Las consecuencias ocultas del divorcio en la vida de los hijos, según un estudio reciente


Revisado y aprobado por la psicóloga Macarena Liliana Nuñez
Divorciarse no es solo la separación legal de dos personas; para los hijos puede representar un cambio radical en la manera en que entienden el mundo, sus relaciones y hasta su propio futuro. Aunque muchas veces se piensa que “los niños se adaptan rápido”, un estudio divulgado en National Bureau of Economic Research revela que el divorcio deja secuelas en los hijos.
La investigación muestra estimaciones que capturan el efecto promedio entre los niños que experimentan un divorcio. El trabajo analizó a más de 5 millones de niños estadounidenses nacidos entre 1988 y 1993, siguiendo su desarrollo hasta la adultez temprana. Así, los autores del estudio encontraron que quienes vivieron el divorcio en su infancia enfrentaron consecuencias económicas, sociales y emocionales durante años.
¿Qué cambia en la vida de un niño cuando ocurre el divorcio?
Además de alterar la dinámica emocional de la familia, el divorcio transforma las condiciones materiales del hogar. Los ingresos disminuyen, los hogares se dividen y, con frecuencia, los niños deben mudarse a vecindarios de menos recursos, lo que influye en la calidad de la escuela y en el entorno de amigos. A la par, los padres suelen incrementar sus horas de trabajo, lo que reduce el tiempo de atención disponible para los niños.
Estos cambios crean un entorno de inestabilidad que impacta su bienestar. Los especialistas hallaron que, en los años posteriores al divorcio, la mortalidad infantil aumentó entre un 35 % y un 55 % en comparación a la media previa, mientras que la tasa de natalidad en adolescentes creció en un 63 %. Estos resultados evidencian que el divorcio puede ser un verdadero punto de inflexión en la vida de los hijos.
La distancia física y emocional con el progenitor no residente también juega un papel decisivo. No estar presente constantemente se traduce en dificultades en la disciplina y en la formación de hábitos saludables. Asimismo, hay aspectos menos visibles que también pesan: la tensión emocional de los padres o los conflictos que surgen en la nueva dinámica.
Las huellas en la adultez: ingresos, educación y riesgos sociales
Uno de los hallazgos más importantes del estudio es que los efectos del divorcio se mantienen en la vida adulta. Quienes vivieron una separación temprana (entre los 0 y 5 años) mostraron ingresos hasta un 13 % menores que los hijos de hogares estables. Este impacto equivale a perder un año de educación formal o a crecer en un vecindario de menor calidad.
El riesgo de encarcelamiento también aumentó en un 43 %, mientras que la mortalidad a los 25 años era un 35 % más alta que en el grupo de referencia. De igual modo, estos jóvenes tenían un 40 % menos de posibilidades de residir en campus universitarios al final de la adolescencia y principios de los veinte, lo que refleja una caída en las oportunidades de educación superior y movilidad social.
Los efectos fueron similares entre distintos grupos raciales, géneros y niveles de ingreso. Esto sugiere que el divorcio en sí mismo constituye un factor de vulnerabilidad estructural, con consecuencias que trascienden las diferencias socioeconómicas.
Cómo mitigar el impacto en los hijos
Aunque los datos suenen desalentadores, no son una sentencia; es posible reducir el impacto del divorcio. Un primer paso es mantener una comunicación clara y honesta, adaptada a la edad de cada niño. Saber qué ocurre, sentirse escuchados y poder expresar sus emociones ayuda a disminuir la ansiedad y la confusión. Además, es esencial que ambos padres sigan presentes en la crianza, incluso si ya no comparten un mismo hogar.
Conservar rutinas —horarios de sueño, asistencia escolar, actividades extraescolares— aporta seguridad. Estos hábitos transmiten la idea de que, pese a los cambios, los hijos aún cuentan con un terreno firme.
Y es conveniente buscar apoyo externo, como terapia infantil, orientación escolar o grupos de acompañamiento, pues estos espacios ofrecen herramientas prácticas para adaptarse a la nueva dinámica familiar.
El divorcio deja marcas, sobre todo, en los hijos. Por eso, más que culpas, lo que hace falta es darles estabilidad y cariño. Si logran sentirse escuchados y apoyados, el divorcio puede convertirse en un cambio difícil, sin duda, pero no en una herida permanente.
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