El cerebro reptil y los adictos al poder
El cerebro reptil y la adicción al poder van siempre de la mano. Son personalidades regidas por las emociones más primitivas, las más agresivas y faltas de empatía, ahí donde solo respira el placer de la dominación y la preocupación por uno mismo. En sus mentes no existe el autocontrol, y menos aún menos la consideración por los demás.
Fue Paul D. MacLean quien en 1952 propuso su teoría evolutiva del cerebro triúnico para explicar los procesos emocionales y sus cambios a lo largo de nuestra evolución como especie. Según el célebre psiquiatra y neurocientífico, el ser humano sigue conservando a día de hoy esas tres estructuras básicas: un cerebro reptil, el sistema límbico y un cerebro más nuevo y complejo responsable de las funciones superiores, el neocórtex.
“El secreto de la sabiduría, del poder y del conocimiento es la humildad”.
-Ernest Hemingway-
Si bien es cierto que los neurólogos están de acuerdo con esta concepción que alude a la evolución biológica de nuestro cerebro, no es menos cierto que se muestran escépticos ante la idea de un cerebro “fragmentado” y falto de armonía. Piensan que defender esta última conceptualización sería como defender esa distinción radical y casi obsesiva entre el hemisferio derecho y el hemisferio izquierdo que tan de moda ha estado durante algunos años.
Hemos de ver el cerebro humano como un todo, de otra manera nos equivocaremos. No es un puzzle, sino un órgano con determinadas áreas especializadas que se conectan unas con las otras para ejecutar determinadas funciones en conjunto, como un equipo eficaz y siempre perfecto. Ahora bien, en ocasiones, eso sí, puede destacar la activación de una parte, en especial si hablamos de emociones.
Las personas que guíen su comportamiento en función de sus instintos, dejando a un lado esa regulación emocional y ese control que ejerce el sistema límbico y el neocórtex, estarán actuando bajo el dictamen de una parte muy concreta y exclusiva de nuestro cerebro: la del cerebro reptil.
El cerebro reptil y nuestras decisiones irracionales
Hemos hablado ya de que existe un tipo de personalidad muy concreta que se deja guiar en exclusiva por el cerebro reptil: los que son adictos a la territorialidad, al control, la dominación o incluso la agresión. ¿Quiere decir esto que el resto de personas tienen “desconectada” esa área profunda, íntima y atávica de nuestro cerebro?
En absoluto, y de esto saben mucho los expertos en neuromárketing. Ese cerebro reptil, ese viejo y oscuro compañero, controla también muchas de nuestras funciones básicas, de nuestros instintos. De hecho, tareas como la respiración o la sensación de hambre y la sed están bajo su control, así como esas emociones más primitivas como el deseo, el sexo, el poder o incluso la violencia como medio de supervivencia.
La industria de la publicidad sabe bien que el ser humano se rige casi siempre por el cerebro reptil a la hora de decantarse por un producto u otro. La mayoría de las veces, al sacar nuestra tarjeta de crédito buscamos saciar nuestros deseos, nuestros instintos, necesidades y placeres.
El fumador, por ejemplo, seguirá comprando tabaco aun sabiendo que puede morir, y lo hará simplemente porque necesita saciar su adicción. En estos casos, el neocórtex, el cerebro más lógico, no tiene voz ni voto. Tanto es así que los expertos en neuromárketing saben que su poder de decisión en estos casos no supera el 20%.
Los adictos al poder y el bajo control emocional
Comparar a una persona déspota y controladora con la personalidad de un niño de 3 años es en ocasiones un símil bastante acertado. Lo es por una razón muy sencilla: por su escaso control a la hora de gestionar las emociones. David McClelland, conocido psicólogo motivacional y famoso por su teoría de las necesidades nos explicó que el ser humano se caracteriza básicamente por tres objetivos: el de afiliación, el de logro y el de poder.
“Ejercer el poder corrompe, someterse al poder degrada”.
-Mijaíl Bakunin-
En cada uno de nosotros suele destacar una necesidad. Habrá quien valore más las relaciones, quien aspire a conseguir determinados logros y quien, sencillamente, solo tenga una sola obsesión: ejercer el poder en el ámbito que le sea posible. En este último caso ocurre algo muy concreto a la vez que destacable: a mayor necesidad de poder; menor control emocional; por tanto, mayor es la influencia del cerebro reptil.
Estas serían las características básicas de un perfil asociado a este tipo de personalidad:
- Son enérgicos, muy orientados al exterior y a establecer nuevas relaciones sociales con las que aparentan una gran amabilidad, cercanía y una apertura exagerada.
- Sin embargo, esta apertura esconde en realidad un interés camuflado: conocer para controlar, intuir para chantajear y crear alianzas con las que obtener más poder.
- Son personas que están siempre a la defensiva. A la mínima se sienten heridas o traicionadas; cuando esto ocurre, no dudan en reaccionar con agresividad.
- Suelen perder los estribos con facilidad porque el cerebro reptil carece de filtros, de mecanismos de control donde gestionar la ira, la rabia, el enfado o incluso el miedo.
- Son incapaces de ser receptivos o empáticos a las necesidades ajenas, porque esta estructura íntima y profunda de nuestro cerebro carece de coherencia emocional, de equilibrio, de una adecuada solvencia donde diferenciar los instintos de la razón.
Para concluir, a pesar de que muchos de nosotros conozcamos a alguna persona con este perfil, hemos de tener claro un aspecto: el cerebro reptil guía sin duda muchas de nuestras reacciones y elecciones. Sin embargo, no debemos dejar nunca que tome el control sobre cada uno de nuestros comportamientos.
La teoría del “cerebro triúnico” es útil para entender el mundo de nuestras emociones, y ante todo, ser conscientes de esa necesidad última por invertir tiempo y esfuerzo en procurarnos un adecuado desarrollo emocional. Al igual que ejercitamos nuestro cuerpo e intentamos cada día cultivar nuestro intelecto, seamos más hábiles gestionando esas pulsiones, esas emociones primitivas que, aunque nos cueste creerlo, rigen gran parte de nuestra vida.
Imagen principal cortesía de Nicoletta Ceccoli