Complacer puede transformarse en nuestro fracaso
Cierra los ojos e imagina el país de Nunca Jamás. Wendy es la niña que cuida a los personajes del cuento en ese mundo de fantasía, que es capaz de hacer lo que Peter Pan no se atreve, que asume riesgos y responsabilidades, intentando complacer pero que siempre permanece en un segundo plano. Abre los ojos de nuevo, ¿esto te recuerda a algo verdad?
Se trata de una metáfora que refleja cómo muchas veces intentamos complacer a los demás olvidándonos de nosotros mismos y de lo que realmente deseamos. Así, es muy habitual decir sí a propuestas aparentemente intrascendentes, como tomar un café con otra persona cuando no nos apetece o ante propuestas mucho más importantes como casarnos, estudiar una determinada carrera o tener hijos.
Optamos por el camino que a corto plazo pinta más fácil, el de evitar conflictos e ignorar lo que queremos. Preferimos pagar ese precio antes que sumar una discusión o una preocupación más a nuestros días gobernados por el estrés. Sin embargo, lo que hacemos en realidad es subestimar el precio que tendremos que pagar a largo plazo por dicha concesión.
“Le bastaba tocarme para transformar mi llanto en suspiros y mi enojo en deseo. ¡Qué complaciente es el amor, que todo lo perdona!.”
-Isabel Allende-
Tenemos miedo a decir no y optamos por complacer, para no sentirnos rechazados o fuera del grupo o para no decepcionar a otra persona, pero ¿qué ocurre con nosotros? ¿quiénes somos? En realidad, lo importante no es el origen de esa conducta complaciente, sino qué estamos haciendo para tener esa conducta inmovilista.
Una creencia irracional: necesito amor y aprobación
El psicólogo Albert Ellis, creador de la terapia racional emotiva, habla de once creencias irracionales comunes, que se contagian y asolan al resto de pensamientos y emociones que habitan en nuestra mente, convirtiendo el horizonte en un lugar oscuro y abriendo la puerta a una sensación de malestar ingrávida.
Una de esas creencias es la siguiente: “Necesito amor y aprobación de cuantos me rodean” o “tengo que ser amado y tener la aprobación de todas las personas importantes que me rodean”. Esta creencia, en diferentes grados, se encuentra instalada en casi todas las cabezas y es la que nos lleva a querer complacer a otras personas.
Se trata de una creencia irracional porque el ser aprobado por todos es imposible. Si necesitamos que nos aprueben continuamente estaremos siempre preocupados por si nos aceptan o no y en qué grado gustamos a otras personas.
No es realista pensar que vamos a caer simpáticos a todo el mundo. Por otro lado, el intentar ser aprobado por los demás requeriría un esfuerzo tan grande que tendríamos que abandonar nuestras propias necesidades.
“Ojala podamos tener el coraje de estar solos y la valentía de arriesgarnos a estar juntos.”
-Eduardo Gaelano-
Una forma racional de afrontar esta creencia consiste en pensar qué debemos erradicar la necesidad excesiva de aprobación o de amor. En este sentido, es más adecuado que busques la aprobación por tus actos y comportamientos que por ti mismo.
Cómo es una persona que intenta complacer
Una persona complaciente es la que tiende a dar satisfacción o placer a otra persona. Es decir, es quien manifiesta una inclinación, más o menos constante, por cumplir los deseos de los demás aunque esto le suponga un precio personal.
Pero, la noción de complaciente suele tener una connotación negativa, porque se entiende que si alguien accede siempre a los requerimientos de los demás no consigue hacer valer su posición ni defender sus intereses, sino que simplemente cede a las preferencias ajenas descuidando las propias. Algunos rasgos que diferencian a las personas complacientes son los siguientes:
- El perfeccionismo. Querer hacer las cosas perfectas hace que la culpa se acerque cuando las cosas no salen como uno espera, especialmente si se trata de satisfacer a otras personas. Una persona complaciente suele ser perfeccionista y no se da cuenta de que ese mismo perfeccionismo es lo que le lleva a sentirse frustrada.
- Se siente imprescindible. Una persona que complace continuamente a los demás quiere sentirse imprescindible, que las personas de su entorno dependan de ella porque eso es lo que le hace sentirse aceptada, respetada y amada.
- El amor es sacrificio. Entiende que el amor significa sacrificio y se resigna a relaciones amorosas y familiares en las que siente el malestar y lo acepta como una consecuencia normal de una relación y del amor hacia otra persona.
- Evita los conflictos. El intentar complacer continuamente significa evitar los conflictos, por eso una persona complaciente evita discutir, da la razón a los demás y se disculpa por cualquier cosa con tal de lograr ser aceptada.
- Sacrifica su felicidad por la de otras personas. Llega a un punto de sacrificio que no sabe qué es lo que realmente le hace feliz, porque siempre piensa en qué le hará feliz a otra persona. No expresa sus sentimientos y, se encierra tanto en sí misma, que deja de tener ideas propias y de expresarlas.
“No importa cuánto te amen, sino cómo lo hagan.”
-Walter Riso-