¿Qué consideramos por sexo normal?
Tendemos a rechazar lo desconocido, a etiquetarlo y a condenarlo. Por eso (entre otras posibles razones), para muchas personas las prácticas BDSM, el fetichismo o los intercambios de pareja, entre otros, no entran dentro de lo que se llega a considerar “sexo normal”.
El DSM, el manual de diagnostico más aceptado, puede que tenga mucho que ver en todo esto. Por ejemplo, en este manual hasta 1973 no se dejó de considerar la homosexualidad como una conducta “desviada”. Asimismo, también se dejaron de considerar como desviados, a medida que los valores con respecto al sexo han ido cambiando, otros comportamientos sexuales, como pueden ser los mencionados en el párrafo anterior.
El DSM-V considera como parafilias que deterioran la vida de una persona el sadismo sexual, el masoquismo sexual, el fetichismo y el travestismo, entre otros.
Sin embargo, el debate sobre lo que es sexo normal o no sigue vigente en la sociedad y, a pesar de que se ha avanzado mucho, los calificativos de “desviado” o “perverso” siguen estando muy presentes. Pero, ¿acaso existe un estándar con respecto a las conductas sexuales?
Apartar todo aquello que esté etiquetado como “sexo normal”
Cada experiencia sexual es diferente. Depende de las personas que la experimenten, de sus gustos y de sus fantasías. No hay nada de negativo ni de sucio ni de perverso si las personas implicadas están de acuerdo, no se pone en peligro la integridad física de ninguna de las personas que participan de la experiencia y lo hacen además de manera voluntaria.
Sin embargo, la presión que ejerce la sociedad es tan fuerte que las personas tienden a reprimir todo aquello que no es socialmente aceptado por miedo a represalias, a no encajar y a ser desaprobados por los demás. Así sucedió en su momento con la homosexualidad, sin embargo actualmente prácticas sadomasoquistas o diferentes tipos de fetichismo siguen etiquetándose como conductas aberrantes y solo propias de mentes enfermas.
Nuestra sexualidad es única. En ella podemos desplegar todas nuestras fantasías y nuestros deseos. No hay demasiados límites. No obstante, las definiciones que la sociedad hace de ella ensucian su verdadera naturaleza, en un intento de lograr que se convierta en algo más “aceptable”, mejor visto, un acto más puro.
Todo esto, puede provocar que las personas terminen rechazando sus propios deseos, hasta el punto de que lleguen a sentirse mal. Por ejemplo, alguien que le gusta practicar BDSM puede tener sentimientos de culpabilidad porque en su mente esta práctica no entra dentro de lo que se considera “sexo normal”. Esto puede evitar que disfrute de su sexualidad de forma plena, sin reprimirse ni avergonzarse.
Lo normal no es más que una justificación de aquello que se rechaza y que no se quiere aceptar.
Podemos pensar en el “sexo normal” como lo que ocurre con los cánones de belleza. Ambos cambian con el tiempo, ambos provocan muchos problemas a las personas que no se adecuan a ellos. No nos damos cuenta de que si todo cambia, todo es válido. Lo que hoy no se acepta, tal vez mañana sí.
¿Mentimos para parecer “normales”?
Terri Fisher, una profesora de psicología de la Universidad Estatal de Ohio, realizó un estudio (publicado en la revista Sex Roles) tanto a hombres como a mujeres para comprobar si les preocupaba cumplir con las normas que la sociedad y la cultura dictan sobre el sexo.
La profesora Fisher descubrió que los participantes mentían en sus respuestas en relación a su conducta sexual. Esto se comprobó, debido a que estaban sometidos a un detector de mentiras y se encontraban presionados por decir la verdad. Así, se descubrió que los hombres afirmaban tener menos parejas sexuales, mientras que las mujeres más. Sin embargo, las respuestas eran totalmente opuestas cuando no estaban conectados al detector.
Esta diferencia de respuestas también se hizo presente cuando a los participantes se les preguntó sobre sus conductas sexuales (fidelidad, monogamia, etc.). Todo lo que conocemos, como en el caso anterior, se daba completamente la vuelta.
Los participantes del estudio de la profesora Fisher mentían con un motivo: la necesidad de encajar en su rol de género.
Nos avergüenza reconocer lo que somos, lo que hacemos, cómo vivimos nuestra sexualidad. Mentimos para parecer “normales”, para poder encajar en el rol de género que nos han inculcado desde que éramos pequeños. Así, los hombres mentían sobre las parejas sexuales cuando no estaban conectados al detector de mentiras para adaptarse al molde que la sociedad trata de imponer.
Mientras las mujeres mentían para dar una imagen que no las pudiese identificar con esa frase que aún hoy día está muy presente “un hombre que está con muchas mujeres es un héroe, pero si una mujer anda con muchos hombres es una zorra”.
Aún estamos muy lejos de dejar de señalar con el dedo y etiquetar a las personas en función de una serie de creencias, en una actitud que está lejos de ser respetuosa. En este sentido, no aceptar el disfrute de la sexualidad en cualquiera de sus variantes, calificar algunas prácticas como aberrantes o de “pervertidos” provoca que muchas personas tengan que ponerse una máscara o esconderse para así sentir que pueden encajar.