El castigo en la educación
El castigo es un método muy presente en nuestra sociedad. Desde quitarle juguetes a un niño por portarse mal, hasta poner multas a los adultos por cometer infracciones. Vemos en el castigo una forma de reducir o evitar aquellas conductas que no nos gustan. Pero, ¿el castigo en la educación es útil? ¿Qué consecuencias trae consigo? En este artículo trataremos de responder a esas preguntas.
Todavía se puede escuchar en boca de muchas personas la frase “Una hostia a tiempo quita muchas tonterías”. Debe de quedar claro que la educación es un tema muy serio y no puede reducirse a experiencias concretas, ni a opiniones individuales. La utilización de frases como la anteriormente mencionada nos alejan del criterio científico en el que deben basarse las prácticas educativas.
Para investigar acerca de la utilidad y consecuencias del castigo en la educación nos vamos a centrar en datos empíricos. No obstante, es importante recordar que una visión personal nos puede llevar a una interpretación totalmente errónea del tema; en cambio, los datos de las investigaciones nos aportan información muy útil sobre el castigo y su implicaciones educativas. Profundicemos.
Principios del premio y castigo en la educación
Antes de hablar de la utilidad y consecuencias del castigo en la educación, es esencial entender el principio que lo rige. ¿Por qué castigar a una persona nos permitir reducir una conducta manifiesta? La respuesta a esta pregunta viene de manos del condicionamiento operante de B. F. Skinner, uno de los padres del conductismo, que hizo grandes aportaciones a la psicología del aprendizaje.
El condicionamiento operante dice a grandes rasgos que cuando una conducta es reforzada, esta aumentará su probabilidad de repetirse. Es decir, cuando recibimos algo positivo como consecuencia de una determinada actuación, tenderemos a volver a actuar así en un futuro.
Con el castigo sucede todo lo contrario: cuando una conducta se castiga, esta verá reducida su probabilidad de repetirse. La evidencia a favor del condicionamiento operante es abundante y la teoría se ha visto demostrada ampliamente (tanto en animales no humanos como humanos).
Ahora bien, la complejidad del aprendizaje es muy alta y no se reduce sencillamente a esas premisas que hemos mencionado. Un aspecto clave para entender los efectos del premio y castigo en la educación es su naturaleza instrumental. Cuando premiamos o castigamos, modificamos la conducta porque el sujeto espera ese premio o ese castigo. Es decir, el sujeto se mueve por una motivación extrínseca.
De la motivación extrínseca se deduce que la nueva conducta se va a mantener siempre y cuando se mantenga el castigo o el premio. Es importante entender que el condicionamiento operante es un aprendizaje asociativo; el sujeto no entenderá por qué la conducta está bien o mal, simplemente sabrá que a determinada conducta le siguen determinadas consecuencias.
Consecuencias y problemas del castigo en la educación
Ahora que ya conocemos los principios que rigen al condicionamiento operante, pasemos a la utilidad y las consecuencias del castigo en la educación.
Cuando educamos a una persona no buscamos moldearla a nuestro antojo, sino que buscamos que desarrolle su potencial intelectual y su visión crítica de la sociedad. Este es el objetivo de la educación y el postulado que va a guiar nuestro análisis.
El castigo, a pesar de mostrar su eficacia a la hora de moldear la conducta, es un método bastante deficiente en la educación. Los motivos que sustentan esta afirmación son los siguientes:
- La modificación de conducta está condicionada a la existencia del castigo. Como hemos mencionado anteriormente, la conducta se mantendrá solamente mientras exista el castigo. Si desaparece el castigo, la conducta negativa volverá a aparecer. Esto nos muestra que no existe un aprendizaje profundo sobre lo que está bien o mal, sino simplemente un aprendizaje asociativo.
- Posible aparición de indefensión aprendida. Si al sujeto no se le presenta junto al castigo una conducta alternativa, puede que se vea incapaz de encontrarla por sí mismo y se paralice. Por ejemplo, un niño que se esfuerza por aprobar pero suspende y es castigado por ello. Esta forma de actuar puede conllevar que el niño asuma el castigo y se vea incapaz de actuar “correctamente”. El desarrollo de esta actitud puede afectar negativamente a su autoestima.
- Educar con violencia, crea personas violentas. Cuando los castigos son violentos (físicos o psicológicos), pueden surgir consecuencias fatídicas en la educación de las personas. Los seres humanos aprendemos en gran medida por imitación e inmersión en un contexto social; si nuestro alrededor soluciona los problemas con violencia, aprenderemos a responder de la misma manera a lo que nos ocurra, además de las secuelas emocionales que se producirán.
- Asociar el castigo a la persona y no a la conducta. En multitud de ocasiones, cuando el sujeto no entiende por qué su conducta está mal, asociará la culpa a la persona que realiza el castigo. El sujeto creerá que el castigo es un capricho malvado o egoísta del sujeto que lo imparte. En estas ocasiones, la persona no reducirá la frecuencia de su conducta, sino que evitará a quien le administra el castigo.
Como vemos, educar a una persona es algo complejo y lleno de matices. El castigo es una solución simple y fácil, pero extremadamente superficial y peligrosa en muchas ocasiones. A pesar de que las conductas negativas no deben quedar impunes, educar en valores es algo más complejo.
Una buena educación se rige por un estilo educativo democrático, crítico y basado en el debate. Cuando un niño tiene una conducta negativa, debería ir seguido de un debate acerca de por qué esta mal, qué alternativas existen y cómo puede solventar los problemas que ha creado.
La educación es un tema muy serio, ya que determina buena parte de nuestra vida futura. A través de la investigación científica y el cambio progresivo de nuestras prácticas podemos caminar en la dirección correcta.