mi aquelarre de mundos que no entiendo”
-Delia Quiñonez-
Que continúe el aquelarre.