¿Sabes qué es la colusión en el abuso?
La colusión es una actitud dañina, perjudicial y reprobable que aparece con frecuencia en entornos familiares. Sucede cuando uno de los miembros (por lo general los hijos) sufre abuso por alguno de los progenitores. Esta situación es conocida por la madre o el padre y, sin embargo, opta por el silencio, encubriendo el drama.
Asimismo, también aparece otra realidad igual de traumática. Ese niño o esa niña asume que lo que les sucede es normal -los adultos lo conocen y no hacen nada-. Si no hay nadie que le apoye, si no hay ninguna figura que le diga que ese acto es un abuso, interpretará que el extraño es él o ella al sentirse mal.
La colusión en el abuso aparece de maneras muy diferentes y en los contextos variados. Sin embargo, la dinámica siempre es la misma: hay un abusador, una víctima y alguien que encubre, que calla, que mira a otro lado, o peor aún, que se esfuerza para los demás no conozcan lo que está sucediendo. Pocos actos son más despreciables y nocivos a su vez.
La colusión es un acto que permite que un abuso perdure en el tiempo, de manera consciente o inconsciente.
La colusión en el abuso, un fenómeno tristemente común
Por lo general, el grado de colusión se relaciona siempre con el poder, justificado o no, que tiene el abusador. Padres de familia, profesores, directivos de grandes empresas… Cuanta más relevancia tenga una figura en un entorno determinado, mayor es la probabilidad de que parezca el velo de la colusión, del silencio cómplice y el rostro que mira a otro lado.
Podríamos dar decenas de ejemplos de esta dinámica hiriente. La vemos en el padre que golpea a sus hijos o abusa de sus hijas y la madre que calla. Lo vemos en la madre que humilla a su hija por su peso o su apariencia y en el padre que asiente, calla y lo deja pasar. También lo apreciamos en ese compañero de trabajo que acosa a otro y en el resto de la plantilla que mira de reojo, pero baja la cabeza.
Lo llamativo es cómo en estos micromundos (el espacio familiar, el escolar y el laboral) se mantiene una extraña homeostasis. Está el abusador y su víctima, pero es gracias a la figura del testigo cobarde y silencioso, por lo que esa realidad tormentosa se mantiene, perpetuando el mal comportamiento del abusador sin cuestionarlo siquiera…
Los maltratadores o abusadores no siguen con su conducta cuando se encuentran con alguien empoderado que se enfrenta a ellos para denunciarlos, proteger a las víctimas y dejar claro que no puede continuar.
Cuando el maltrato no se percibe como tal, otra forma de colusión
Hay una forma de colusión muy recurrente, y es la ejercida por parte del entorno familiar de una mujer maltratada. Suele darse cuando alguno de los padres de la propia víctima o del maltratador minimizan la realidad que vive la pareja. Es más, pueden incluso decirle a la víctima que sobredimensiona las cosas, que su responsabilidad es aguantar y seguir al lado de esa persona.
A menudo, tanto familiares, como amigos o instituciones se confabulan con el abusador. Son plenamente conscientes de la violencia que se ejerce sobre la mujer, pero aún así se opta por proteger a quien ejerce el daño. Si lo analizamos bien, no deja de ser una forma de gaslighting, porque están negando a la persona que aquello que está viviendo es real.
Es difícil defenderte o tomar conciencia de tu situación cómo víctima, cuando tu entorno te etiqueta de loco o de que eso que explicas nunca sucedió y que te lo estás inventando para hacer daño.
Víctimas que no saben cómo procesar su experiencia
En el centro de Ciencias de la Salud de la Universidad de Calgary se realizó un estudio muy conocido por el ámbito clínico. Se analizó la realidad personal de un grupo de niños que habían sufrido abusos, maltrato, negligencia… Si hay algo que arrastraban estos pequeños era sentimientos de culpa. De algún modo, entendían que todo lo vivido era por algo que habían hecho mal.
Si al sentimiento de culpa recurrente en las víctimas se le añade la experiencia de la colusión, el daño puede ser inmenso. Porque no saben cómo procesar sus experiencias, se sienten confundidos, solos y traumatizados. Han tenido que reprimir su sufrimiento debido a que los colusionadores no daban importancia a lo sucedido o incluso lo negaban.
La colusión es igual de devastadora que el propio abuso o maltrato sufrido. No solo los perpetradores tienen culpa, los cómplices, los que conocían el hecho y se callaron, son igual de despreciables. Incluidos los que ejercen ese tipo de colusión pasiva, como los vecinos, los compañeros de trabajo o incluso amigos que, a menudo, se dicen aquello de “no es de mi incumbencia”.
La ignorancia no es la solución
Ignorar, negar y minimizar. Esos son los tres componentes de la colusión; los mismos que se ejercen a día de hoy muy cerca de nosotros. Puede que incluso más cerca de lo que pensamos.
Ignorar a quien sufre, negar la realidad de quien está padeciendo un evidente maltrato y minimizar su experiencia, es una manera de convertirse también en un abusador.
Evitémoslo, no seamos cómplices, actuemos con valentía protegiendo a las víctimas, dando validez a sus testimonios, acompañando y siendo capaces de señalar a quien hace daño.
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